Recibo el ticket de mis bebidas, apresurada agarro los tés de burbujas que me entregan en una bolsa del respectivo lugar y agradezco, esperando el último pedido que es el mío. El té de burbujas arcoíris, la especialidad del local y mi bebida favorita. Basada en la tradición de la aguanieve, haciéndola aún más especial.
Al recibirla, la tomo de la barra y me voy con rapidez. Bebo un poco en el transcurso, deleitando el exquisito dulce, sintiendo que se derrite en mi boca con su sabor a algodón de azúcar. Apenas pudiendo mantener el equilibrio con el encargo semanal que mantengo para mi equipo y la misión de llegar a tiempo a la escuela.
Paseo por las calles de Seúl, dirigiéndome al punto en común donde nos encontramos mi mejor amigo y yo para dirigirnos juntos hacia Saeven, cursando el último grado de la escuela primaria.
Al llegar veo su alta figura de espaldas y me doy cuenta de que está por llamar por teléfono, evitándolo lo empujo y aprovecho de su estancia, apoyándome en su mochila para tranquilizar mi respiración agitada.
Se sobresalta y se gira de inmediato, cerrando su celular y guardándolo.
—Dame un momento—le digo y se nota molesto. No lo culpo, siempre termino arrastrándolo en mis desgracias. Es la primera semana de clases y desde el penúltimo año escolar fui nombrada líder de equipo, es por eso que mis responsabilidades han aumentado y con ello los contratiempos.
—¿Acaso tienes el celular de adorno, Jiyu?—cuestiona y sé que se aproxima un sermón, así que lo evito y le entrego mi bebida para que se calle. Solemos compartir nuestra comida, es una costumbre que se nos quedó debido a que hemos crecido juntos y nos cuidamos uno al otro.
Expresa sorpresa y después se resignada a no rechazarme. Rodea los ojos y toma la bebida.
—Perdón por arrasarte nuevamente conmigo, pero tenemos que irnos—le muestro mi mano para que la tome.
—¿Tengo de otra? —una ligera sonrisa se dibuja en su rostro, mostrando sus característicos hoyuelos que adornan su pálido rostro, sin contar sus pecas.
Niego y lo jalo hacia mí.
Intenta ayudarme con la bolsa y lo evito.
—Tengo todo bajo control, sígueme—transformo mis tenis comunes a su detalle escondido que se trata de unas pequeñas ruedas, simulando ser unos patines. Me pongo en marcha y siento que lo dejo atrás, lo miro y está andando rápidamente tratando de alcanzarme, quejándose en el transcurso.
Río y lo espero, asimilando nuestro ritmo.
Le ofrezco mi mano y la agarra con fuerza. Nos sonreímos divertidos.
Sus cabellos negros se mueven, haciendo un caos en su peinado. Los rayos solares iluminan sus ojos cafés oscuro que están atentos a los míos color café claro en una mirada cómplice.
Mi corazón comienza a acelerarse con intensidad y sin querer indagar en la razón, me dedico a mirar nuevamente al frente para seguir nuestra peculiar caminata.
...
Suena la campana dando señal al pequeño descanso entre clase y lo único que hago es estar postrada en mi butaca compartida que, debido a la ausencia de mi compañero de clase, puedo estar ampliamente a mis anchas.
Cierro los ojos un instante hasta sentir la presencia de alguien.
Abro solamente un ojo y me encuentro con la sonrisa del chico que siempre está a mi lado: Dongju Ryuji. Está acostado en la mesa, imitando mi pose y ocupando el lugar a mi lado.
Se acerca sin decirme ni una palabra, tocando mi cabello castaño y dejándome sin habla.
—Tenías el broche torcido—sonríe dulcemente.
—¡Gracias! —grito de repente. Me tapo la boca al ver que lo asusté y calmé momentáneamente el ajetreo de la clase.
—Iré a dormir, ¡adiós! —meto mi cabeza en mi cruce de brazos sobre la mesa como un avestruz, golpeándome ridículamente.
Se carcajea.
Siento el rubor de mis mejillas y avergonzada pataleo.
—¿Te desvelaste nuevamente? —cuestiona.
Asiento.
—¿Jugando Club Penguin con Yeol? —adivina y su tono se vuelve sarcástico.
Yeol Ki Min es nuestro mejor amigo, éramos nosotros tres desde que tengo memoria. Crecimos juntos y debido a nuestra cercanía nos volvimos inseparables, ya que nuestras mamás son amigas y vivimos en el mismo barrio, así era hasta que transfirieran a su papá a su ciudad natal, Busan. Mudándose junto a su familia.
Suspira.
—Soy un desastre andante, lo siento por involucrarte conmigo—susurro con arrepentimiento.
Hace un sonido no entendiendo. Lo que me obliga a incorporarme y decírselo de frente, cuando estoy repitiéndolo, me interrumpe cambiando el tema.
—¿Has comido? —vuelve a sonreírme.
Lo miro molesta. Cuando intento solventar mis penas, hace caso omiso.
—Lo siento, Dongju—me atrevo a decírselo.
Mira al lado y después se acerca y toma mi mano.
—Prometimos estar juntos en nuestros mejores y peores momentos—aprieta mi mano y abro los ojos con sorpresa.
Nuestra unión es la razón por la cual los días grises podrán tornarse en un brillante arcoíris si sostenemos fuertemente nuestras manos así.
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Editado: 21.02.2025