Aether

LLUVIA

LENA

 

Había esperado que, al volver al Racho, mi vida volvería a la normalidad y pudiera olvidarme del asunto de Lidia y los niños índigos. Pero no. Claro que no.
Al día siguiente de volver a la capital, había estado trabajando de lo más tranquila en MADONNA, haciendo mi turno antes de ir a clases como siempre. Probablemente estaba cantando mientras vestía a los maniquís de la vidriera, porque cuando sonó la campanita, el cliente que ingresó dijo:
—¡Pobrecitos! Gracias a Dios los maniquíes no tienen oídos.
No me di vuelta. Sabía perfectamente que en la entrada estaba el enano con su campera de cuero cara y una sonrisa de medio lado. Seguro que se creía muy canchero vistiéndose con esas ropas de chico malo y ese cortesito de pelo a lo Calculín.
—¿Vas a insultar a mi chica o va a comprar algo...? —dijo Dina, entrando a la tienda hecha una furia.
Me volví para ver cómo mi jefa lo ponía de patitas en la calle por maleducado, pero eso no fue lo que pasó. En cuanto vio Izan, Dina se detuvo de golpe y no terminó su insulto. Se lo quedó viendo como si fuera alguien que no veía en mucho tiempo y a quien le tuviera... ¿Respeto?
—Lo siento, señora, no fue mi intención —dijo Izan, usando su mejor cara y voz de niño bueno—. En realidad, vine a buscar a Magdalena para ir a clases —agregó y me sorprendí al escuchar mi nombre y no ese asqueroso apodo en su voz.
—Y ¿por qué tendría que irme con vos? —inquirí, dándole una mirada desafiante desde la vidriera—. Aún no termina mi turno.
—Entonces te espero a que termines —respondió con un encogimiento de hombros, como si fuera normal que él me acompañara a todos lados.
Estaba a punto de mandarlo con su mamita cuando Dina dijo:
—Creo que deberías ir con él, Lena. No pasa nada con que salgas un poco antes. El clima se está poniendo horrible, voy a estar más tranquila si te vas a casa con alguien.
La miré sorprendida. Aquello no era propio de ella. Me bajé del banco que había usado para llegar a la vidriera, dispuesta a quejarme y declarar que no me iría a ningún lugar con ese tipo.
Pero algo en la expresión de Dina me detuvo. Se veía extraña, como si de pronto fuera otra persona, más joven y vieja a la vez. Lo más raro era que se había puesto seria, muy seria. Había desaparecido de ella cualquier deje de humor que solía tener todo el tiempo. Incluso su aura cálida se había vuelto casi afilada en los bordes.
Antes de que pueda decir algo, Izan me tomó del brazo y me llevó a la calle, de una manera poco amable. Apenas me dio tiempo para manotear mi mochila y mi abrigo que había dejado en el perchero de la entrada.
Sin saber cómo reaccionar, me quedé mirándolo mientras nos dirigía hacia la facultad con pasos apurados, casi frenéticos. Y su expresión no era más tranquilizadora; se veía serio y preocupado. Su aura me estaba poniendo realmente nerviosa; sus colores se movían a su alrededor como si un tornado de arcoíris se lo hubiera tragado. Era espeluznante. 
Desconcertada, miré hacia arriba. La señora De Stefano había tenido razón, el clima estaba poniéndose muy feo; parecía que se iba a caer el cielo, o, al menos, que caería aguanieve; granizo en el peor de los casos.
—¡Esperá! —le grité a Izan cuando sentí que comenzaba a faltarme el aire y mis pechos dolían por el trote. ¿Cuánto habíamos corrido ya? ¿Estaba segura que un kilómetro por lo menos? Era el doble de lo que podían aguantar mis rechonchas piernas—. Izan, esperá. ¡Izan! —grité, clavando los talones en el suelo y haciendo que se detuviera.
