Matthew estaba sentado en el suelo húmedo del edificio abandonado, el sonido de la lluvia y los truenos afuera envolvía el lugar como una sinfonía caótica. La tormenta no cesaba, pero a él no le importaba. Se sentía a salvo en las sombras, lejos de la vista de cualquiera que pudiera perseguirlo. El agotamiento físico era palpable, pero su mente estaba demasiado activa como para descansar. Y entonces, como si la tormenta misma la hubiera traído, la voz regresó.
"Matthew."
Era el mismo susurro que lo había atormentado durante años en prisión, pero esta vez era diferente. Más profundo. Más cargado de intención. Matthew no se inmutó al principio, acostumbrado a su presencia. Pero cuando levantó la vista, algo captó su atención.
Allí, al otro lado de la habitación, entre las sombras, estaba él. Al principio era una silueta indefinida, pero con cada relámpago que iluminaba el espacio, la figura se hacía más clara. Era un hombre joven, de cabello claro, vestido de manera simple, pero con una expresión que parecía atravesar el alma.
Matthew soltó una risa baja, sádica, mientras se levantaba lentamente del suelo.
-Así que eres tú -dijo con burla, su voz goteando desprecio-. Finalmente decides mostrar tu cara, ¿eh? David.
La figura no respondió de inmediato. Sus ojos, llenos de una mezcla de tristeza y determinación, se clavaron en Matthew como si intentaran leer cada uno de sus pensamientos más oscuros.
-¿Te diviertes, David? -continuó Matthew, dando un paso hacia él con una sonrisa torcida-. ¿Es este tu gran momento de héroe? ¿Vas a sermonearme? ¿O solo has venido a mirarme con esa cara de mártir?
David finalmente habló, su voz tranquila pero firme.
-Matthew, esto debe parar. No tienes por qué seguir por este camino.
Matthew soltó una carcajada, una que resonó incluso por encima del estruendo de la tormenta.
-¿"Parar"? ¿Qué sabes tú de mí, de mi camino? -Matthew señaló su propia cabeza, sus ojos llenos de una mezcla de furia y locura-. Has estado aquí todo este tiempo, ¿verdad? Susurrando, entrometiéndote, haciéndome dudar. ¿Sabes cuánto he esperado este momento?
David no respondió de inmediato. Dio un paso adelante, quedando más cerca de Matthew, pero manteniendo una distancia prudente.
-He estado aquí porque no puedes enfrentar lo que hiciste. Porque, en el fondo, sabes que todo lo que tocas termina en ruinas.
Matthew lo miró fijamente, su sonrisa desvaneciéndose lentamente. La lluvia golpeaba con fuerza el techo, y un relámpago iluminó la habitación, destacando la tensión en el rostro de ambos.
-Tienes razón en algo, David -dijo Matthew, inclinándose ligeramente hacia adelante-. Todo lo que toco termina destruido. Pero no me importa. ¿Sabes por qué? Porque es mejor destruir que ser destruido.
David lo observó en silencio, como si intentara encontrar algún rastro de humanidad en él.
-No se trata de ti, Matthew. Nunca se trató de ti. Pero sigues arrastrando a otros a tu miseria.
La risa de Matthew regresó, aunque más contenida, más peligrosa.
-¿Y qué vas a hacer al respecto, David? -Señaló a su alrededor-. Eres solo una sombra, un recuerdo de alguien que ya no está.
David no se movió. Pero su mirada se endureció, y su voz se volvió más profunda, más contundente.
-No subestimes lo que una sombra puede hacer, Matthew.
Antes de que pudiera responder, un trueno ensordecedor sacudió el edificio, y las luces parpadearon. La figura de David comenzó a desvanecerse, pero sus ojos permanecieron fijos en Matthew hasta el último segundo, como si le recordaran que no estaba tan solo como creía.
Cuando finalmente quedó solo, Matthew se dejó caer de nuevo al suelo, su respiración entrecortada. A pesar de su arrogancia y su desprecio, algo dentro de él había cambiado. Una parte de él no podía ignorar la aparición de David, ni lo que representaba.
Pero en lugar de miedo o arrepentimiento, lo único que sintió fue un odio renovado.
-Siempre metiéndote en mi camino, incluso muerto -murmuró, sus dedos cerrándose en un puño-. Pero esta vez será diferente. Esta vez, me aseguraré de acabar contigo.
Afuera, la tormenta seguía rugiendo, como si el cielo mismo respondiera al enfrentamiento que acababa de ocurrir.
Los días transcurrieron como un constante juego de gato y ratón para Matthew. Las noticias sobre su fuga se habían convertido en un espectáculo mediático; su rostro estaba en todas las pantallas, periódicos y carteles de búsqueda. Las autoridades no cesaban en su intento por capturarlo, intensificando su presencia en los puntos clave de Inglaterra. Para Matthew, cada paso que daba estaba calculado, cada movimiento lleno de paranoia. Sin embargo, su objetivo era claro: llegar a Estados Unidos.
Desde la sombra de un callejón o el rincón oscuro de algún albergue clandestino, Matthew escuchaba las noticias. Los reporteros debatían sobre cómo había logrado escapar de una prisión de máxima seguridad y especulaban sobre su paradero.
"El criminal fugado Matthew Fitsher sigue eludiendo a las autoridades. Su peligroso historial ha encendido las alarmas, y las fuerzas de seguridad trabajan en un operativo nacional para recapturarlo."
Matthew apagó la radio portátil con un gruñido. No podía quedarse en Inglaterra. El cerco se cerraba con rapidez y sabía que, tarde o temprano, lo encontrarían. Necesitaba huir, y rápido. Su obsesión por Sarah lo empujaba a actuar con una urgencia casi desesperada.
En un pequeño hostal en las afueras de Liverpool, Matthew comenzó a trazar su ruta. Había escuchado rumores de una red de contrabando que operaba desde los puertos de la ciudad, enviando mercancías y personas al otro lado del Atlántico. El problema era que estos traficantes no aceptaban a cualquiera, y la seguridad en los muelles estaba en su punto más alto debido a su búsqueda.
Mientras repasaba los detalles, la misma voz que lo había atormentado en prisión volvió a surgir en su mente.
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Editado: 11.12.2024