A pesar de mi mala actitud, corrí para no llegar tarde a clase. Porque necesitaba estar allí cuando pasaran lista.
Entré al salón, que ya estaba llenándose, y me senté en mi puesto habitual. Algunas personas se sorprendieron al verme, pero no deberían. Nunca faltaba a las clases de la profesora Medina. No podía permitirme el lujo de faltar a ninguna de sus clases, que eran las únicas que parecían servirme para algo más adelante en mi vida.
Suspiré al oír la campana que indicaba que la clase había acabado. Lo unico que quería era irme a casa, lanzar la maleta al piso, y practicar. Sin embargo, ya que estaba allá no podía irme. Debía quedarme el resto del día para mantener la super genial excusa que había inventado desde el inicio de los tiempos.
Tengo una enfermedad que me da cuando se le da la gana. Me afecta directamente los pulmones y me impide respirar, moverme, pensar con claridad o hacer cualquier actividad que implique existir. Es realmente doloroso, y una mamera ya que no puedo hacer absolutamente nada en esos días que me debilito.
Y aunque llevo años sin presenciar la enfermedad. A veces hay días donde me siento relativamente mal, y desde la vez que me desmayé en el despacho del director, "Sentirse mal" significa estar al borde de la muerte, así que cuando me siento un poco mal, me dan permiso de faltar a la escuela y adelantarme virtualmente. Sin embargo cuando iba a la escuela, debía estar todo el día para probar que no estaba "sintiendome mal". Esa era la regla. Tenían que verme ir una que otra vez en la semana, y debía estar las ocho horas enteras para probarlo.
"Sentirse mal" me pasaba frecuentemente, o eso creía el director. Los profesores no se lo tragaban entero, pero ya que presentaba todos los trabajos con puntualidad y excelencia, no tenían nada de lo cual quejarse.
Recordando de memoria el horario, seguía clase con el profesor Proust: Un viejito cascarrabias que llevaba la misma camisa cada vez que lo veía.
Igual que la anterior clase, varios se sorprendieron al verme. Pasaron lista y cuando llegó mi apellido, murmuré un simple "Aquí"
Casi toda la clase se giró a verme, y en ese momento me fijé en un muchacho que debía de ser nuevo. Tenía cabello brillante y marrón. Sus ojos eran verdes, y tenía hoyuelos.
Lo ignoré cuando me sonrió.
El profesor Proust me miró por encima de las gafas, claramente sorprendido.
-¿Qué hace aquí, Señorita Nardini?
-Estoy en su clase- le repliqué de la manera menos grosera que encontré. Todos rieron por lo bajo, pero se callaron al ver la cara del maestro.
-Sorprendente. ¿Y ya se devoró todos los libros que había en casa?- insistió el profesor
Estallaron en carcajadas, y esta vez el profesor no los mandó a callar.
-sí, señor- dije, y anoté la fecha en el cuaderno, haciendo caso omiso a los demás.
Levanté la cabeza para mirar el tablero en busca de alguna nota, pero estaba vacío. Me fijé otra vez en el chico nuevo, que no dejaba de mirarme. Alcé las cejas, preguntándole qué quería.
Me volvió a sonreír.
Lo volví a ignorar.
Después de ocho horas de clase, fui a los casilleros. Justo enfrente del mío, había una chico devorándose a una chica. Literalmente.
Le mordía el labio, las mejillas, la lengua. Todo.
-Qué asco- murmuré, y con una mano traté de empujar el hombro del chico, que era el que estaba apoyado sobre mi casillero.
No funcionó, porque en ese momento la chica saltó sobre él y este la agarró de la cola, apretandola contra sí. Algunos estudiantes pasaban al lado y se reían, otros solo miraban la escena con una fascinación morbosa. Desesperada, pateé mi casillero. Eso les llamó la atención, porque pararon de comerse mutuamente por unos segundos. La chica tenía los labios rojos, y el chico tenía la mirada vidriosa.
En medio de su confusión, los aparté con el hombro, corriéndolos unos casilleros hacia la derecha.
-Gracias.
Abrí el casillero y saqué algunos cuadernos que había dejado tirados la última vez que vine. Agarré todo con una sola mano mientras con la otra cerraba el casillero, pero sin querer tiré unos esferos al suelo. Solté los cuadernos y cayeron al suelo con un golpe sordo. Cerré el casillero y me agaché a recoger todo.
Cuando ya me iba a levantar, una sombra me tapó la luz. Di un respingo, asustada.
Vi al chico nuevo, y me fastidié al instante. ¿Por qué me lo tenía que encontrar en todas partes? Mirando el suelo, empecé a hablar.
-¡Dios!- exclamé- no puedes quedarte ahí parado acosando a la gente en silencio. Haz un ruido a menos. Chifla, o suspira. Lo que sea. Ugh.
Me levanté e hice mi camino hacia la salida del colegio. No había llevado maleta; todo lo que necesitaba lo tenía en mis manos, y eso me bastaba.
Ya estaba pisando el enorme tapete de la entrada cuando sentí al chico nuevo detrás de mí.
-Soy Luca- se presentó, caminando de espaldas para poder verme. Apreté los labios. No sabía qué decirle. ¿Mucho gusto? ¿hola?