MARA
Parece que el agotamiento del día anterior se hizo notar en mi cara a la mañana siguiente. En el momento que hice mi entrada a la cocina, Cookie y papá reemplazaron sus saludos con una acotación a mi rostro demacrado. Por mi parte les sonreí y me tomé el café ofrecido por mi padre.
— ¿Cómo estuvo la reunión?
— Nada fuera de lo normal. Observé un poco a los padres, nos informaron sobre las actividades finales y dieron la bienvenida a las vacaciones. —Me percaté de la sonrisa de Cookie mientras levantaba sus brazos en señal de victoria. Miré de vuelta a papá: — ¿Conseguiste la niñera?
— Tengo que entrevistar a dos después de las seis. Son pocas las dispuestas por temporada. Casi todas tienen niños agendados.
— Pero yo no podré estar.
— Lo siento, hija. Fue el único horario que pudimos convenir para la entrevista. —Acepté a regañadientes perderme la elección de niñera.
— Bueno, yo debo irme. Los amo. Disfruta tu último día de clases, Cookie. —Lancé un beso a ambos y salí lo más rápido posible de casa.
El día en el trabajo marchó con más de lo mismo. Ese día planeábamos la despedida de Sandra. Una de las mejores trabajadoras de mi tía, por lo que además de trabajar, teníamos que apresurarnos a casa de tía Molly para ultimar detalles.
Durante el descanso, me permití revisar un poco las redes sociales. En los últimos dos meses y medio había tenido menos tiempo de hacerlo mientras me adaptaba a la rutina. Zayn si seguía aparecer. Lo poco que se decía ya lo sabía desde la última vez que fui a su casa. Sus padres seguían en la ciudad y al parecer se concentraba solo en ellos.
— ¡Mara! ¿Me prestas una de las pinzas de tu caja?
— Hoy no traje la mía. Ya me devolvieron la de la empresa así que tómala con confianza.
Continué almorzando mientras contestaba unos mensajes a Liam. Desde la primera cita habíamos alcanzado a compartir como mucho unas dos salidas. Y en la última sentí que intentaba acercarse más allá de una amistad. Incluso creí percibir un coqueteo.
— Mara, casi se pierde este papel al abrir la caja. Creo que es tuyo.
Miré a Frankie extenderme un pequeño papel. Lo tomé para encontrar el último mensaje en el planeta tierra que esperaba tener:
“Llámame.
Z. Xx”
Debajo ponía un número de teléfono. Inmediatamente miré emocionada a Frankie. —¿Supongo que el mensaje es bienvenido?
— ¡Oh, Frankie, no tienes ni idea! —Reí. Registré el número de teléfono en el acto con una leve duda sobre el nombre a colocar. Al final me decidí por la misma firma que usó en la nota: “Z Xx”
Dudé al enviar mi primer mensaje. ¿Qué podía escribirle? ¿Bastaría con un simple saludo?
— Frankie —el aludido me dio su atención a medias. Se encontraba concentrado solo en su comida. —Si le das el número a una chica con la petición de que te llame, ¿realmente esperas la llamada o con un mensaje bastará?
— ¿La nota te descolocó, no? —Sonrió pícaro. Asentí porque Frankie era el amigo hombre más honesto que poseía. — Bueno, se entiende que no siempre es literal. Con un mensaje simpático que incluya un emoji estaría bien. Pero apreciaríamos más la iniciativa de llamar.
Con tal información, me di mentalmente ánimos para atreverme a marcarle. El característico tono apareció. A la tercera vez me di cuenta que no iba a responder por lo que mi reciente valentía descendió hasta el núcleo de la tierra.
En su lugar, tres segundos después lo que ascendió como espuma fueron los nervios al ver el identificador. Tomé tres respiraciones y respondí con un desconfiado “hola”.
— Creí que me devolverías el gesto. Lo siento. Necesitaba dejar caer la llamada para marcar de vuelta y confirmar que eras tú.
Titubeé: —No hay problema.
Nos quedamos segundos en silencio. — ¿No vas a preguntar por qué te di mi número?
— Esperaba que no hubiera necesidad. Dímelo.
— Bueno, me agradó conversar contigo. He revisado las redes desde que has estado en mi casa y ni una vez revelaste algo. Además, siento que te debo una disculpa todavía por lo de mi hermana.
— Oh, eso está olvidado. Pero si te sirve, tómalo como venganza por el golpe de Malcom.
— ¡Ya no recordaba a ese tipo!
— Es un rufián que no merece la pena.
— ¡Rufián! Hace tiempo no escuchaba esa palabra. Aunque no creo que sea el calificativo que se acerque a su persona.
— Te hace dudar de mi buen juicio el que me haya liado con él.
— ¿De verdad ustedes…?
— ¿Tuvimos sexo? —Me sonrojé. Lo escuché confirmar su pregunta al otro lado. —Sí. No puedo quejarme. Fue un buen sexo. Pero solo eso. Creí que a un hombre de su edad no había necesidad de aclararle las políticas de nuestra relación.