Agridulces reencuentros

Capítulo 7. Mi psiquiatra y yo.

La ley del hielo era algo muy común en la casa de Anne, especialmente, cuando una pelea surgía, era más fácil ignorar, que afrontar la realidad con su hija. El tiempo ayudaba a calmar el temperamento de ambas, un problema como este se resolverá en menos de un día, pero está vez no fue lo mismo, las palabras que había dicho su madre pudieron herirla, sin embargo, lo que más le pesaba eran las acciones que realizaba.

Después del acercamiento de madre e hija, ninguna superaría su orgullo. No después del fracaso de la plática. Con dos días cumplidos sin dialogar, los días se volvían incómodos, el desayuno se tornaba tenso y desgastante, las tardes se vuelven tediosas, era claro que la sinceridad de ambas había traspasado la frontera del poco cariño que habían construido, se habían herido y ninguna se iba a doblegar ante la otra.

En la cocina se encontraba Mary, terminando de preparar el desayuno. Dayana entró alugar y rápidamente fue a darle los buenos días, a la par que Anne llegaba con su gran actitud de prepotencia y déspota que la caracterizaba.

—Dayana es Lunes, ya sabes lo que significa -ordenaba Anne-. Después de tus chequeos, espero verte en mi despacho para darte más detalles de la visita de mañana.

—Como tu digas, Anne. Remarcaba Dayana.

—No seas igualada, soy tu madre.

—Como digas -verbalizaba irritada-, Madre.

Cierto era Lunes, los días que Dayana más odiaba, ¿era necesario que se presentarán cada inicio de semana?, en su interior deseaba que se borraran del calendario, si no fuera porque Kenia salvaba las tardes de esos días, el sobrevivir al intenso itinerario de su madre no sería posible.

Si bien no era el día que odiaba, eran las actividades que se debían realizar durante ese día, los médicos entraban y salían de la casa a todas horas, podías ver una pasarela de personas vestidas de blanco por toda la casa.

El sufrimiento de la chica iniciaba con los estudios de sangre, no obstante, esos solo eran a inicio de mes, por lo que, no debía pasar por ello todos los lunes, lo que experimentaba cada semana a causa de la paranoia de su madre eran los exámenes cognitivos, los exámenes fisiológicos y la psicoterapia.

Para su mala suerte, era inicio de mes, así que era hora de que los vampiros extrajeran su sangre. En aquel cuarto que tanto odia estar, la misma habitación donde el chequeo médico general se realizaba. Que gran idea de su madre de restaurar un cuarto de la inmensa casa para poder recibir a los médicos, sus visitas hacían sentir enferma a Dayana incluso cuando no lo estuviera, esas personas tenían un efecto en su mente, una forma de manipulación que la hacía creer que en su cuerpo algo estaba mal.

La parte menos dolorosa al menos físicamente eran las tardes con Kenia, su psiquiatra. La relación entre ambas se convirtió en una muy poco profesional, Dayana no solo veía a Kenia como la doctora que ayudaba a aminorar sus pesares mentales, también sentía que podía confiar en ella como una amiga, una que ya no tenía y mucho menos recordaba.

A Pesar del poco tiempo de conocer a Kenia, después del suceso que había pasado con su anterior psicóloga Blanquita y el descontrol con sus pesadillas, fue la misma Blanquita quien la remitió a su psiquiatra de confianza y no se equivocaba. Ella era la mejor psiquiatra de España.

La habitación que se pintaba de blanco, le recordaba un lugar y una situación por la que había pasado, aún así sus memorias no tenían orden, solo conocía que detestaba la incertidumbre que le generaba.

Su mente no tenía claro que la incertidumbre provenía de todos los días y noches que Daina había pasado con su padre.

De frente podías notar a Kenia sentada en el escritorio, su impecable bata blanca resaltaba aún más, su cabello castaño caía por debajo de sus hombros, sus expresiones serias y fuertes enmarcaban su lindo y cuidado rostro, denotando su inteligencia con cada palabra que emanaba de su boca.

Concentrada en su libreta que utilizaba en cada consulta para tomar nota acerca de los avances o retrocesos de su paciente, podías notar la tranquilidad y paciencia en sus movimientos.

Dayana no tenía permitido leer aquellas notas, ni siquiera podía acercarse a intentar a verla. Así que imaginaba que cada vez que Kenia escribía, en realidad realizaba pequeños trazos que formaban hermosos dibujos, además tenía manos de artista lo que contribuía a su imaginación.

Interrumpiendo su momento de imaginación y consumida por su mente, la pregunta de Kenia la tomó por sorpresa .—¿Las gotas para dormir te han ayudado a conciliar el sueño?.

Dando un pequeño salto, respondió Dayana, —Si. Enderezandose y poniéndose cómoda en la silla.

—¿Sin pesadillas?.

El cuerpo de Dayana se tenso y rápidamente desvió su mirada.

Kenia volvió a preguntar, —¿La misma pesadilla se ha presentado, nada nuevo?.

Negando con su cabeza no hacía más que mover sus manos. Kenia conocía su comportamiento y aún peor sabía cómo leer las acciones de las personas, aun más de ella, al observar el movimiento en sus manos y su intento de evadir su contacto visual, sabía que algo estaba raro, los ojos de la psiquiatra comenzaron a analizar de pies a cabeza a Dayana, interrogandola y estudiandola en silencio.




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