Al día siguiente, me desperté con la luz suave del sol entrando por la ventana. Me tomé mi tiempo para salir de la cama, pensando en lo sucedido los últimos días. La verdad era que no me estaba acostumbrando a cómo las cosas estaban cambiando tan rápido. Harper siempre había sido la que me daba estabilidad, pero últimamente, parecía que había alguien más ocupando ese espacio.
Cuando llegué a la cocina, Harper ya estaba sentada con su café, su teléfono en mano y una sonrisa que no podía ocultar.
—Estuve hablando con Chris anoche —dijo sin levantar la vista de la pantalla—. Parece que vamos a ir juntos a comprar algunas cosas para la universidad hoy. Así que me voy un poco antes.
Sentí una punzada de celos, tan inesperada como irrazonable. ¿Por qué sentía esto? No tenía ningún motivo para molestarme. Chris era solo un chico, y Harper… bueno, ella merecía ser feliz, como siempre había sido. Me apresuré a ocultar la incomodidad bajo una sonrisa fingida.
—Eso suena genial —dije, esforzándome por sonar entusiasta—. Seguro será divertido. Dale recuerdos de mi parte.
Harper me miró y sonrió de manera despreocupada, como si no notara nada. Estaba emocionada, como si aquella salida con Chris fuera lo más natural del mundo.
—Gracias, Sarah. Prometo que no tardaré mucho. Quizás podamos almorzar juntas más tarde.
Asentí mientras ella se levantaba de la mesa, apurándose a terminar su café. En cuanto la puerta se cerró detrás de ella, el silencio me envolvió, y con él, esa sensación incómoda que había estado tratando de ignorar. Los recuerdos de David volvieron de golpe, mezclados con la presencia de Chris y su extraño parecido con él.
Me levanté y recogí los platos del desayuno, tratando de distraerme. No había razón para sentirme así. Pero, por más que intentara convencerme, no podía negar que algo en mí se removía cada vez que pensaba en Harper y Chris juntos. Era absurdo, pero no podía evitarlo.
Después de todo, era imposible no pensar en lo que hubiera sido si yo no hubiera rechazado a David en su momento. Ahora era como si el universo estuviera jugándome una broma cruel, recordándome, a través de Chris, todo lo que había perdido.
Después de lavar los platos, me quedé un rato en silencio, observando por la ventana. Afuera, el día parecía perfecto. Gente paseaba despreocupada, y los ruidos de la ciudad llenaban el aire. Sin embargo, dentro de mí, todo estaba al revés.
Al darme la vuelta para salir de la cocina, lo vi. David estaba parado justo frente a mí, apoyado en el marco de la puerta, con esa sonrisa que tanto recordaba. Mi corazón dio un vuelco, y la sangre me dejó la cara helada.
—David... —susurré, sin atreverme a moverme—. No puede ser.
Él simplemente sonrió, cruzando los brazos frente a su pecho, como solía hacer cuando quería bromear.
—Claro que puedes sentirte culpable, Sarah. Tienes toda la razón. Me dejaste ir. —Su tono era casual, casi sarcástico.
Mis piernas comenzaron a temblar, y me aferré al borde de la encimera para no perder el equilibrio. Esto no podía estar pasando. Tenía que ser un sueño. Cerré los ojos, esperando que al abrirlos, todo desapareciera.
—No, no estás soñando —dijo David con una risa suave—. Soy tan real como tu dolor, Sarah. ¿Acaso no lo sientes? Esa punzada, justo ahí —señaló su pecho, exactamente en el lugar donde mi corazón latía con fuerza—. Es lo que te recuerda lo que perdiste.
Abrí los ojos de nuevo, y ahí seguía. Cada vez que lo miraba, me costaba más respirar.
—¿Qué... qué está pasando? —murmuré, completamente perdida.
David se echó a reír, su risa sonaba tan viva que hizo que un escalofrío recorriera mi espalda.
—Oh, vamos. Soy una creación de tu imaginación, o... bueno, mejor dicho, soy la manifestación de tu culpa. Esa que no puedes dejar de sentir.
Mi mente intentaba procesar lo que estaba escuchando, pero nada tenía sentido. ¿Cómo podía estar aquí? No había razón lógica para esto.
—Tú... no puedes estar aquí —logré decir finalmente, dando un paso hacia atrás.
—¿No? —David dio un paso adelante—. Sabes que puedo estar donde tú quieras, Sarah. Porque no soy más que un reflejo de lo que llevas dentro.
Me quedé sin palabras, sin saber cómo reaccionar ante lo que él decía. Todo esto... era demasiado. Y, sin embargo, tenía razón.
David inclinó la cabeza, su sonrisa seguía siendo la misma, esa que hacía que todo pareciera una broma, aunque nada de esto lo fuera.
—Sin embargo, Sarah, no estoy aquí para atormentarte. —Su voz bajó un poco, como si intentara ser más suave, pero al mismo tiempo firme—. Debes dejarme ir. Si no lo haces, no podré descansar en paz… y tú no podrás seguir adelante.
Sus palabras me golpearon como una verdad que había estado evitando todo este tiempo. Pero antes de que pudiera responder, David soltó una risa y, de repente, desapareció para aparecer en otro rincón de la cocina, como si fuera un truco de magia.
—Seré tu guía —continuó con una voz más ligera, mientras se movía de un lado a otro—. No te preocupes, Sarah. Seremos como Shaggy y Scooby o como Finn y Jake, ¿qué te parece?
La forma en que lo decía, con esa broma ligera, me tomó completamente por sorpresa. Mis pensamientos seguían siendo un torbellino, y nada de lo que ocurría tenía sentido. Pero, en medio de todo ese caos, una pequeña sonrisa se me escapó. Era imposible no sonreír cuando David hablaba así, como si todo fuera tan simple y fácil de arreglar.
—David... —intenté decir algo, cualquier cosa, pero no salieron más palabras.
Él volvió a aparecer frente a mí, mirándome con ternura, como si supiera lo que estaba pasando en mi cabeza, y esa sonrisa suya seguía ahí, como si todo fuera solo una aventura más.
David me miró fijamente, su expresión más seria ahora, aunque la sonrisa seguía presente, enmarcando su rostro de una manera que siempre me había resultado reconfortante.
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Editado: 11.12.2024