Aetérnum

Capitulo 02: Funeral y flores de loto.

"DESPUÉS DE TODO LA MUERTE ES SÓLO UN SÍNTOMA DE QUE HUBO VIDA."

—Mario Benedetti.

Venus Neumann.

Ver a todas las personas llorando no me provoca ninguna emoción, ni siquiera la más mínima. Sé que a mi abuelo no le gustaría que llorara; él siempre decía: "El día que yo me vaya para el cielo, sonríe, estaré mejor allá que aquí. Te amo". Los únicos que no lloran son algunos familiares y unos chicos peculiares que están alejados, detrás de unas señoras. Al parecer, uno de ellos sonríe más que el otro, pero nada fuera de lo normal. Mi abuela dedica sus últimas palabras al amor de toda su vida y luego cada quien pasa a dejar una rosa blanca; muchos dejan rosas de colores. Cuando todo termina, el cielo se oscurece y la brisa fría abraza mi cuerpo entero, arrastrando consigo mi vestido.

La abuela Bonnie llega hasta donde me encuentro y se agarra a mí para bajar las escaleras. El cementerio es un poco sombrío cuando el día está oscuro, aunque el pasto está vivo y las tumbas cuidadas, eso no quita el hecho de que se vea terrorífico. Los árboles crean un ambiente sofocante, con copas más altas que otras cerrando un poco el lugar, y pequeños animalitos que salen de vez en cuando.

Caminamos todo el trayecto a la casa; la familia entera va con nosotras, al igual que anoche. Todos ríen y hacen como si no doliera, aunque la verdad duele profundamente. El hecho de no llorar o desahogarte de alguna manera lo hace casi imposible de controlar. Río con ellos y dejo que la abuela Bonnie siga con ellos hasta la casa.

—Llegaré pronto, quiero ver cuánto ha cambiado el pueblo —aseguro.

—Bien, solo no llegues tarde. Te espero —sonríe, dándome palmaditas en las manos.

Asiento insegura de no llegar muy tarde. Todos siguen adelante, y yo camino sin fijar un rumbo. Exploro la mayor parte del lugar y me voy más allá de la plaza.

Cada paso es como si estuviera fuera de mi cuerpo, viendo todo a través de mis ojos, pero siendo incapaz de sentir total percepción de mis pasos. Coloco uno de mis audífonos en mi oído mientras el otro lo dejo en su lugar. Ansío que llegue mi abuelo y me pregunte: "¿Qué estás escuchando?" La triste realidad me golpea y hace que mire a la luna, que parece seguirme. La sigo mirando, cuidando de no chocar con nadie.

Camino con más cuidado al llegar a un puente, lindo y blanco, con luces que alumbran mi camino. Ha estado a oscuras durante un rato. Me quedo allí, parece ser una eternidad, mirando la luna. Las noches en la ciudad, llenas de contaminación lumínica, no me permitían apreciar con anhelo a la luna. Unas gotas de agua empiezan a caer más rápido cada vez, instándome a irme. Corro un poco, lo que me permiten las sandalias. Se van mojando con el agua, al igual que toda mi ropa. Una mariposa vuela delante de mí. Sonrío por mi tonta idea de que me está guiando. Corro en su dirección y se detiene abruptamente en una flor de loto, rara en esta época, ya que no está en su época de floración.

Solo cuando la lluvia se vuelve más intensa, vuelvo a correr sin rumbo hasta que al final de la pequeña plaza donde he llegado a parar, se ve una estación de tren.

Me acerco a la casilla donde supongo que deben vender los boletos y suspiro al ver a una mujer de unos cuantos años.

—Disculpe... —no sé qué decir después de eso. En realidad, sería la primera vez que me detengo a pensar que no estoy ni cerca de conocer este lugar.

—El último tren sale en treinta minutos —me da una sonrisa cálida—. ¿Hacia dónde te diriges, cariño?

—Me dirijo hacia... —lo pienso un poco. La verdad es que el pueblo donde vive mi abuela no es tan grande, casi nadie lo conoce—. ¿Conoce el pueblo Valley?

—Claro que sí, es la última parada del tren. ¿Te diriges a ese lugar? —asiento, y ella me entrega el boleto—. Ve con cuidado.

Me sonríe, y le doy el dinero. Suerte que siempre llevo conmigo un poco. Me doy vuelta, agradeciendo por no haberme perdido, y me siento bajo uno de los pequeños reflectores de luz. Me abrazo a mí misma mientras trato de encontrar un poco de calor.

De un momento a otro, algo de verdad calentito se posa en mí. Miro hacia atrás y logro divisar la figura que sale de las instalaciones del tren. Parece no importarle la lluvia. A lo lejos, puedo ver otra sombra, esta vez más lejana. Cuando el desconocido se acerca a la sombra, algo se posa en su cabeza. El sonido del tren me saca de mi desconcierto, y me subo cuando las dos puertas se abren, sin perder de vista las figuras que se alejan cada vez más.

Me siento cuando por fin los pierdo de vista. Damos un recorrido largo, pero que amo con cada segundo que pasa. Las luces del tren alumbran algo en la oscuridad; más allá, puedo distinguir un árbol y un lago ajeno a que alguna vez fuera concurrido.

La hermosa vista desaparece y es reemplazada por la oscuridad. Recuesto mi cabeza en la ventana, y un sonido débil se hace presente. Mis pies, de forma inconsciente, se empiezan a mover, dando paso a una melodía más rápida. Agradezco ser la única persona en este tren. Sonrío y no soy capaz de contener las lágrimas.

El conductor avisa que llegamos a la última estación. Me bajo y camino poco a poco.

La lluvia ha bajado considerablemente. Retribuyo el poco calor que me ha proporcionado la chaqueta. Estoy completamente empapada, pero se sintió bien explorar un poco. Tan bien.

Al llegar a casa, la abuela Bonnie me está esperando sentada en su silla favorita, tomando chocolate caliente. Se me hace agua la boca cuando siento el olor.

—Oh, llegaste —voltea en mi dirección—. ¿Pero qué te pasó, cariño?

Sonrío un poco mientras camino hacia las escaleras, y la abuela me sigue por detrás. Amo cada acción silenciosa. Espera a que entre a la habitación y me dé una ducha, y luego se lleva la ropa a lavar. Bajo con ella y me sirvo un poco de chocolate caliente. Trato de convencerla de que esperaré a que la ropa se termine de secar y que se recueste, pero no hace caso. Terminamos hablando un buen rato.




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