A nuestro alrededor, la gente nos estaba viendo con una mezcla de curiosidad y preocupación. Seguramente pensaban que Izan me querría hacer algo malo, pero eso era improbable. Él siempre había sido molesto, pero nunca me había hecho daño de verdad. Nunca lo creí capaz y, sin embargo, ahora me invadía una sensación de... miedo.
«Pero, ¿cómo podía tener miedo de él?»
Izan miró a nuestro alrededor, buscando algo, y fijó su mirada en un punto detrás de mí. Seguí la misma dirección y me di cuenta que estaba fulminando con la mirada a una camioneta negra. Era la misma que había estado aparcada todo el día frente a la tienda de Dina. Ahora sí que estaba asustada.
—Nos ha estado siguiendo —Izan puso voz a mis pensamientos, pero no agregó nada más. Soltó mi brazo, pero rápidamente me tomó la mano y emprendió carrera otra vez.
Estaba demás decir que no entendía un carajo qué estaba pasando. Pero entonces lo recordé. "Tené cuidado, hay algo acechándote." 
«¿Era esto a lo que se estaba refiriendo Lidia?»
Intenté seguirle el paso; pero él es mucho más rápido que yo, y fue cuestión de tiempo antes de que tropezara con las desparejas veredas. Me caí de rodillas al intentar subir una escalinata justo cuando vi sobre mis hombros que la misma camioneta estaba a menos de una cuadra.
—¡Vamos, Lena! —urgió Izan.
Lo sentí pasar sus manos por bajo mis brazos antes de levantarme lo más rápido que pudo. Me sorprendió la fuerza que tenía y lo liviana que me hizo sentir con su agarre. Izan no me soltó mientras me tomé ese momento para recuperar el aire.
—¿Q-qué pasa? —pregunté, desesperada y sin aliento.
—No me gusta como esos tipos nos están siguiendo —respondió, negándose a dar más información. Su voz se oyó preocupada, pero intentar conservar la calma, mientras me conducía por unos estrechos y laberínticos callejones. Me escondió en la sombra y él permaneció haciendo guardia, cuidando de que no pudieran verlo.
Luego de un angustioso minuto, vimos pasar a esa camioneta. Era una vieja Toyota negra de vidrios polarizados. Nada fuera de lo común y, sin embargo, había algo inquietante en ésta. ¿O sólo era el hecho de que nos había seguido? Había escuchado algunos relatos sobre chicas secuestradas, pero nunca creí que pudiera pasarme a mí. Vamos, que, con este cuerpo, seguramente era algo inservible para ese tipo de gente. Es más, quizás pensaran que ni siquiera podían meterme a la camioneta. 
Intenté usar ese racionamiento para calmarme a mí misma, puesto que no esperaba ninguna palabra amable de Izan. En cuanto mi corazón dejó de rebotar dentro de mi caja torácica y el aura de Izan paró de girar frenéticamente a su alrededor, salimos del callejón. En ese momento la lluvia comenzó a caer.
—Será mejor que vayamos a caza —dijo Izan.
Permanecimos en silencio el resto del camino. Izan siguió caminando con pasos rápidos por delante de mí. Tenía la cabeza gacha, con el agua cayéndole sobre su cabello rubio y su ceño fruncido. Se detenía de a ratos para mirar a nuestro alrededor, comprobando que nadie nos seguía. Por mi parte, estaba molesta y desconcertada, tenía miedo y frío; y me fastidiaba que la fría lluvia hiciera que mi ropa se me pegara a mi cuerpo, marcando cada maldita curva. Pero me dominaba una extraña calma. En otras circunstancias hubiera estado gritando como una histérica, pero ahora mantenía mi boca cerrada todo el camino.
Quizás estaba demasiado aturdida para reaccionar. Quizás seguía en shock.
Sin embargo, sabía que en cuanto llegáramos a la pensión y me calmara, iba a querer –a necesitar- explicaciones. ¿Cómo supo que había posibles secuestradores siguiéndome? Izan me tendrá que decir que mierda fue lo que pasó, quiera o no.




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