Aether

PERFUME

LENA

 

Dale a tu cuerpo alegría, Macarena. Que tu cuerpo es pa' darle alegía y cosa buena. Dale a tu cuerpo alegría, Macarena- Hey, Macarena. ¡Ay...! 

El altísimo volumen de la radio y los alaridos de Nico siguiendo la letra lograron arrancarme del sueño.

Pero yo no quería despertar. No quería aceptar que todo lo que había pasado la noche anterior era algo más que un sueño muy bizarro. No quería admitir que Izan no era humano y que cabía la posibilidad de que yo tampoco lo era. Que existían alienígenas asesinos y que Izan no me contó todo lo que al respecto. Y por alguna razón, estaba segura que eso que se guarda tenía algo que ver con el temita de los niños índigos y lo que me había prevenido Lidia. No podía ser solo coincidencia. Tenía un mal presentimiento.

Por ello, era hora de afrontar mi destino. Estaba decidida a oír el resto de la historia, por más que no me gustara el final.

Intenté concentrarme y llamar a Izan telepáticamente. Después de todo parecía que él siempre estaba espiando mis pensamientos. Tendría que golpearlo por eso luego.

«¿Estás ahí, chismoso?»

Nada. Lo intenté otra vez.

«¡Despertate! Tenemos que hablar, enanito verde.»

Tal vez su poder no funcionaba cuando estaba dormido. Eso podría arreglarse.

Decidida, aunque con pereza, me levanté de mi cama y me encaminé al cuarto de Izan. Ni siquiera me digné a mirarme en el espejo; sabía que me había dormido con la ropa puesta y debía estar hecha un asco.

Esta vez sí subí los peldaños que daban al ático, pero antes de asomar mi cabeza por allí, supe que Izan no estaba en su cuarto. No sentía esa suave vibración en el aire que siempre acompaña su presencia. Era como cuando te pasabas todo el día escuchando un ruido constante y sólo te dabas cuenta de ello en cuanto este se detenía. Nunca me di cuenta de ese detalle. ¿Sería alguna nueva habilidad mía? ¿O algo propio de su naturaleza alienígena? ¿O algún vínculo que sólo nos unía a Izan y a...? Corté con esa línea de idea. No había nada especial entre ese gentecito y yo. Y nunca lo habrá. NUNCA.

Ya me estaba poniendo de mal humor cuando lo llamé y nadie me contestó. Cobarde. Seguro huyó para no darme más información.

Frustrada y furiosa, regresé a mi habitación. Pero un papelito blanco con mi nombre pegado en la puerta me detuvo antes de entrar. Reconocí la letra pequeña y prolija al instante. Izan me había dejado una nota que decía:

Lena:

Lo de anoche fue real. Sí, soy un alien y ese sujeto casi nos mata y te salvé la vida, bla bla bla... Tuve que salir por unos asuntos. Hablamos cuando vuelva. No me extrañes ;)

Izan.

¿Qué habría pasado? ¿A dónde se habría ido? ¿Tendría algo que ver con lo que pasó anoche? Quizás tuvo que ir a contactar con la nave nodriza o algo por el estilo. Eso sería imposible de adivinar hasta que volviese. Al final, alejé a Izan de mis pensamientos y me dispuse a comenzar mi día. Después de todo ya era casi mediodía, y era mejor que me cambiase antes de comer algo y dedique mi tiempo a cosas más productivas que Izan Ferrer.

Cuando me estaba quitando la ropa para pegarme un baño, noté que esta olía un poco al perfume de Izan. Uno original de marca, por supuesto. Dediqué unos segundos a disfrutar del rico olorcito que sale de mi abrigo porque nunca era malo disfrutar de un buen perfume.

 

IZAN

        

Recién a la madrugada Izan volvió al Rancho.

Lo supe porque estaba despierta. No, no era como si lo hubiese estado esperando. Solo no había podido pegar un ojo de tanto pensar en todo lo que estaba pasando. Había intentado contar ovejas, pero estas se fueron convirtiendo en pequeños extraterrestres. Y estos en Izan. Y... ¡Ahgg!

Terminé rindiéndome a poder dormir y busqué alguna novela para dormir. Yo no era la persona más lectora del mundo, así que no tenía muchos libros. Tomé una novela romántica que había tomado de la colección de mi madre. Los romances apasionados con escoceses siempre hacían bien al corazón.

Estaba a punto de llegar a la parte donde los protagonistas daban rienda suelta a su amor, cuando golpearon la puerta.

—¿Lena? ¿Estás despierta? —dijo en voz baja Izan del otro lado de la puerta antes de que siquiera me levantara a ver quién era.

—Sip.

—¿Estás bien? —preguntó y no pudo disimular la preocupación en su voz.

—Estoy bien. No hay nada de qué preocuparse —respondí—. Solo tengo insomnio. Estoy leyendo.

Ninguno dijo nada por un par de minutos. Yo no retomé mi lectura, pero tampoco lo invité a pasar. Él tampoco me lo pidió. Pero, extrañamente, no era un silencio incómodo; sino que... Detuve esa línea de idea. Me recordé a mí misma que debía comenzar a tener cuidado con lo que pensaba acerca de Izan. Al parecer, mi mente ya no era solamente mía. Y eso era terriblemente molesto.




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