Agridulcencanto

11 [segunda parte]

« Jiyu, tu abuelo está en el hospital, tuvo un accidente. Ven de inmediato «

Esas palabras no abandonan mi cabeza, le doy vueltas y vueltas, sintiéndome insignificante, insuficiente, inservible, quedándome aquí sin poder hacer mucho, solamente esperar, dándome impotencia. Son tantas emociones que ni siquiera puedo descansar desde aquel día, la imagen de mi abuelo internado de emergencia y gravemente malherido por una caída, me hace doler el corazón y no se me borra de la mente, al igual que nuestro llanto al verlo así.
Al recordarlo siento un dolor en el pecho, ganas de llorar y se me quita el apetito por completo.

Me quedé en la casa de mis abuelos cuidando de mi abuela como quedamos en organizarnos mi mamá y yo hasta que se recupere el abuelo que por ahora está estable, sintiendo que era lo mejor quedarme debido a que mi mamá precisamente trabaja en el hospital donde están tratándolo, incluso quedándose a hacer horas extras para poder cuidar y estar al tanto suyo por lo que no había nadie más, aparte de mi irresponsable hermano menor. Así que, yo era por supuesto la mejor opción y siempre es bueno regresar a donde fuiste feliz, a recordar los viejos tiempos. Y más ahora que los tiempos son difíciles, necesitan mi presencia y estancia más que nunca, aquí estaré cuando más me necesiten.

—Mi niña, ¿no vas a cenar?—mi dulce y amada abuela me súplica nuevamente que cene, no solamente que la acompañe a la mesa con un té.

Sus ojos se ven hinchados, cansados y su corto cabello que siempre estaba bien peinado, luce descuidado. Está evidentemente preocupada así que decido ser fuerte por ella y no darle más cargas por las cuales innecesariamente deba preocuparse.

—Claro, tengo mucha hambre—miento con una sonrisa y ella sonríe de vuelta, acomodándose sus lentes. —Deja te ayudo a servir la mesa, espero mi guisado haya quedado bien siguiendo tu receta, abuela—agarro la olla con el kimchi jiggae y el tteokbokki que le preparé, esperando animarla con una buena comida casera reconfortante.

—Tu compañía es suficiente para hacerme sonreír—arruga la nariz y me quita la olla, dejándola en el centro de la mesa, trayendo los demás encurtidos, notando que es mucha comida.

Le sonrío con dulzura, hasta preguntarle:

—Abuela, ¿por qué hay dos lugares extras puestos en la mesa?—me aliso la cara con la mascarilla hidrante puesta para que no se caiga, dando masajes.

Abre el refrigerador y saca recipientes de comida y de kimchi, agregando comida recién hecha de la cena. Pareciendo que la guardará y se la dará a alguien más porque hasta escribe el nombre de cada comida hasta terminar.

—Ah, eso—pone los cubiertos y sigue: —La costumbre de invitar a cenar a esos dos pobres muchachos que se la pasan comiendo ramyeon... Dios mío, no puedo permitir eso siendo nuestros vecinos y todavía que trabaja tan duro para nuestra tienda. Simplemente no lo puedo permitir, hija mía, mi instinto no me deja.

Sonrío con gracia, entendiendo, mi abuela no cambia con el tiempo, siempre ha tenido un enorme corazón. Por eso mismo ellos son mis robles, los que me hacen ser más fuerte, me ponen el ejemplo luchando tan duro por seguir adelante, no derrumbándose en la adversidad.

—Yo también trabajaré duro en su tienda—le sonrío ampliamente y finge molestia.

Mis abuelos tienen a cargo una tienda de conveniencia en su barrio, y ya que es la más concurrida por la zona, les va muy bien aunque el trabajo es agotador. Solía ayudarles a acomodar y limpiar en mis vacaciones cuando era más pequeña, aunque nunca es demasiado tarde para retomar viejos hábitos y ahora con mayor razón, cuando más lo necesitan.

—¡Concéntrate en tus estudios! Suficiente tienes con ir por las tardes a esa academia cara en la que te metió tu madre—me pega con un trapo y huyo riendo, ella ríe en conjunto, persiguiéndome.

Mi abuela siempre me ha impulsado a estudiar duro, concentrarme en mí y para mí. Debido a que ellos vienen del campo y no tienen estudios, tuvieron que trabajar muy duro toda su vida para criar a su pequeña familia, pasando por carencias y pobreza desde su infancia, luchando duro por sobrevivir, es por ello que me inculcan mucho el estudio y la superación. Ella me apoya en mis decisiones aunque a mi querido abuelo, no siempre le parece y quiere que siga los pasos y ejemplo de mi mamá cuando ese camino claramente, no es el mío.

—¡Está bien, está bien! Me rindo, me vas a tirar el tubo para el flequillo—hago un puchero y se carcajea.

—¡Tú y tu rutina nocturna de belleza! Mejor ve a gritarles por la ventana a los muchachos que vengan a cenar—se acerca al lavaplatos y comienza a lavar algunos vasos.

—¿Por la ventana?—repito sorprendida. —Me van a ver con mi diadema con orejas de conejo, mi tubo para el cabello y la mascarilla puesta—me apunto y me veo en un espejo pequeño que hay en la cocina.

—No te verán, solamente es gritarles. Es más, déjame hacerlo yo—se quita del lavaplatos y se seca las manos en su mandil de cocina, dispuesta a hacer lo que dice.

—¡Yo lo haré!—la detengo y me voy corriendo a hacerle caso.

No debe ser tan complicado, solamente es llamarlos y salir corriendo a ponerme decente para dar una primera buena impresión. Estoy totalmente desañilada y con una pijama peor que mi cara.

Aclaro la garganta y haciéndole caso a las indicaciones de mi abuela, me acerco a la ventana y poniendo mis manos alrededor de mi boca para intensificar el sonido, les grito que vengan a cenar con toda la fuerza que tengo, con todo y gallos incluidos. Ahora, ¡a correr!




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