Ághanon, los sueños de Vera

I.Collar

 

   Lo sabía, si salía de ahí todos morirían. Era tentador, la puerta estaba allí frente a ella y parecía burlarse; eran solo unos pasos para llegar a ella.

El frío hacía que sus huesos crujieran. Estaba empapada, lo que bajaba aún más la temperatura, y sus dientes castañeaban, ¿dónde estaba? tenía hambre, estaba cansada, asustada y ¿sola? No sola no, no le gustaba estar sola.

 Lo que iba a hacer le aceleraba el corazón. Si sus seres queridos estaban vivos, ¿provocaría ella sus muertes? Nunca sabría si no salía de ahí. Lo único seguro es que moriría helada si se quedaba en ese lugar, así que dejó atrás sus pensamientos y caminó con el cuerpo entumecido, abrió la bendita puerta. Sintió un gran calor abrazador, caminó un apenas por un sendero de tierra.

 Llamó a una mujer que estaba de espalda y se asombró al ver quién era.

— ¿Má?, ¿sos vos?, ¿estás bien?, ¿dónde estabas? —preguntó, pero su madre negó con tristeza— ¿No? ¿Qué pasó? —preguntó asustada por la respuesta.

— Nada está bien Vera —respondió con la mirada ida.

— ¿Pero por qué?

—Amor, ¿no ves que estoy muriendo? —dijo. Ella la miró aterrada y la mujer se desvaneció.

— ¡Noooo! —gritó, hasta que se dio cuenta de que estaba en su cama. Solo estaba soñando —¡Qué sueño espantoso! —pensó en voz alta. No iba a contarle a su tía porque seguro la iba a sermonear otra vez con que tenía que dejar de mirar películas de terror— Pero otra vez soñé con mi mamá —dijo, levantándose contenta. Corrió hasta la mochila porque se acordó de algo que había guardado en ella, y era muy importante.

          La planta baja de la casa estaba silenciosa, perfumada con un leve aroma a jazmín que entraba por la ventana de la cocina, gracias al arbusto del patio y al ligero viento que soplaba desde temprano. La primavera se había apresurado en llegar a la ciudad.

            En dicha mudez, se encontraba desayunando Dana. Con ojeras que decoraban su piel pálida, Dana peinaba con la mano su cabello castaño, corto para evitar lidiar con él todas las mañanas. Con un semblante calmado y ojos oscuros adormilados. Porque, temprano había sido arrancada de la cama por el señor del correo. Todavía no se acostumbraba a que la despertará él o su mamá, que a veces la llamaba cuando se despertaba temprano y quería escucharla. Solía extrañarla demasiado, a pesar de que llevaban tiempo distanciadas; la decisión de mudarse tenía sus pros y sus contras

                El lugar estaba bien. Al fin y al cabo fue la casa de su hermana, una casa chica de dos plantas ubicada en un barrio cerquita a la escuela, en Paso de los Libres, una pequeña ciudad costera que a pesar de todo les brindaba paz y tranquilidad.

Siempre le gustó ese lugar, cuando se fueron a vivir con sus padres después del incidente, a diario pensaba en volver y suponía que a Vera le gustaría vivir donde sus padres crecieron.

Eran cerca de las nueve de la mañana cuando la paz se derrumbó por una enérgica voz.

— ¡Mamá! —gritó la nena de diez años que corría bajando las escaleras. En su piel bronceada, resaltaba el rastro de pasta dental, que cubría algunas de las pequeñas pecas, sus grandes ojos con heterocromía, aún estaban hinchados y el pelo caoba totalmente desordenado— ¡Má! ¡Mami! —Volvió a gritar, y corrió hasta donde estaba su tía, a quien llamaba mamá desde que sus papás fallecieron— ¡mirá lo que me dieron en la escuela! —dijo la niña agitada, con un papel en la mano.

— ¡Vera! ¿Cuántas veces te tengo decir que no corras por las escaleras? —regañó Dana.

—Bueno perdón —contestó, sonriéndole.

La niña le dio un folleto, la entrada al circo que hace una semana se había instalado. Suplicaba para ir ese mismo día. Pero Dana no tenía los mismos palanes y propuso ir otro día.

—Hace rato que me decís lo mismo, mami porfa. —Pidió y le puso ojitos.

—No me vas a convencer haciendo eso —dijo tapando los ojos con su mano.

— ¿Puedo ir sola? —preguntó la nena sacando la mano de su tía.

—Ni loca, solo vos sabes que te voy a dejar ir sola —exclamó su tía ante la propuesta.

A pesar de su corta edad, Vera era una niña muy independiente e inteligente y aunque era muy dulce, era un torbellino.

—Mis compañeros todos van a ir y ¿yo no? Dale vamos, te prometo que no te pido nada más hasta mi cumpleaños —suplicaba con las manos juntitas.

            Dana se rindió, esa partida la perdería sin lugar a dudas y aceptó llevarla, a lo que Vera salió corriendo emocionada.

— ¡Te dije que no corras! —gritó su tía tirándose cansada al sofá de la sala.

 A veces la agotaba. Hace ocho años vivían juntas, pero no acababa de acostumbrarse. Dana se encargó de ella como si fuera su propia hija. Lucho legalmente con uñas y dientes para que no la alejaran de su lado. Le costó adaptarse a su nueva realidad. Con dieciocho años tuvo que dividir su tiempo y priorizar en muchas ocasiones, aunque contaba con el apoyo de sus padres, no quería cargarlos con tantos compromisos. Además la niña se aferró a ella adoptándola como mamá lo que hizo la relación más amena.

 Vivían bien, no les sobraba, pero alcanzaba para las dos. Y para ayuda al bolsillo de Dana que era niñera, Vera recibiría hasta los dieciocho un pequeño sueldo de parte de la empresa donde trabajó su papá.



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En el texto hay: sueos extraños, lunas, energa

Editado: 30.11.2023

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