After You

Capítulo #4

Me senté en el sofá, mirando a David mientras jugaba con uno de los cojines en sus manos. Él estaba relajado, como siempre, pero mi mente seguía dando vueltas a lo que había dicho antes. No era para siempre. Las palabras resonaban en mi cabeza como un eco.

—¿Qué quisiste decir con eso? —le pregunté, rompiendo el silencio que se había instalado en la habitación—. Con que esto no es para siempre.

David me miró, dejando el cojín de lado y apoyando los codos en las rodillas, inclinándose hacia adelante. Sus ojos, aunque familiares, tenían una intensidad que no recordaba haber visto antes.

—Sabía que me lo preguntarías tarde o temprano —dijo, esbozando una leve sonrisa antes de ponerse más serio—. Mira, Sarah... esto —señaló a su alrededor, como refiriéndose a sí mismo y a la conversación que estábamos teniendo— no es real en el sentido en que crees. No estoy realmente aquí. Soy una manifestación de tu mente, de tu subconsciente.

Fruncí el ceño, tratando de entender sus palabras, aunque en el fondo, algo dentro de mí ya lo sabía.

—¿Una manifestación? —repetí, con la voz casi apagada.

David asintió.

—Sí. Verás, cuando alguien pasa por una pérdida como la tuya, y no es capaz de lidiar con la culpa o con el dolor, el subconsciente busca maneras de protegerse, de sanar. En tu caso, creó esta versión de mí —se señaló a sí mismo— para ayudarte a seguir adelante.

Sentí un nudo formándose en mi estómago. Todo empezaba a encajar. La razón por la que David seguía apareciendo en mis sueños, por qué no podía dejar de verlo... Era todo parte de mí.

—Pero... —mi voz temblaba mientras intentaba articular lo que estaba pensando—. ¿Eso significa que nunca voy a dejar de verte? ¿Que siempre estarás aquí... porque no puedo superar esto?

David negó con la cabeza suavemente, sus ojos llenos de comprensión.

—No, Sarah. No es para siempre porque, en algún momento, vas a aceptar lo que pasó. Y cuando lo hagas, cuando dejes de culparte por mi muerte, yo... desapareceré. Y será porque ya no me necesitarás más. —Se inclinó hacia mí, su mirada firme—. No estoy aquí para atormentarte. Estoy aquí para guiarte. Pero cuando estés lista para seguir adelante, cuando realmente lo asimiles, yo me iré. Y entonces, estarás en paz.

Me quedé en silencio, procesando lo que acababa de decir. Las palabras "dejar ir" eran tan simples, pero se sentían tan pesadas, casi imposibles de llevar a cabo.

David me observaba, dándome el espacio que necesitaba para pensar. Pero lo que más me sorprendía era la calma que emanaba de él, como si ya supiera cómo terminaría todo, y estaba bien con ello.

—Pero... ¿y si no puedo? —pregunté finalmente, sintiendo una oleada de miedo.

David sonrió de nuevo, esta vez con una calidez que me hizo sentir un poco mejor.

—Podrás. Tal vez no hoy, tal vez no mañana... pero llegará el día. Y cuando eso pase, te prometo que estarás bien.

Intenté acercarme a él, las lágrimas empezando a llenar mis ojos sin siquiera darme cuenta. Estiré mi brazo, queriendo abrazarlo, sentir su presencia, aferrarme a la idea de que, al menos en esta forma, David seguía conmigo. Pero mi mano atravesó su cuerpo como si fuera aire. Un vacío, tan frío como la realidad, llenó mi pecho.

David me miró con esa calma que ahora parecía casi inalcanzable para mí.

—No podemos tocarnos, Sarah. No soy real, al menos no de la manera en que quisieras que lo fuera.

Me quedé congelada en el lugar, mis brazos cayendo sin fuerza a los lados. Asentí lentamente, sintiendo el peso de sus palabras hundiéndose en mi pecho. Volví a acomodarme en el sofá, abrazando mis propias piernas como si eso fuera suficiente para contener el torbellino de emociones que estaba creciendo dentro de mí.

Suspiré, mi mente girando con preguntas que no podía formular. Bajé la mirada hacia mis manos temblorosas y, en un murmullo, dije casi para mí misma:

—Así que... un guía, ¿eh?

David sonrió ligeramente, pero su expresión era seria, comprendiendo la magnitud de lo que acababa de aceptar.

—Exactamente. Soy tu guía en esto, pero el camino es tuyo. Tú tienes que recorrerlo, y al final, solo tú puedes decidir cuándo dejarme ir.

La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo el extraño y surrealista momento que estaba viviendo. Harper entró apresurada, su rostro reflejando preocupación y angustia. Se lanzó hacia mí, atravesando a David como si no estuviera ahí, sin siquiera percibir su presencia. Su abrazo fue inmediato, fuerte, casi desesperado.

—¿Estás bien? ¡Sarah, por Dios! —su voz temblaba mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. ¿Por qué no contestaste el teléfono? ¡Te he llamado mil veces!

La miré, confusa, a punto de decirle que apenas habían pasado unos minutos desde que me había sentado en el sofá. Pero Harper levantó la mano, señalando la ventana. Me giré para ver el cielo, completamente oscuro, salpicado de estrellas. Un abismo de tiempo que no había notado se extendía entre la realidad y lo que creía haber experimentado.

Agarré mi teléfono con manos temblorosas. Había varias llamadas perdidas de Harper, una tras otra. Sentí un escalofrío recorrerme, como si hubiera estado en otro lugar, atrapada en un limbo sin ser consciente de ello.

—Parece que perdiste la noción del tiempo —dijo David a mi lado, con una voz calmada que contrastaba con mi creciente ansiedad—. No le digas nada a Harper sobre mí. Ella no puede verme. Soy solo para ti, Sarah.

Tragué en seco, la realidad de sus palabras pesando más en mi mente. Miré a Harper, que seguía esperando una respuesta, su mirada llena de preocupación, mientras intentaba procesar lo que acababa de suceder.

—Lo siento, Harper —dije suavemente, intentando calmarla mientras me sentaba más cerca de ella—. Me quedé dormida y no me di cuenta del tiempo, lo siento de verdad.

Harper exhaló lentamente, su tensión fue disminuyendo poco a poco, aunque aún me miraba con preocupación. Se dejó caer en el sofá junto a mí, su cuerpo reflejando el cansancio que sentía tras todo el estrés.




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