Imagínate herir y dañar a la única persona que la vida te mandó para sanarte.
Yo lo hice sin apenas darme cuenta de la decisión tan precipitada que había tomado en mi peor momento.
Un día como estos te despiertas y te das cuenta de que vives en una constante monotonía desde que naciste. Cuando te paras a pensar no ha habido nada en tu vida que sea caótico y que salga de esas reglas a las que llamamos normalidad, nada fuera de lo común. Todo ha sido tan tranquilo que ni siquiera te levantas con esas ganas de comerte el mundo. Aunque la tranquilidad que yo vivía era diferente, era como una especie de trance en el que simplemente te mantienes arriba y deambulas por la vida como si ninguna emoción recorriera tu cuerpo. Nada te apasiona. Nada hace que recuperes la chispa de la vida. Nada te hace feliz.
Resulta raro escuchar estas palabras viniendo de una persona que tan solo tiene dieciséis años, cuando supuestamente estás en la flor de la vida, en el auge de la adolescencia y todo debe ser maravilloso.
¿Por qué siempre piensan en cosas tan idílicas cuando de adolescencia se trata? Es normal que cuando pensamos en esta etapa siempre se nos viene a la cabeza la típica película de romance Americana, pero, en la realidad para muchos esto no se acerca ni un poco. Debería normalizarse llevar una vida completamente normal, de una persona normal, en una ciudad normal. Nada de fantasías románticas ni chicos apuestos dispuestos a darlo todo por la chica a la que aman. Eso ya apenas existe.
La adolescencia no es nada del otro mundo, simplemente es una etapa con un principio y un fin, con altibajos, pero sin más. Una etapa realmente complicada y delicada en la que conoces y aprendes nuevas cosas, eso sí, durante esta etapa cualquier adolescente cree que todo lo que aprendemos no sirve para nada, porque creen a ciencia cierta que ellos llevan la razón de todo. Todos hemos llegado a un punto en el que solo vivimos por y para el presente, sin tener en cuenta el futuro. Porque a veces somos así de egoístas o como quieras decirlo—aunque no sea mi caso, porque yo vivía inevitablemente atrapada en el pasado—, pero, hay veces en las que necesitas asentar la cabeza, hay situaciones en las que maduras y comprendes el significado que tiene la vida. Un significado verdadero que a veces no es el que a todos nos gusta.
Porque algo que he aprendido de ser adolescente es que nos da igual vivir la vida al límite, total, nuestra reflexión es que de algo habrá que morirse. Pero ese no es el caso. La vida es un regalo que hay que cuidar durante un largo camino, hay que aprender a llevarlo sin que se desmorone ante tus ojos, cuidarlo como nunca hemos cuidado a otra cosa. Porque como dice el dicho "Vida solo hay una" y la vida desgraciadamente no es eterna…
Eterno.
Una palabra que para algunos es todo un deseo y para otros un infierno interminable.
Y a veces no te das cuenta de esos matices en los que no llegas a profundizar porque piensas que vas a ser eterno, de alguna manera piensas que eres inmortal y que nunca llegará el día en el que ese camino que lleves recorrido se acabe. Pero todo lo que comienza acaba. Todo tiene su principio y su fin. Un final que no esperas y que llega cuando menos lo imaginas.
Y dirás... ¿a qué viene todo esto?
Verás, toda esta vida de una agria monotonía me hace reflexionar y sacar una conclusión de todo esto. Vive. Nunca sabes cuándo será tu último día en la faz de la tierra. Sé que no soy la más indicada para hablar de esto porque mi vida ha sido un tanto complicada, pero, una vez que comienzas a vivir nada puede pararte. En tu vida comienzan a desencadenarse una serie de sucesos unos detrás de otros que ni siquiera te ves venir, pero que de alguna manera extraña todo apunta a que están ahí por algo.
Todo ocurre por una razón.
Esa sensación de frescor cuando abres la ventana del coche en marcha, esa sensación de libertad que te da subirte en una moto y abrir los brazos ampliamente, la sensación de felicidad cuando comes chocolate y tus papilas gustativas bailotean en tu boca...Todas y cada una de esas sensaciones que nos permite la vida. Saborea, vive, disfruta. Y sé que a veces es difícil llevar a cabo que unas simples palabras se hagan realidad, porque sé lo que es estar en lo más profundo, en un pozo sin fondo en el que no hay nada mientras todo está completamente oscuro y no hay ninguna salida. Creo que todos al menos nos hemos sentido así por una vez. Atrapados. Sin poder avanzar. Ahogados en la penumbra de la oscuridad. Pero hay que tratar de buscar una salida. Una cuerda que te sujete y te haga sentir completamente seguro de que saldrás de aquel pozo sin fondo. Que te sujete mientras caes al vacío y que te frene en seco para que no sigas cayendo más profundo.
Alguien que te salve de una vida en el infierno.
Puede que esa cuerda que te ayude a salir sea algo material, un animal, incluso una persona...Un pilar fundamental que puede ser algo más que un ser humano, puede ser aquella cuerda que te saque de las profundidades. De unas profundidades eternamente largas.
Puedo decir que mi vida no tiene nada en especial, incluso puedo detallar mi día a día desde el primer momento en el que me levanto desde hace cinco años, es lo que tiene vivir sin buscarle el sentido a la vida. Siendo una vida completamente apagada y amarga. Todos los días para mí son exactamente iguales, todos los días la misma rutina atrapante y dolorosa. Una rutina arrolladora y que a veces es capaz de asfixiarte. Una rutina que a veces era caótica, y que escondía mucha oscuridad a su paso. Una oscuridad con la que aprendí a convivir a pesar de que dicen que es solo una etapa, pero esta al menos no tenía un fin.
Estaba en mi habitación mientras miraba una foto de las que tenía guardadas en mi armario, casi sin pestañear apenas la miraba con ojos llorosos, porque dolía tanto que era insufrible.
—¿No te cansas de vivir así?—preguntó Marlene, un tanto preocupada—¿recordando el pasado una y otra vez a pesar de que todo eso te destruya?