Al día siguiente, los primeros rayos del sol iluminaron suavemente mi habitación. Me desperté con una sensación extraña en el pecho, como si todo lo ocurrido anoche no hubiera sido más que una ilusión. Me senté en la cama, suspirando profundamente.
—Probablemente solo fue un sueño... —murmuré para mí misma mientras abría el cajón de mi mesa de noche. Saqué el frasco de antidepresivos, pensando que tal vez eso me ayudaría a sentirme más en control.
Justo cuando estaba a punto de abrir el frasco, una voz conocida resonó a mi lado.
—¿Qué cosa fue solo un sueño?
Di un grito ahogado, el frasco se me resbaló de las manos y cayó al suelo. Al voltear, ahí estaba David, mirándome con una mezcla de curiosidad y preocupación. Mi corazón latía con fuerza en el pecho, la sorpresa aún atravesando mi cuerpo.
—¿David? ¿Tú... aún estás aquí? —pregunté, confundida, tratando de convencerme de que todo esto no podía ser real.
Él se encogió de hombros, una sonrisa juguetona apareciendo en su rostro. —Te lo dije, Sarah. No soy un sueño. Soy tan real como el dolor que llevas dentro.
Me quedé inmóvil, intentando procesar sus palabras. Todo esto... ¿cómo podía estar ocurriendo? Lo miré, y aunque parecía el David que siempre conocí, había algo en su mirada que me recordaba lo que él mismo me había dicho antes. Esto era producto de mi mente. Un reflejo de mi culpa.
—No tiene sentido... —murmuré mientras él se sentaba al borde de mi cama, observándome con atención.
David arqueó una ceja. —Lo que no tiene sentido es que creas que esto desaparecerá si simplemente lo ignoras, Sarah. Estoy aquí para ayudarte, no para atormentarte.
Intenté asimilar lo que me decía, pero la mezcla de emociones y el cansancio mental me sobrepasaban. —No sé si estoy lista para esto... —admití, mi voz apenas un susurro.
David asintió, su expresión se suavizó. —No tienes que estarlo. Solo quiero que sepas que... estaré aquí, el tiempo que necesites para dejarme ir.
Con esas palabras, un extraño alivio me recorrió el cuerpo, aunque no pude evitar sentir que el camino que tenía por delante sería mucho más difícil de lo que podía imaginar.
Al llegar al comedor, Harper me recibió con una sonrisa mientras me servía café. Sin embargo, su expresión cambió cuando me preguntó:
—¿Qué fue ese grito de hace un rato?
Me quedé en silencio por un momento, buscando una respuesta rápida y convincente. —Oh, nada... Me asusté con un insecto —dije, tratando de sonar despreocupada. Afortunadamente, Harper no pareció sospechar. Aunque, cuando levanté la vista, vi a David al otro lado de la sala, con una expresión ofendida en su rostro, como si estuviera dolido por mi comentario.
—Un insecto, ¿eh? —susurró con sarcasmo, cruzándose de brazos.
Harper interrumpió mis pensamientos, emocionada: —¡Chris va a venir a desayunar con nosotras hoy!
Justo cuando terminaba de decir eso, el timbre sonó. No tuve tiempo de reaccionar antes de que Harper corriera a abrir la puerta. Efectivamente, era Chris, sonriendo con esa energía contagiosa que siempre traía consigo.
Al verlo pasar, noté que David lo miraba con una mezcla de sorpresa e impacto, como si algo no encajara en su mente. Era extraño, considerando que él ya debería saber de Chris, pero su reacción fue completamente inesperada.
Mientras Harper estaba ocupada sirviendo el desayuno a Chris, aproveché para acercarme a David.
—¿Por qué reaccionaste así? —le pregunté en voz baja, asegurándome de que nadie más me oyera. —Ya sabías sobre Chris... y tú eres una creación de mi mente, así que... ¿por qué te sorprendiste?
David, aún con los ojos fijos en Chris, finalmente respondió, aunque su voz sonaba un poco vacilante. —Soy una representación de tu culpa, Sarah. Mi manifestación ocurrió hace apenas un día... así que no tengo recuerdos de antes de eso. Todo lo que sé viene de ti, pero este chico... hay algo en él que no puedo entender.
Sus palabras me hicieron reflexionar. Tenía sentido que, al ser una manifestación reciente, no pudiera recordar ciertos detalles del pasado. Pero algo en su reacción me hacía sentir que había algo más detrás.
Chris me saludó al pasar hacia la mesa, y yo le devolví la sonrisa, aunque por dentro aún seguía procesando todo lo que acababa de decir David. Mientras Harper y él conversaban animadamente sobre sus planes, Chris sugirió algo que captó mi atención.
—Oye, ¿qué tal si vamos a la feria que está en Central Park hoy? —dijo con entusiasmo, mientras tomaba un sorbo de café. —Escuché que va a haber un espiritista por ahí. Sería increíble ir a visitarlo, ¿no creen?
Mis ojos se encontraron con los de David. Una feria en Central Park... y un espiritista. Algo me decía que esta visita sería más interesante de lo que cualquiera de nosotros podría imaginar.
La feria era un espectáculo de colores, luces y risas. A medida que caminábamos, los niños corrían a nuestro alrededor, llenos de energía y alegría, lo que, por un breve instante, me hizo sentir algo que hacía mucho tiempo no experimentaba: paz. Una paz que era difícil de encontrar desde la muerte de David. Me permití disfrutar ese momento mientras nuestros pasos nos guiaban hasta el puesto del espiritista.
La carpa era de un color morado oscuro, casi místico, y al entrar, el ambiente cambió por completo. Las luces se tornaron tenues, gracias a las velas que iluminaban el espacio de manera sutil, proyectando sombras sobre las decoraciones que colgaban del techo: símbolos esotéricos, amuletos y algunos objetos que no pude reconocer. En el centro, sentado detrás de una mesa cubierta con un mantel adornado con runas, estaba el espiritista. Sus ojos nos miraron, y antes de que pudiéramos decir una palabra, dijo:
—Los estaba esperando.
Nos miramos entre nosotros, algo desconcertados, pero seguimos avanzando hasta que el espiritista nos invitó a tomar asiento. Sentí una punzada de nervios en el estómago. No era fan de este tipo de cosas, y una parte de mí dudaba sobre todo lo que estaba a punto de pasar. Sin embargo, algo me empujó a continuar. Tal vez era curiosidad, o tal vez quería respuestas... aunque no sabía exactamente a qué.
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Editado: 11.12.2024