Aetérnum

Capitulo 01: ¿Abuelo?

La memoria es un monstruo, evoca recuerdos por voluntad propia.

Crees que tienes un recuerdo pero es él quien te tiene a ti.

—John Irving.

Venus Neumann.

Risas, chistes sin sentido, falsa cortesía y música que perturba cualquier lugar. Mujeres cotilleando sobre otras personas en esta misma sala, a unas cuantas mesas de distancia. Suspiro y sigo moviendo mis pies bajo la mesa. La música cambia a un sonido rápido e intermitente, similar al que se usa en el lago de los cines. Bajo mis dedos de la mesa cuando mi padre me lanza una de sus miradas; tamborileo los dedos en mis muslos.

—Permiso —digo, aunque sé muy bien que nadie me escuchó. Me deslizo entre las personas que están en la pista de baile.

Al llegar al umbral del baño, me permito suspirar. Cierro los ojos, pero inmediatamente, cuando lo hago, una mano se posa sobre mi hombro. Me sobresalto de forma inmediata.

—Lo siento si te asusté —se disculpa Margot.

—Tranquila, sin cuidado —respondo, dándome la vuelta para mirarla.

Una sonrisa tan falsa como ella se extiende por su cara. Hago lo mismo por cortesía.

—Si se puede saber qué quieres, me encantaría que lo dijeras de inmediato. Necesito tomar un vuelo —aprieto los dientes mientras amplío mi sonrisa.

—Me imagino que tú papá ya te lo habrá dicho. El abuelo... Murió hoy hace un par de horas —sonríe, y mi cara se vuelve sombría. No era su deber decirlo, pero aún así lo hizo.

La dejo sola. Camino lo más rápido que me permiten mis tacones y llego a la mesa para recolectar mis pertenencias. La bilis se me sube a la garganta cuando veo a mi padre y su mujer. Me obligo a tragarla y me excuso para salir de ese lugar.

Al parecer, el mundo se detiene y el tiempo parece ir más lento. El frío de la noche cala mis huesos, y me abrazo a mí misma en un intento de encontrar un poco de calor. Se me había olvidado cuán frías eran las noches en Alemania. Llamo al primer taxi que veo, siendo indiferente a los llamados del chófer de mi padre.

—A la calle Nissan, conjunto residencial Valle Dorado —le indico al chófer.

Asiente y comienza a conducir. Saco mi teléfono y le envío un mensaje a mi abuela, tratando de sonar como siempre. Pero al parecer no soy capaz. La vista se me nubla cada vez más.

El chófer avisa que hemos llegado. Conteniendo las lágrimas, le pago y de inmediato me bajo. El tamborileo de mis tacones contra el piso llama la atención de los guardias de la entrada.

—Señorita Neumann.

Asiento ante el saludo del guardia. Abre la puerta de metal y sigo mi camino hasta la gran casa de los Neumann. Recojo mis pertenencias y todo lo que pueda usar durante un largo tiempo: guardo cuadernos, lápices y, lo más importante, la foto de mamá con los abuelos y yo en sus brazos.

Ahora es el chófer de la mujer de mi padre quien me lleva al aeropuerto. Me costó convencerlo de que lo hiciera, pero al final cedió. Esta vez no me fijé en el camino. La respuesta de mi abuela había tardado en llegar, pero finalmente lo hizo.

Suspiro mientras el chofer me entrega mi valija. Me despido de él por última vez y entro al aeropuerto. Luego de pasar la revisión, estoy en el avión. Mi teléfono no ha dejado de sonar. Por un momento, pienso que es mi abuela y contesto sin mirar quién es.

—¿Sí?

—¿Dónde estás? —la gruesa voz de mi padre llena mis oídos.

—Número equivocado —cuelgo y de inmediato empieza a sonar nuevamente. Apago el teléfono y me concentro en el libro.

A lo largo de los años, los únicos que me han apoyado son mis abuelos, y ahora que mi abuelo se fue, mi mundo parece desmoronarse poco a poco. Pero la otra parte está intacta por solo una persona: mi abuela. Mi padre decía que me amaba, pero después de que mi madre muriera y él se casara con esa mujer, parece que su amor siempre fue una farsa. Una linda y dulce farsa que me creí y que me dolió tanto ver que solo era mentira. Nunca fui buena en casi nada, pero mis abuelos me apoyaron y me dijeron que las personas que no nacen con talento para lo que les gusta deben crear su propio talento y hacerlo con dedicación. Y así me doy cuenta de que no he estado leyendo el libro, sino pensando minuciosamente en mi aburrida vida.

Me río de mí misma al ver lo patética que soy, como llegó a decir Margot una vez. Aunque no estaba hablando conmigo, la escuché decírselo a mi tía. Su madre, no me importó en el momento, pero luego se volvió una inseguridad. Cierro el libro, al igual que mis ojos, y me dedico a tratar de conciliar el sueño un poco.

Funcionó. Dormí plácidamente durante la mayor parte del vuelo, por no decir que todo. Salgo del avión y, de inmediato, al ir por el pasillo del aeropuerto, enciendo mi teléfono. Me encuentro con más de veinte mensajes de mi padre preguntando dónde estoy. Unos cuantos mensajes de mis hermanos. Contesto cada uno de ellos, pero al de papá, a papá no le contesto.

Al salir por completo del aeropuerto, llamo a un taxi. La manía de pensar que podría haber caminado hasta llegar a la entrada del pueblo me carcome. Pero sé también que llegaré más rápido de esta manera. Le indico el camino al señor a partir de la entrada hacia adelante.

Cuando llego a la casa de mi abuela, sonrío. Le pago al señor y sigo mi camino. Cruzo por una pequeña plaza y, más adelante, está la casa de mi abuela.

La puerta está abierta, nada extraño. Una charla me llega a los oídos; la voz de mi abuela me hace lagrimear un poco cuando paso más allá de la puerta y las personas dejan de hablar. Mi abuela se da la vuelta y, al parecer, su cara es de sorpresa y un poco de tristeza.

—Mi niña.

—Abuela Bonnie —la saludo con la misma dulzura con la que ella lo hizo. Cada una de las personas se levanta de sus asientos y me empiezan a saludar.

Al cabo de unos cuantos segundos, las mejillas me hormiguean y no recuerdo ni la mitad de los nombres de las personas. Solo reconozco a algunas, siendo las personas más allegadas a mi abuelo, casi como familia. Mi abuela es la última en darme su abrazo, y por mi parte no me coíbo esta vez; la abrazo con un poco más de fuerza.




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