Siete años antes.
—¡Austin! Te dije que no quiero ir, sabes el terror que me da ese lugar —dije en un susurro alto y con cierta molestia.
Cada fin de mes, debíamos asistir a la mansión de Los Murphy, quienes repartían su basura a cada grupo de personas que se dedicaba a venderlas, y así llevarle las ganancias y solo obtener una mísera cantidad de dinero, a pesar del riesgo que es andar por allí con esa porquería.
En un pequeño resumen, son los traficantes de drogas más reconocidos en toda Georgia. Pero esta familia no sólo es conocida en este lugar, sino en tres países más, aunque lo único que sé con certeza es que el lugar de origen de esta gente es México. Sí, no es para asombrarse mucho ya en ese país la delincuencia es algo cotidiano.
Se dice que quien no consigue ni entrega las ganancias completas, lo toman allí mismo y lo introducen en un cuarto especial de tortura en esta gran mansión. Tienen contratadas a personas expertas en hacer ese trabajo. Una vez ahí dentro, le hacen impensables calamidades, también se rumoreaba que se oyen los gritos y súplicas de las víctimas. Luego de haber muerto en ese cuarto, enviaban el cuerpo a un lugar donde lo hacían desaparecer de la faz de la tierra.
Casi como si nunca hubiese existido.
—Y yo te dije que ambos debemos asistir porque nos irá peor, además de que juntos vendemos la metanfetamína—, nos señaló al mismo tiempo que explicaba con poca paciencia la situación —¿qué crees que dirá el señor Murphy si solo me ve a mí? ¡Querrán matarme! Y supongo que tú no quieres que yo muera.
—¡Por supuesto que no quiero eso! —dije con temor en la voz. —Moriría si algo te pasara, pero sabes que es muy peligroso que entremos allí, sobre todo las mujeres. Los dos sabemos perfectamente que el señor Murphy es un depravado en busca de chicas jóvenes como yo. —bajé la voz, pensando en lo asqueroso que era ese hombre.
—Por favor, lo dices como si no pudieses aguantar solo un toqueteo. Ni que te fuese a violar, exagerada. —soltó ese comentario insensible y como si no le importara lo que pudieran hacerme.
—¡Eres un estúpido! ¿Acaso no te importa si llegan a hacerme algo? O peor, tomarme de rehén y usarme como objeto sexual. —Comenzaba a alterarme, sabía que Austin podría salirse de control pero no pude evitar reprocharle.
—Ni que estuvieras tan buena, Afrodita. —Parecía que la situación le estaba causando aburrimiento. Idiota.
Estuve a punto de replicar cuando sentí unas palmas gruesas y ásperas sobre mis hombros desnudos. Un frío recorrió mi cuerpo de pies a cabeza y sentí como mi rostro comenzaba a tornarse pálido, al igual que mis labios. Unas ligeras náuseas me invadieron, haciéndome reprimirlas y tomar todo el valor que era capaz de mantener en ese momento, girando mi vista hacia la persona responsable de mi espasmo.
—Muy buenas tardes, chicos. Me alegra que siempre vengan por su cuenta y no me tengan deudas conmigo. —Esbozó una sonrisa macabra y llena de maldad. Me causaba escalofríos.
—Sí, señor Murhy. Sabe cómo soy respecto a los pagos. —Austin habló e intentó aliviar el ambiente pesado que se había creado gracias a su presencia. —No me agrada la idea de estar en deudas.
—Estoy orgulloso, mis fieles trabajadores. —Me soltó y pude sentir una increíble sensación de alivio en ese momento. —En fin, entremos a mi oficina.
Tres guardaespaldas comenzaron a seguirnos el paso, acción que causó un escalofrío recorrer me de pies a cabeza. Austin, por el contrario, parecía muy confiado y seguro de sí mismo. Giré para examinar de mejor manera el rostro de las demás personas que estaban con nosotros. Parecía que estaban tramando algo, cosa que me llenó de un repentino pánico.
Caminamos por los pasillos que no tenían ni una sola ventanilla entre las blancas paredes con algunas franjas naranjas. Nunca habíamos entrado aquí. Debía mantener la calma, seguramente solo habían cambiado de oficina y yo estaba siendo paranóica. ¿Y si en realidad nos están llevando al cuarto de tortura? No habían muchas probabilidades de que eso sucediera, no teníamos ninguna deuda.
—¡Ulises, ya te he dicho que no pases por esta zona de la casa cuando esté trabajando! —alzó la voz el señor Murphy para dirigirse a un chico que mantenía la vista fija en su teléfono.
—No molestes, ya te he dicho que no me llames por ese nombre. Buscaba mi cargador, no lo encuentro en ningún lado. —respondió el chico con un tono aburrido, —además, ya me iba —. Se perdió de nuestra vista, al mismo tiempo que el señor Murphy recobraba la compostura. Me pareció muy atractivo.
—¿Por qué observas tanto a ese chico? —Austin tomó mi brazo disimuladamente, apretando con cierta fuerza y molestia; nuevamente dejaría una pequeña marca.
—No lo estoy observando. —dije mientras intentaba zafarme de su agarre —¿podrías soltarme? Eso duele —lo miré a los ojos, intentando transmitirle piedad.
Su agarre terminó cuando el señor Murphy abrió la puerta de su oficina y todos entramos inconscientemente, o al menos Austin y yo.
Observamos un poco el lugar mientras seguíamos el ritmo de las pisadas de aquellos hombres. A simple vista parecía ser no muy lujoso para la cantidad de dinero que poseían estas personas. Pero cuando veías más en detalle, notabas que todo lo que había en ese lugar era importado y no podrías conseguirlo en cualquier lugar.
—Pueden tomar asiento, chicos. —el señor Murphy se aclaró la garganta, al mismo tiempo que hacíamos lo que nos pidió.
—Cuénteme, joven Austin, ¿qué tal las ventas de este mes? —apoyó sus codos en el escritorio y hablando con cierto interés.
—De maravilla, señor Murphy. —respondió Austin con el mismo interés, —no hubo inconveniente alguno, el dinero está completo —. Sacó su billetera, tomó el dinero y lo arrastró en el escritorio hasta él.
—¿Quinientos dólares? Me parece excelente, esperaba más pero debido a que en esa ocasión no les entregué mucha mercancía, estoy conforme. —solté un suspiro de alivio, pensé que nos haría algo.