Lo Que Arde en la Sangre

El fuego estaba en todas partes.
Pero nadie lo veía.
Solo ellos.

Lunae sintió el temblor en su vientre antes de que el cielo gritara.

“Él mató en mi nombre…”
“…sin saber siquiera mi verdadero rostro.”

Se vistió con una túnica de humo y cenizas.
Cada paso que daba sobre la piedra del santuario dejaba huellas incandescentes.
Sus manos temblaban.
Y no de miedo.
De anticipación.

—Estás despertando, Eryon —dijo al vacío—. Pero aún no sabés quién sos.

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🌑

Eryon se sentó frente a un fuego que no encendió.

Las alas… se habían replegado.
Su cuerpo sangraba, pero no dolía.
Lo que dolía era lo que empezaba a recordar.

Una voz, enterrada en su infancia:

> "Si alguna vez soñás con una luna partida, hijo… corré. Porque si no corrés, la vas a buscar. Y si la buscás… no vas a volver."

Ahora entendía.

Y no iba a correr.

Un viejo del clan se le acercó. Uno de los sabios de la montaña.

—Estás marcado, Eryon.
—Ya lo sé.
—No me refiero al vínculo.
—¿Entonces?
—Hay otra marca. En tu sangre.

El viejo abrió un libro con piel de lobo.
Mostró un símbolo: una luna devorada por garras negras.

—Tu linaje no es puro —dijo el anciano—.
Ella no es la única que ha despertado.

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🌓

Lunae descendió hacia las Catacumbas del Hueso Blanco.

Allí, las sombras recordaban cosas que nadie debía saber.
Y entre los susurros, una palabra maldita:

> "Nalah."

El nombre de una antigua criatura.
No un dios.
No una bestia.
Algo entre los dos.

Nalah no quería el amor de Lunae.
Quería su cuerpo, su poder, su matriz.

Porque si Lunae se unía con Eryon…
el hijo que naciera podría despertar a Nalah.

Y había sectas, clanes oscuros, bestias viejas…
que querían que eso ocurriera.

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🌑 EN UN BOSQUE SIN NOMBRE

Eryon soñó con ella.

La vio arrodillada en una piedra, desnuda, con la piel bañada en sudor lunar.
La vio acariciarse el cuello.
La vio abrir los labios y pronunciar su nombre.

Y en el sueño, no pudo más.
Gritó.

Y el bosque ardió.