Cuando Matthew bajó de la camioneta, lo primero que notó fue la imponente fachada del hotel. Era un edificio de lujo, decorado con luces doradas que resaltaban en la noche lluviosa. La lluvia seguía cayendo, reflejándose en los grandes ventanales y creando un efecto casi hipnótico.
—Bienvenido a mi pequeño refugio —dijo Carlo, bajando de la camioneta con un paraguas negro que abrió con un movimiento ágil—. Aquí nadie te encontrará, ni siquiera el MI6.
Matthew levantó la vista, notando las cámaras estratégicamente colocadas en cada esquina y los hombres de traje oscuro apostados en la entrada. Todos llevaban audífonos y parecían atentos a cada movimiento a su alrededor.
—Pequeño refugio, ¿eh? —comentó Matthew con una sonrisa sarcástica, mientras Carlo le hacía un gesto para que lo siguiera hacia la entrada—. Esto es más una fortaleza.
—La seguridad es imprescindible en este negocio —respondió Carlo con una sonrisa confiada—. Y después de tu pequeño espectáculo en la prisión, no puedo permitirme ser descuidado.
Al entrar, Matthew quedó impresionado por el interior del hotel. Las paredes estaban decoradas con paneles de madera oscura, detalles dorados y cuadros de arte abstracto que parecían costar más de lo que podría ganar en toda su vida. Una enorme lámpara de cristal colgaba del techo, iluminando el vestíbulo con una luz cálida y sofisticada.
Detrás del mostrador, los recepcionistas vestían trajes impecables, pero lo que realmente llamó su atención fueron los hombres discretamente apostados en cada esquina. Estaban armados, aunque lo suficientemente ocultos como para no alarmar a los huéspedes, quienes probablemente no tenían idea de que el lugar era un refugio para negocios turbios.
—Vamos, el ascensor está por aquí —dijo Carlo, guiándolo hacia un elevador privado que solo podía usarse con una tarjeta especial.
Una vez dentro del ascensor, Carlo insertó la tarjeta y presionó el botón del último piso.
—¿Qué es este lugar, exactamente? —preguntó Matthew, aún inspeccionando cada detalle.
—Un hotel de lujo para la fachada, un refugio para los que necesitan desaparecer detrás de escena —explicó Carlo—. Aquí puedes relajarte, planear tus movimientos y, lo más importante, no ser encontrado.
Cuando llegaron al último piso, las puertas del ascensor se abrieron directamente a una suite. La habitación era enorme, con ventanales que ofrecían una vista panorámica de la ciudad, muebles de diseño y una barra llena de licores caros.
—Esta será tu nueva base de operaciones —dijo Carlo, tirando las llaves de la suite sobre la mesa de cristal—. Hay ropa, comida, y todo lo que necesites.
Matthew miró alrededor, todavía desconfiando.
—¿Y qué quieres a cambio de todo esto? —preguntó finalmente.
Carlo se detuvo antes de responder, encendiendo un cigarro y dejando escapar una bocanada de humo.
—Lo único que quiero es que termines lo que empezaste, Matthew. Pero hazlo bien. Si vas a buscar a Sarah, asegúrate de que sea definitivo.
Matthew sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Carlo no ofrecía nada sin un propósito oculto, pero en ese momento no tenía más opción que aceptar.
—Está bien, Carlo —dijo, con el ceño fruncido—. Pero no olvides que no soy uno de tus peones.
Carlo sonrió, dejando el cigarro en un cenicero de cristal.
—Nunca lo he olvidado, sobrino. Ahora, descansa. Mañana empezamos a planear tu próximo movimiento.
Matthew asintió lentamente, mientras Carlo salía de la suite y lo dejaba solo. Miró por los ventanales hacia la ciudad iluminada, con una mezcla de ansiedad y determinación. Aunque estaba agradecido por el refugio, sabía que el verdadero peligro apenas estaba comenzando.
Mientras Matthew recorria la suite, sus ojos captaron
detalles que, al principio, le parecían insignificantes,
pero que pronto empezaron a despertar recuerdos
enterrados. Había fotos enmarcadas colgadas en las
paredes y colocadas en estanterías: imágenes de Carlo
y su padre juntos en diferentes épocas. Algunas eran de cuando eran jóvenes, en eventos lujosos, sonriendo como si no tuvieran un solo problema en el mundo
Otras eran más recientes, con ambos luciendo mayores
pero manteniendo la misma cercanía.
Matthew se detuvo frente a una en particular: Carlo y su padre en un muelle, fumando puros y riendo. El gesto de camaradería en sus rostros era tan genuino que por un instante olvidó la naturaleza criminal de ambos.
"No solo eran socios..." pensó Matthew, frunciendo el
ceño. Había algo más profundo entre ellos, algo que iba más allá de los negocios.
Cuando giró hacia una mesa cercana, notó algo que lo
dejó helado. Allí, enmarcada en un marco de plata,
estaba una foto de él junto a su padre. Tenía unos 16
años en la imagen. Estaban en un parque, su padre con
una mano sobre su hombro mientras ambos sonreían
para la cámara. Fue una época en la que, a pesar de la
oscuridad que rodeaba los negocios de su padre,
Matthew todavía lo admiraba y deseaba su aprobación.
Al sostener el marco, el peso de los recuerdos cayó
sobre él como una avalancha. Su mente lo arrastró al
día de su captura.
La idea era abandonar el crucero antes de que llegara al puerto principal. Un bote los esperaba en secreto, preparado para llevarlos a un lugar seguro. Sin embargo, algo salió terriblemente mal.
Cuando bajaron hacia las cubiertas inferiores para acceder al bote, fueron interceptados. Primero fue un grupo de agentes del MI6, armados y listos para capturarlos. Y al frente de ellos, como una sombra que no había anticipado, estaba Violett, la hermana de David.
Violett era astuta y fría, muy distinta a lo que Matthew había escuchado sobre su hermano. A diferencia de David, que tenía un aire más afable, Violett poseía una presencia intimidante, calculadora. Su mirada era tan fija y penetrante que Matthew sentía que podía leer cada uno de sus pensamientos.
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Editado: 11.12.2024