Afrodita

[ 14 ]

—¡Hija, ya estamos en el aeropuerto! —avisó con su típica escandalosa voz.
 


 

—De acuerdo, mamá, ya voy saliendo. —Respondí y comencé a buscar mi celular para llamar a mi chófer, por suerte ya le había dado aviso de que saldríamos unas cuantas veces hoy.
 


 

Tomé mi bolso y unos lentes, el sol era capaz de derretir personas a medio día. Terminé de planchar mi traje con mis manos y me dispuse a salir de la oficina. 
 


 

—Hey, cielo. —Me interrumpió Damian, haciendo que detuviera mi paso, —cuando te desocupes, necesito hablar de algo importante contigo, hablo en serio. —Su expresión divertida pasó a un gesto carente de gracia o juego. 
 


 

—De acuerdo, te daré aviso en cuanto tenga un tiempo. —Continué el paso hasta, finalmente, salir de la oficina. 
 


 

Decidí no tomarme la molestia de avisarle a Rebecca, puesto que estaban en hora de almuerzo y sería una molestia. Entré en el ascensor y esperé hasta llegar al primer piso. Me preguntaba qué sintió Damian mientras teníamos sexo, ¿acaso dejaría de tratarme como normalmente lo hace ya que consiguió lo que la mayoría de hombres quieren? ¿Sería eso lo que quería hablar conmigo? Esperaba que no.
 


 

Y analizando mejor la situación, ¿por qué siempre pensaba estas cosas? Normalmente no le daba importancia si dejaban de buscarme o no. Desde un principio su presencia siempre causó nervios en mi sistema, si se acercaba demasiado mi ritmo cardíaco perdía el control. Los hoyuelos en sus mejillas enviaban una ola de calidez. 
 


 

Por un momento temí que me estuviera enamorando de Coleman, solo había estado enamorada una vez en mi vida, y fue el mismísimo infierno. ¿Él sentiría lo mismo? Lo más probable era que no. 
 


 

Salí del ascensor con la mente un poco nublada y caminé a paso rápido hacia la salida de la empresa, seguramente el chófer ya se encontraba ahí. Y tal como pensé, allí estaba. Abrí la puerta del auto y arrancó.
 


 

¿Qué sería aquello que Damian quería conservar conmigo? No parecía estar bromeando, y casi nunca mantiene esa expresión cuando habla conmigo. Dejé de pensar en eso cuando sentí como mi intimidad aún se encontraba húmeda, me removí en el asiento y la situación empeoró. 
 


 

Piensa en algo aburrido. 
 


 

Piensa en otra cosa. 
 


 

Piensa en gallinas. Esperen, ¿gallinas?
 


 

Sacudí un poco mi cabeza y revisé mi bandeja de mensajes, seguramente mi madre me había dejado miles de mensajes preguntando cuánto me faltaba para llegar. Sí, parecía una niña. 
 


 

Recuerdo perfectamente cuando era más más pequeña y mi madre solía robarme las paletas que me traía mi padre. Luego llegaba él y discutían graciosamente mientras yo daba vueltas por el jardín. 
 


 

Mis hermanos eran otra historia. Pues cada que me veían tranquila y entretenida, no podían evitar molestarme y ponerme apodos bobos. El que solían usar con frecuencia era Niña malcriada come mocos. 
 


 

Sí, amigos. Yo, Afrodita Mercy, era una niña malcriada que se comía los mocos a los ocho años. Mi padre no me llamaba la atención porque, vamos, era su única hija y la menor de todos, era y soy su bebé. 
 


 

—Señorita, hemos llegado al aeropuerto, —avisó el chófer, sacándome de mis pensamientos. 
 


 

—Muchas gracias, seguro que estarán esperando impacientemente allí adentro, —respondí entre dientes y salí del auto con el celular en mano, quizás pueda necesitarlo. 
 


 

Estaba concentrada caminando en el gran estacionamiento, hasta que vi a alguien haciendo disimulo de esconderse tras un auto. Quise ir a ver quién era porque al parecer estaba viéndome, pero mi celular comenzó a vibrar por todos los mensajes que llegaban, sabía que lo necesitaría. 
 


 

Ignoré por completo lo sucedido y aceleré el paso hasta llegar al interior del lugar. Me puse de puntitas para intentar localizarlos y... ¡Bingo! Allí se encontraba mi alocada familia. Me dirige hacia ellos y no tardaron en notar mi presencia. 
 


 

—¡Hola! —Dije en voz alta y con mucha energía. Me contentaba verles el rostro a todos después de tanto tiempo. Guardé mi celular en uno de los bolsillos de mi falda, preparada para que me bombardearan de abrazos. 
 


 

—¡Afrodita! —Exclamaron todos al unísono, haciendo que una sonrisa tierna se me escapara. 
 


 

Todos se lanzaron encima de mí y me apretaron con fuerza entre sus brazos. El olor característico de cada uno seguía intacto. 
 


 

Mis hermanos, Michael y Charles, siempre olían a nueces; mamá emanaba olor a mermelada de fresas; y papá, su típico perfume de señor. Estábamos todos envueltos en un efusivo abrazo, hacía años que no nos reuníamos en familia. 
 


 

—De acuerdo, ¿ahora sí podemos irnos a casa? —Me despegué del abrazo y propuse. 
 


 

—Me temo que aún falta alguien, cariño. —Respondió mi madre, buscando a alguien mientras giraba su vista hacia los lados. —¡Oh, allá viene!
 


 

—¿Quién vien... —No terminé de hablar porque alguien se lanzó en mi espalda, haciéndome encorvar y soltar un quejido grueso. 
 


 

—¡Sorpresa! ¿A que no esperaste verme tan pronto? —Exclamó esa voz chillona y divertida que conozco como a la palma de mi mano. 
 


 

—¡Briseida! —Dije con emoción, despegando la de mi espalda y envolviéndola en mis brazos. Esto sí que me tomó desprevenida, amaba cuando me daban este tipo de sorpresas.
 


 

—¿Pero... Cómo has venido? ¿Qué pasa con la universidad? —Le pregunté confusa, soltándola y preguntando, con clara confusión en mi rostro. 
 



#7907 en Joven Adulto

En el texto hay: misterio, sexo, sexo dinero amor

Editado: 12.10.2020

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