El puerto estaba envuelto en un manto de sombras bajo la tenue luz de las farolas y el murmullo lejano de las olas. Matthew descendió del carguero con cautela, evitando los pocos trabajadores que aún se movían entre las grúas y contenedores. El aire frío de la noche le calaba los huesos, pero su mente estaba enfocada en un solo objetivo: desaparecer en las sombras antes de que alguien notara su presencia.
Se mantuvo cerca de los muros de los almacenes, avanzando con pasos silenciosos. Cada sonido, cada movimiento a su alrededor lo ponía en alerta. Estaba casi fuera del puerto, a punto de mezclarse con las calles de la ciudad, cuando sintió que algo no estaba bien.
Desde las sombras emergieron varias figuras vestidas con trajes negros, sus rostros apenas visibles bajo las luces intermitentes. Antes de que Matthew pudiera reaccionar, dos de ellos lo sujetaron con firmeza por los brazos, inmovilizándolo.
-¿Qué demonios...? ¡Suéltenme! -gruñó, intentando zafarse, pero su fuerza era inútil contra la de ellos.
Sin decir una palabra, los hombres lo arrastraron hacia una camioneta negra estacionada en un callejón cercano. Matthew pateó y luchó, pero los hombres eran implacables. Lo empujaron dentro del vehículo, cerrando las puertas con un golpe seco.
Dentro de la camioneta, una figura lo esperaba. Sentado con calma en un asiento de cuero estaba Carlo, el antiguo socio de su padre. Su rostro era una mezcla de satisfacción y peligro, sus ojos pequeños y oscuros se clavaron en Matthew con una intensidad perturbadora.
—Vaya, vaya, mira a quién tenemos aquí— dijo Carlo con una sonrisa que no alcanzaba sus ojos. Matthew Fitsher. El hijo problemático del difunto Henry.
Matthew lo miró con desdén, intentando recuperar el control de la situación.
—¿Qué quieres, Carlo? —escupió, su voz llena de veneno. ¿No tienes cosas más importantes que hacer que jugar al niñero?
Carlo se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en sus rodillas mientras lo observaba detenidamente.
—Siempre has tenido esa lengua afilada, igual que tu padre. Pero ¿sabes qué? Eso no te servirá de nada esta vez. Me debes, Matthew. Tu familia me debe. Y ahora tú vas a pagar.
Matthew se rió entre dientes, un sonido hueco y burlón.
—¿Pagar? ¿De qué estás hablando? Mi padre está muerto. Si tienes problemas, deberías estar persiguiendo a su fantasma, no a mí.
Carlo se levantó de su asiento con calma, pero la tensión en su postura era evidente. Se inclinó sobre Matthew, su rostro a pocos centímetros del suyo.
—Tu padre hizo muchas promesas, Matthew. Promesas que nunca cumplió. Y tú, su preciado hijo, has estado viviendo a la sombra de sus deudas. Ahora que estás aquí, vas a saldar cuentas.
Matthew sintió un nudo en el estómago, pero no dejó que el miedo se reflejara en su rostro.
—No voy a hacer nada por ti, Carlo. Si piensas que voy a ser tu perro obediente, estás más loco de lo que pensaba.
Carlo sonrió, pero esta vez no había rastro de humor en su expresión.
—Oh, no te preocupes, Matthew. No estoy aquí para pedirte favores. Ya tengo un plan para ti. Y créeme, es algo que disfrutarás tanto como yo.
Matthew tragó saliva, su mente trabajando frenéticamente para encontrar una forma de escapar. Carlo no era alguien que dejara cabos sueltos, y si estaba involucrado, significaba que las cosas estaban a punto de complicarse aún más.
Mientras la camioneta arrancaba, Matthew miró por la ventana, viendo cómo las luces del puerto se desvanecían en la distancia. Sabía que este encuentro no era casualidad, y ahora no solo tenía a las autoridades tras él, sino también a Carlo y sus hombres.
"Un problema más," pensó, cerrando los ojos un momento mientras la camioneta se adentraba en la noche. "Pero no importa. Nada de esto me detendrá. Sarah sigue siendo mi objetivo."
Matthew lo miró con desconfianza mientras la camioneta avanzaba por calles oscuras y silenciosas. Finalmente rompió el silencio:
—¿Cómo diablos me encontraste? —preguntó con el ceño fruncido, la tensión todavía evidente en su voz—. No he dejado rastros.
Carlo soltó una carcajada corta y seca, sacudiendo la cabeza como si Matthew acabara de contar un mal chiste.
—¿Rastros? —repitió, casi divertido—. Matt, eres tan despistado como un elefante en una cristalería. Podría haberte seguido con los ojos cerrados. Pero, para tu fortuna, he estado ocupándome de borrar cada huella que has dejado para que el MI6 no te atrape antes de tiempo.
Matthew apretó la mandíbula, sintiéndose expuesto.
—¿Me estabas protegiendo? —preguntó, entrecerrando los ojos mientras intentaba descifrar sus intenciones—. ¿Y por qué harías algo así?
Carlo se reclinó en su asiento, adoptando una postura relajada mientras encendía un cigarro. Dio una calada antes de responder, exhalando el humo con calma.
—¿Por qué? Porque aunque seas un idiota, eres el hijo de Henry. Y a pesar de todo, tu padre fue como un hermano para mí. Tal vez no siempre nos llevamos bien, pero eso no significa que dejara de importarme.
Matthew soltó un bufido incrédulo.
—¿Así que ahora soy como de la familia? —preguntó, su tono cargado de sarcasmo—. Muy conveniente, Carlo. ¿Y qué pasa con toda esa basura de "las deudas de mi padre"?
Carlo volvió a reír, esta vez con un toque más cálido.
—¿Deudas? —repitió, haciendo un gesto despreocupado con la mano—. Por favor, muchacho. Solo estaba jugando contigo. Quería ver cómo reaccionabas. Resulta que tienes el mismo temperamento explosivo que Henry.
Matthew lo miró, incrédulo, pero Carlo continuó hablando.
—Te considero como un sobrino, Matthew. He estado cuidando de ti desde que te metiste en este desastre. Créeme, si realmente quisiera hacerte daño, no estarías aquí, en esta camioneta, charlando conmigo.
Matthew permaneció en silencio por un momento, tratando de procesar lo que acababa de escuchar. Las palabras de Carlo no coincidían con la imagen que tenía de él: un hombre despiadado y calculador que siempre sacaba ventaja de los demás.
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Editado: 11.12.2024