Un fuerte dolor de cabeza la despertó a Adele.
Se encontró en una cama matrimonial bastante cómoda. Pero las manos estaban atadas con la soga a las puntas del respaldo.
“Caí en la trampa” – pensó Adele.
Catherine estaba sentada en el borde de la cama. Tenía en la mano un cuchillo de cocina.
—¿Despertaste? – preguntó Catherine algo obvio.
—¿Vas a preparar algún bife para la cena? – Adele señalo el cuchillo con la mirada.
Catherine agitó el cuchillo en la mano como probando su peso.
—Un poco más tarde.
—Tu marido no volvió, ¿verdad?
—No.
—¿Y qué pasó?
Con la punta del cuchillo Catherine rascó la punta de nariz.
—Cuando esta basura de su amante murió…
—¿Murió del hechizo?
—Si. Richard, mi marido no duro mucho más. Apenas la sepultó, dos días después chocó en su auto. Lo aplastó un camión.
—¿Se suicidó?
—No creo. Los policías dijeron que fue un accidente. Probablemente estaba distraído por la muerte de esta mujer. El auto quedó como un panqueque. Yo no podía enterar el cuerpo entero. Me entregaron la carne pegada a la chapa.
A Catherine le empezó a picar la espalda. La rascó con el cuchillo entre omoplatos.
—Qué triste. – dijo Adele — Te compadezco. ¿Y ahora qué quieres de mí?
Catherine miró a la pared de enfrente. Al piso. Al techo.
—Yo tenía que encontrar alguien culpable. – dijo finalmente.
—Y no buscaste adentro tuyo.
—También, pero no fue suficiente.
—¿Y qué vas a hacer conmigo? ¿Cortarme en pedazos y pegar a la chapa?
—Todavía no lo tengo decidido.
—¿Mientras lo decidas me podrías dar algo de comer? ¿Ya estarán los fideos?
Catherine apartó la mirada. Se quedó pensativa.
Pasó un minuto largo.
—Sabes, Adele… creo que te puedo ofrecer algo más rico que fideos. Alguna comida que elijas a tu gusto.
—¿Quieres decir que será mi última cena?
—Es que… no voy a poder vivir con eso si no completo mi venganza.
Adele pegó un tirón con mano atada. Después con todo el cuerpo. Después con toda el alma.
—¡¿Pero yo que tengo que ver?! – el grito salió como un rugido. — ¡Fuiste tú que me metiste en todo esto! ¡Me chantajeaste, me metiste en problemas! ¿Y ahora yo tengo que pagar tú luto?
Catherine la estaba escuchando con los ojos vidriosos. Parece que las palabras no le llegaban al razonamiento.
—Perdóname Adele.
—¡No, tú perdóname! ¡Por ayudar a una psicópata!
—Como sea.
A Adele le faltaba respiración. No salían las palabras.
—¿Te gustaría comer carne al horno? — preguntó Catherine con la voz tranquila — A mí me encanta.
Y allí Adele entendió que no tiene sentido a rogar a esta mujer loca.
Dos lágrimas cayeron solas.
—Voy a comprar la carne. — dijo Catherine y salió de la habitación.
***
Después de salir de una casa en llamas y enfrentar a una multitud rabiosa Adele pensaba que nada en este mundo la puede asustar. Pero ahora otra vez tenía miedo de verdad. Estar en las manos de una psicópata era peligroso. La chica se acordó como Catherine destrozaba al cocodrilo. Y todo lo después y se imaginó que a ella la espera una muerte horrible.
Salieron más lágrimas. Solas. Después de pasar por todas las pruebas y finalmente caer en esta trampa era doloroso. Un enojo consigo misma le llenó el pecho.
“¿Para qué me metí en todo esto? Si la bruja me advertía.”
Adele otra vez trató de desatar las manos, pero la soga era gruesa y solo se hundió más en la piel provocando dolor y cortando la circulación.
Adele se rindió. Cerró los ojos.
Un silencio absoluto en la casa la asustaba a la chica.
Pero no duró mucho. Catherine volvió enseguida. Parecía estar más contenta.
—Mira lo que traje.
Le mostró una bolsa transparente con la carne.
—¿Quieres con alguna verdura?
“¡Si yo ahora estaría desatada, te arrancaría la cabeza!” – pensó Adele.
—Si, — dijo a la mujer – con espárragos.
—Que lastima, no los compré. Voy a hacer una ensalada.
“Me gustaría saber – pensó Adele – la bruja Elizabeth en toda su carrera, ¿Cuántas veces estuvo al borde de muerte? ¿Y cómo pudo salir viva?”
Catherine se dio vuelta para irse a la cocina.
—Espera… – de repente dijo Adele — … te quiero pedir una última cosa que hagas por mí.
La mujer se detuvo. Se puso algo tensionada. Se sentó en el borde de la cama.
—Te escucho.
—¿Sabes? – empezó Adele – después que murió mi madre y después mi amiga. No me quedó nadie en este mundo. Solo mi mascota. Ella representa para mí todo. Y es la única que me quiere.
—¿Quieres despedirte de ella?
—No solo esto. Necesito que te encargas de ella. Que la cuides.
Los ojos de Catherine se hicieron dos rajitas chinas.
—Tu sabes que me dan asco las ratas.
Adele suspiró.
—Está bien. Quiero despedirme de ella. Y después la llevas a algún refugio de animales. O simplemente la sueltas en la calle.
—Lo voy a pensar.
Adele se tiró adelante. Las sogas en las manos se tensionaron al máximo.
—¡Eres una perra!
Catherine bajó la mirada. Pasó la mano por la bolsa de carne como haciendo cariño.
—Está bien – dijo finalmente – lo voy a hacer por ti.
Un segundo después otra vez se hundió en su mundo de pensamientos. Se levantó y se fue.
Adele se tiró en la cama. Ya no tenía fuerza.
“Te extraño mi ratita – pensó en Kayra – sálvame chiquita.”
Editado: 05.02.2025