LENA
Había pasado una semana y aún no había hablado con Izan. No era que yo no hubiera querido, pero él me había estado evitando desde el incidente con la camioneta. En realidad, solo evitaba hablar de ello. Desde el martes pasado, Izan se me había pegado como una garrapata. Más de lo usual. Nos acompañaba a Marisol y a mí a la facultad, incluso cuando él no tenía clases. Siempre que salía a hacer las compras, él recordaba que también necesitaba algo del mercado. Incluso me acompañaba al trabajo con el pretexto de que esa era su nueva ruta para hacer ejercicio. Pero nunca en todos esos momentos hablaba de lo que había pasado y, cada vez que yo sacaba el tema, él lo cambiaba por cosas triviales, bromas o un silencio incómodo.
Pero eso no lo salvaría mucho tiempo. Tarde o temprano iba a tener que darme explicaciones sobre el incidente de la camioneta. Y hoy sería el día.... O mejor dicho, la noche.
En cuanto Marisol y yo llegamos de una salida con amigas a la que él no pudo colarse, me dirigí hacia el ático que ahora era la habitación de Izan. Nunca antes me había acercado a esa parte de la casa, los miembros más antiguos del Rancho decían que se oían ruidos extraños algunas noches.
«Me pregunto si no les tendrá miedo a los fantasmas» pensé antes de llegar al final del pasillo y ver los endebles escalones plegables. Izan siempre dejaba la trampilla baja.
Pero antes de poner un pie en el primer escalón, escuché voces provenientes del ático. Voces no fantasmales que pronunciaron mi nombre.
—Yo creo que tiene cien—escuché decir a Gabriel, entre las risas de Izan y Nico.
Chicos. Puedo imaginarlos en la cama o entre las viejas cajas y baúles. Seguramente una botella de cerveza iba de mano en mano. Por un momento, me sorprendió lo rápido que Izan se había hecho amigo de los chicos, pero él siempre había sido bastante popular.
—No, debe ser más —lo corrigió Nicolás—. ¿Vos sin dudas, debés saber, Izan?
—La vez que le robé un corpiño, este decía que Lena tiene ciento quince de busto —sentenció él.
¡Sabía que había sido él! ¡¡Ahhgg!! A la mierda la charla, lo iba a matar ahora mismo.
—Okey, okey —escuché la voz de Nico en ese momento, acallando a las otras dos y a mis ansias asesinas—. Ahora díganme ¿quién de las chicas les parece la más sexy? ¿A quién le darían? —Se escucharon quejas, pero Nico insistió—. ¿Gabrielito?
Luego de un momento de silencio en el que me debatí si irme o escuchar, Gabriel contestó con cierta timidez:
—No sé. Creo que todas son lindas.
—Awww. Es tan tierno —se burló Nicolás.
—Tenés que elegir a una nomás —dijo Izan, marcando las reglas del juego.
—Las orgías no valen —agregó Nico, al mismo tiempo.
—Está bien. Está bien —aceptó Gabriel, con la voz de alguien que se rendía—. Elijo a Ayelén, entonces.
Se escucharon unas carcajadas y bromas que sonaron a algo parecido a "la sangre llama", "lo más probable es que terminen casados". Esa había sido una respuesta casi obvia, después de todo ellos eran amigos desde chicos. Sin embargo, eso no quitó que sintiera un poco de compasión de mí por sentirme atraída por alguien que obviamente no sentía lo mismo. Aunque aquella no fue la primera vez.
—¿Y vos? —le replicó Gabriel con tono cortante.
—¿Yo? —al parecer la pregunta había sido dirigida a Nicolás—. Yo le daría hasta el fin del mundo a Sam.
—¿Samanta? —Gabriel suena tan sorprendido como yo lo estaba—. ¿Sam, nuestra Sam?
He de admitir que yo también me había sorprendido. Sam era muy guapa. Pero era tan callada y tranquila que era difícil imaginarla como el sueño de alguno de los chicos, en especial el de un completo pervertido como Nicolás.
—Ustedes no entienden del buen gusto —se defendió Nico y explotaron más carcajadas.
«¿En serio estaba escuchando esto?» Podría intentar hablar con Izan luego, cuando se le bajara la testarrona y ahorrarme malos sueños. Estaba a punto de irme cuando...
—¿Y vos, Ferrer? —preguntó Gabriel.
Okey. Puede que la curiosidad haya detenido mis pasos.
—¿Para qué preguntarle? —le interrumpe Nico—. Si ya sabemos la respuesta.
—¿Y cuál es, Sherlock? —pregunta Izan entre divertido y cauto.
—¡Lena! —gritan Nico y Gabriel a la vez, entre más risa.
—¡Ni loco!
—Sí, loquito te tiene Lena a vos —respondió Nico—. Esta semana no dejaste de seguirla a todos lados.
De pronto la habitación detrás de la puerta se calmó. Parecía como si iban a entablar una de esas conversaciones varoniles sobre sentimientos... ¿Sobre mí?
—No hay necesidad de ser tímido. No te preocupes, no le vamos a decir nada —agregó Gabriel con complicidad—. Es un milagro que te aguante cuando te ponés pesado. Ayer creí que te mataría si encontraba un arma.
—Sí. Aunque Lena es una chica creativa, lo hubiera degollado con la bombilla del mate si de verdad quisiera —lo apoyó Nico y no estaba segura si sentirme halagada u ofendida.