Adiós ©

Capítulo 1

Carlos caminaba, tranquilo, por la calle oyamel, avenida insurgentes. Se encuentra con varios anuncios donde aparecen hermosas mujeres, o al menos de su gusto. Imagina cosas perversas al momento. ¡No! Manten la calma, perverso. Piensa en su mente.

Cruza la curva y sigue adelante.

Unos minutos después, llega a la preparatoria World of study. Ya había pasado unas cuantas semanas dentro, pero no las suficientes para tener conocimiento del lugar, aún le costaba reconocer a sus compañeros, salones y profesores, el primer semestre era complicado, y más para una persona como el.

Portaba un pequeño saco negro, con un fino chaleco gris; por dentro tenia una camiseta blanca, con una corbata negra y un pantalón negro —un atuendo muy fino para su actitud—. Tenía un peinado de «moda»; cabello castaño con un copete sobresaliente. Su piel era blanca y su manos eran medianas, al igual que sus pies. Él era más como: ¿Qué, perro? ¿Te avientas a los madrasos?, hijo de put*. No un príncipe azul de telenovelas, aunque lo parece.

Al llegar a la puerta, se encuentra con una tableta recargada sobre un soporte de madera, en el cual registraba la credencial del alumno; si un alumno no registraba su credencial, se le pone en su boleta como falta y no tiende derecho a reclamar, algo que le dificulto a Carlos. Los últimos días se le había olvidado, o mejor dicho, se la quitaron las gemelas hermosas del D, tenía cierta debilidad por las mujeres. Esta vez trajo un repuesto, uno que pidió ayer, y paso sin ningún problema.

Al entrar al edificio estudiantil, se encuentra con su amigo, Aaron, o como el le decía: compa.

Tenía el mismo uniforme escolar que Carlos; el saco, chaleco y pantalón. Su cabello era azul, en la parte de arriba, y las esquinas de blanco; su piel era morena y sus ojos marrones, tenia unos pies grandes, pero manos pequeñas. Le decían el pelos de pitufo, por su cabello.

Caminaron por los pasillos, largos. Pasaron a sus casilleros y recogieron los libros de física cuántica e historia; luego de una caminata llegaron a su salón.

Al entrar una multitud de alumnos dijo:

—¡Buenas noches! —gritan y siguieron con la burla—: ya llego el pelos de pitufo y su amigo "el serio".

A Carlos le decían el serio por la razón que, debes en cuando, se ponía serio y no le hacía caso a nadie, ni al pitufo. Siguieron su camino y se sentaron en sus lugares.

Estuvieron un rato en silencio, hasta que Aaron se percato que alguien los estaba mirando de mala manera, era el profesor. Agitando su zapato con el piso y sus manos cruzadas, molesto.

—¿Qué son estas horas de llegar, jóvenes? —pregunta el profesor.

Carlos no se había percatado que llegaron veinte minutos tarde, un tiempo muy grande, ya que sus casas estaban a dos calles de la escuela.

No respondieron y apuntaron lo que había en el pizarron, preguntaron que dejo y iniciaron su actividad. El profesor, por su parte, se sentó y no dijo nada, hasta que Carlos se le acerco con la tarea, la cual el profesor se le olvido revisar.

La firmó.

—Pasenme su tarea —reclama el profesor.

Todos le lanzaron una mirada de mala cara, porque la mayoría no había hecho aquella tarea.

—No puede ser, muchachos, se las deje el viernes —Mueve la cabeza, molesto—. Tuvieron todo el fin de semana para hacerla.

»Se las acepto mañana, pero solo podrán tener ocho de calificación, no más.

Todos exclamaron y reprocharon ante el maestros; otros le reclamaron a Carlos y algunos se quedaron con cara de what?

Carlos los ignoro y siguió poniendo atención al profesor.

***

El timbre resonó por todo el plantel estudiantil, todos salieron de los salones y, como borregos, se juntaron en los pasillos. Carlos y Aaron se juntaron en sus casilleros, donde guardaron sus cosas y cerraron con candado.

—Oye, Carlos —le dice el joven—, ¿quién es esa guapa de ahí?

—No se, pero se ve esta perdida, le voy a preguntar —dice Carlos.

—Maldito cusco.

Camino hacia ella.

La señorita estaba hermosa. Tenia una falda y un saco negros; un moño amarrado en su trenza, pequeña, con su demás cabello suelto; su piel era de tez blanca, sus ojos azules y con buen cuerpo; sus manos y pies pequeños. Al ver que Carlos se dirigía hacia ella, esta se acerco.

Se contempló como su cabello danzaba y se movía de un lado al otro, dándole un ritmo que se veía bien.

—Hola, guapa. ¿Estas perdida? —pregunta Carlos.

—Hola. Sí, soy nueva —explica la joven.

—Hay, qué descortés —Reacciono tarde—, me llamo Carlos, soy de aquí, México, y vivo unos metro abajo de la escuela. Y tú, ¿cuál es tu nombre? ¿Vienes de intercambio?

—Me llamo Jane. No, no soy de intercambio, he cambiado de escuela por problemas familiares. Nací aquí, por doce años, luego me mude a España, por el empleo de mi papá, estuve ahí 4 años. Luego nos mudamos aquí, de nuevo, en México —explica Jane.




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