Aether

EXTRATERRESTRE

IZAN

 

—¿Protegerme? —gritó Lena, hecha una furia—. ¿Protegerme de qué?

—De mí.

Un terror frío recorrió mi espalda cuando reconocí ese acento tan extraño y familiar a la vez en una voz, ronca y arrastrada, como el roce de una lija.

Una sombra se movió detrás de Lena y un hombre alto y musculoso apareció prácticamente de la nada a unos tres metros de distancia. Estaba completamente vestido de gris: jeans, campera deportiva, gorra, incluso su piel tenía un tono grisáceo. Tenía la cabeza rapada y las manos tensadas como arcos a su costado. Una postura casualmente acechante. Era uno de ellos. Un voraz.

«¿Cómo era posible que no lo había sentido llegar?»

Lena soltó un gritito en cuanto lo vio y, al rozar su mente, supe por qué. Él, al igual todos los de su clase, no tenía aura. Ellos la habían perdido. Lena jamás había visto a alguien sin aura. Para ella, eso es imposible. Al igual que los ojos imposiblemente negros del voraz. Sin pupila, sin iris. Todo negro.

Sentí cómo el terror y la incertidumbre creciente de Lena comenzaban a invadir mi mente. Ella se daba cuenta que algo estaba mal y ya sospechaba que el sujeto que teníamos enfrente es uno de los que nos persiguieron el otro día. Y estaba en lo cierto.

Con un movimiento rápido, me coloqué delante de Lena, protegiéndola con mi cuerpo.

«¿Cómo puede ser tan rápido?» la oí preguntarse, sorprendida por mi velocidad inhumana.

—Lena, corré —le susurré entre dientes.

No la miré. Temía que pudiera ver mis ojos. Iguales a los del voraz.

Pero ella permaneció inmóvil detrás de mí. No por miedo, sino por coraje. Ella no me iba a dejar sólo con este maniático, pensó. Y, por un instante, me permití sentir dicha de su negación a dejarme solo.

—Lena, lo digo en serio —repetí, sin sacar los ojos de aquel voraz. Él no se molestaba en atacarnos, esperaría el momento para hacer su mejor movimiento. Esperaría a que sus víctimas no pudieran sentir más que terror absoluto. Estos tipos podían ser muy pacientes.

—No —se opuso ella, su voz impregnada de miedo y decisión.

—Aww. Que tierna —dijo el voraz, dándole una mirada perversa a Lena, deseando devorándosela.

—¿Por qué el suspenso? —pregunté, desafiándolo, intentando concentrar su atención en mí. Intenté ignorar la sorpresa que le causó a Lena aquel extraño acento en mi voz, el mismo acento del voraz—. Decime qué carajo querés y listo.

—Sabés qué quiero —respondió con su voz de lijadora, señalando detrás de mí—. La quiero a ella.

—¿Sabés que quiero yo? —contesté, dejando que una sonrisa apareciera en mi rostro—. Quiero romperte el culo a patadas por meterte en mi territorio.

—Tranquilo, pequeño aer —se burló el voraz.

—Izan ¿qué está pasando? —preguntó tímidamente Lena.

—Lo que pasa, muñeca, es que voy a matar a tu novio y te llevaré conmigo —respondió el voraz, deleitándose con esa idea.

Este voraz era extraño. No solo había ocultado su presencia, sino que también estaba solo. A diferencia de nosotros, ellos, normalmente se manejaban en grupo. Así nos cazaban. Pero este estaba completamente solo; por más que me concentrara, no oía ni sentía olor a ningún otro. Y, además, este tenía cierto humor. Ellos no hacían chistes ni se reían. Eran simples máquinas de rastreo y captura solamente.

Pero yo no era un aer normal tampoco. Un aer saldría corriendo, evitando ser cazado a cualquier coste. Yo no.

«Lena. Lena, escuchame.»

«¿Izan?»

«Si, estoy en tu mente.»

«¿Cómo...?»

«Sólo escuchá. En cuanto te diga: "corré" vas a correr. ¿Si?»

«Yo...»

«Si. Me vas a tener que dejar. Corré e intentá esconderte en algún lugar. Pero no vayas al Rancho. Metete en algún bar o algo. ¿Entendido?»

Luego de un momento, la escuché: «Okey.»

«No tengas miedo. Prometo que te encontraré.»

Hice algo que nunca había hecho con alguien más. Di un soplo a su mente, una especie de caricia telepática, que decía "prometo que todo va a estar bien".

Di un paso al frente, acercándome al voraz, intentando conservar su atención en mí, agradecido de que los voraces perdieran todas sus habilidades telequinéticas.

—¿No vas a correr? —preguntó, divertido y confiado, demasiado confiado para su conveniencia—. Los de su tipo siempre corren.

—Yo no —respondí, mostrando mi sonrisa más peligrosa y colocándome en posición de ataque, provocando en él una carcajada al estilo malvado de Hollywood.

Sólo tuve un minuto para saber qué iba a hacer y poder susurrarle a Lena:

«¡Corre!»

Y, por primera vez en su vida, Lena me hizo caso.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.