Siete años antes.
Mi habitación suele ser un maldito desastre. Si te drogas puedes percibir perfectamente el olor a marihuana en algunas esquinas de la habitación, incluso en los cajones de la mesa de noche.
Dos de la mañana, mis padres y hermanos seguramente estén durmiendo. Aunque lo más probable es que cualquiera de mis hermanos esté ligando por llamada con alguna de esas rubias con figura perfecta y esbelta que suelen pasearse por los pasillos del instituto y presumir de un lado a otro sus grandes traseros.
La densa lluvia lograba hacer ruidos molestos cuando chocaba con el techo de mi habitación, al mismo tiempo quitándome el sueño. Las gotas resbalaban por el vidrio de mi ventana y me quedaba observando algunas para ver cuál llegaba primero a la fría madera pulida del final de la ventana. Aparté mi vista de esta y di un pequeño recorrido con la mirada a la habitación. Tenía semanas sin siquiera hacer el intento de poner en orden mis zapatos y prendas de vestir que normalmente dejo tiradas por allí. La pereza no me permite llevarlas hasta mi armario y dejarlas allí sin tender.
Me levanté de la mesa que se encontraba justo en la ventana. Me dirige hacia el baño y tomé mi teléfono para revisar el correo y Twitter. Me senté en la repisa de cerámica que se encontraba junto al lavabo y crucé una pierna contra la otra. Revisaba aquel aparato perezosamente hasta que llegó un mensaje de texto. Abrí la bandeja de mensajes y me encontré con el número de Austin.
La verdad ya no me sorprendía que me escribiera a esta hora, normalmente lo hacía cuando estaba totalmente ebrio o drogado, regularmente las dos juntas. Volqué mis ojos y abrí el texto.
-Hola, nena, ¿zigues despierta?.
Odiaba su ortografía cada vez que se encontraba así.
-¿Qué quieres? Te he dicho que me dejaras en paz.
Un sonido en la ventana hizo que mi vista viajara rápidamente hacia el exterior del baño. Pensé que era algún ladrón o solo las fuertes brisas moviendo los vidrios de esta, decidí salir a ver qué era. El celular vibró en mi mano y pude ver otro mensaje de texto en mi bandeja, nuevamente era Austin.
-Abre la puta ventana, el frío está congelando mis huesos.
Sentí como mi corazón empezó a latir fuertemente y una pequeña sonrisa se dibujó en mi rostro. Arrojé el celular en la cama y di unos pequeños saltitos hasta llegar a la ventana. Corrí las cortinas hacia un lado y pude ver el cuerpo de Austin a través de la lluvia, estaba tiritando un poco y traía un abrigo que al parecer no daba mucho calor. Deslicé con sumo cuidado la perilla de la ventana para no despertar a nadie, mientras que el cuerpo de Austin se adentraba en mi habitación.
La volví a cerrar y me dirige a paso rápido hacia el baño para buscar una toalla y unos vaqueros viejos de mis hermanos, también tomé una camiseta desgastada. Salí de allí y Austin se encontraba sentado en un banquillo, semi dormido.
-Hey, cariño, despierta -dije en un tono suave y un poco maternal -te traje esto para que no te pesque un resfriado.
Gruñó un poco y abrió los ojos lentamente, me miró de pies a cabeza con cierto coraje, lo que instintivamente me hizo retroceder. Tomó las cosas de mala gana y empezó a desvestirse allí sentado.
-No sé cuántas veces te tengo que decir que no eres mi maldito bote de rescate -soltó con la voz ronca y no muy amigable. Definitivamente se encontraba drogado.
-Y yo te he dicho infinidad de veces que no soy tu bote de rescate, yo sólo intento ayudarte -me acerqué un poco y me envió una mirada advertencia para que no me acercara más.
-No me interesa tu patética ayuda -se ajustó los vaqueros y la camiseta.
-¿Entonces por qué carajos siempre vienes a mí cada vez que te encuentras hecho mierda? ¿Acaso tienes una puta idea de lo que dirían mis padres si te encontraran a estas horas aquí? -reproché alzando mi mentón y un poco más molesta.
-¿En algún momento he pedido tu miserable ayuda? Nunca te he dicho que me ayudes a salir de toda mi mierda, porque sencillamente ¡no quiero! -esta vez alzó la voz unos tonos más, y temí porque alguien en la casa oyera.
En el momento que oí esas palabras salir de su boca, sentí como las lágrimas amenazaban con salir sin mi consentimiento, una tras otra y sin parar. Mis manos comenzaban a temblar al mismo tiempo que mi palpitar, cuando Austin se drogaba solía ponerse algo agresivo, y por supuesto que no era el lugar ni el momento para que formara un alboroto.
La verdad nunca entendí por qué me trataba de esta manera, siempre había sido buena con él, intentaba ayudarlo con todo lo que estuviera a mi alcance, e incluso me involucré en sus sucios negocios para que no se enfadara. Pero cualquier mínimo error o reproche era capaz de derribar todo lo que había logrado construir con él.
-Por supuesto que no haz pedido mi ayuda, pero yo quiero hacerlo, porque a pesar de todo, te quiero y sé que tú también me quieres a mí -susurré un poco y con la esperanza en la mano de que me dijera lo mismo.
-¿En serio me quieres? -elevó una de sus cejas con un notable interés y, al parecer, calmando un poco su humor, cosa que me tranquilizó considerablemente.
-Por supuesto, te quiero muchísimo -podía transmitir la súplica por un poco de amor en mis ojos.
-Entonces dame de la marihuana y los porros que tienes ocultos en alguna parte de tu habitación, no soy tan imbécil como para no detectar el olor -enredó un poco su cabello con una de sus manos y mirando a la esquina que desprendía el olor.
Realmente no quería darle ni un poco, temía que si se lo entregaba me obligaría a ir con él quién sabe a dónde y haría lo que quisiese conmigo. Y créanme que estaba lo suficientemente drogado como para no detenerse a pensar un segundo.
-No lo sé, Austin -mi voz tembló sin siquiera darme cuenta -supongo que debes recordar lo que pasó la vez que te hice caso.