—Bueno, no te quedes ahí, hija. A trabajar. —La voz del tío Arturo me sacó de mis pensamientos. Metí lo que sobraba de la trenza en la gorra e imité a mi tío en los movimientos. Había unos que otros dibujos pegados en pared. Como cuando reemplazaron la pared con más papel porque se habían terminado los lugares para pintar. Eso nos tomó un poco de tiempo porque el despegarlos traía consigo parte de la pintura anterior al grafiti. Le di una mirada a mi tío y ya imaginaba sus pensamientos. No era un hombre dado a esta clase de arte. Prefería las paredes de una casa totalmente normales.
Aún le oía refunfuñando cuando encontraba alguna pintura fuera de lugar en los exteriores de su casa.
Zayn
—Los trabajadores llegaron hace dos horas. Los había citado a las ocho, para que lo sepas. Te aviso para que no te sorprenda encontrarte con el ruido. Son cinco. Tres limpiando y dos remodelando tu habitación. Yo debo irme pero regresaré a eso de las tres. Si necesitas algo no dudes en llamarme.
Asentí a Clay y devolví mi atención a la conversación por teléfono con mamá.
Tardamos poco más de otra hora hablando, hasta que se tuvo que excusarse por cortar la llamada porque debía preparar la cena.
Yo aún no había almorzado y moría de hambre, me preguntaba si los trabajadores ya lo habían hecho. Bajaría a la cocina para pedir algo de comer y averiguarlo.
Cuando llegué a la cocina, encontré a una mujer desempacando unas bolsas que olían a comida. Me sonrió y saludó.
—Espero que no le moleste. Tomaremos un descanso para almorzar pero ya casi todo está terminado. Nos queda cambiar las cortinas de las habitaciones y guardar lo que se ha secado.
— ¿Sabe cómo va la habitación que están pintando?
— Por supuesto. También están por terminar, señor.
—Llámeme Zayn.
—Zayn. ¿Ya almorzó? —Negué— bueno, nosotros siempre traemos de más. Si gusta puedo servirle un poco. —Asentí porque jodidamente no iba a esperar un domicilio.
Minutos después, no me di cuenta el momento en que acabé almorzando con las tres mujeres de la limpieza. Les conté que me había ido de viaje por una semana y por eso la razón de pedir la limpieza general. Al poco tiempo apareció un hombre de mediana estatura, grueso, algo sucio de pintura y con una barba blanca que lo ponía en una edad pasados los cuarenta.
— ¿Dónde está tu mano derecha? —preguntó la mujer que se había presentado a mí como Molly.
— Se quedó terminando una última pared. Ya sabes cómo es. Bajará en unos cinco minutos. Sólo nos falta darle la última pasada a una pared y revisar que todo haya quedado perfecto. —El hombre me miró curioso y luego algo sorprendido. De hecho, al igual que Molly, al minuto de estar sentados, miraba de reojo hacia la entrada de la cocina. Supongo que estaban preocupados por el otro trabajador.
—Creo que su otro compañero debería bajar. Se le enfriará la comida. —Molly se puso inmediatamente de pie.
—Sí. Creo que iré a buscarle.
—Descuide. Yo puedo ir. De todas formas tengo curiosidad por ver la habitación. Usted puede terminar de comer. —Me levanté de mi asiento aprovechando que había terminado mi plato y me dirigí a la habitación.
Cuando entré, comprobé que efectivamente estaban a poco de terminar. Eran rápidos. O tal vez la habitación no era tan grande. Divisé al otro trabajador de espaldas a mí. Pero al segundo de observarlo, noté que no era un hombre. Si bien, el overol de trabajo le quedaba grande, estaba bailando sobre una butaca y se movía como una mujer. Me acerqué y noté su concentración en su trabajo y la música. Era bajita, por lo que cuando la toqué, no calculé que se asustaría al punto de pasarme la brocha por los ojos al girarse sobresaltada.
— ¡Oh por Dios! Hombre, lo siento muchísimo. Me asustaste te juro que yo no…
— ¡Detente! No te entiendo. — Respondí aún con mis ojos cerrados intentando tantear la habitación. — ¡Joder! No veo nada. ¡Me arden los ojos!
— ¡Espera! Ven conmigo. — Seguí moviéndome intentando buscar algo donde apoyarme. — ¡NO! ¡NO VAYAS POR AHÍ!
La sentí jalarme hasta que choqué con su cuerpo. — ¡Casi arruinas mi trabajo!
— ¡¿PERDÓN?! ¡Tú me cegaste! —Le respondí histérico mientras la sentía conducirme a algún lado. Segundos después sentí sus manos en mi rostro lanzándome agua. Poco a poco pude empezar a abrir mis ojos y comprobar que la pintura no había entrado realmente a ellos, pero sí ardían un poco. Cuando finalmente terminó de limpiarme, pude reconocer su rostro a través del espejo de baño en la habitación.
— ¿Se puede saber qué demonios haces tú aquí?
— También me da gusto verte. —Sonrió culpable.