Ahogo

Sex appeal

Retrocedi hacia atrás

--- ¡Maldita sea! ---grité,con los nervios ya por el suelo y la frente ardiendo.

Literalmente. Esa maldita marca parecía querer abrirce sola.

Volvi a pisar la flor sin querer.

Me dolía aun más

---¿Tienes algo contra las flores o solo eres torpe?---una voz masculina,grave casi burlona,me hizo congelarme.

Me gire como si alguien hubiera gritado fuego.

Y ahí estaba él. Alto, de esos altos molestos,piel tan pálida que parecía Brillar con el maldito sol que no salía.

Pelo negro, revuelto.Y sus ojos...

Malditos ojos verdes como el bosque después de la lluvia.Oscuros,afilados.

Con esa mirada que no se te clava... te empuja.

---¿Sabías que las flores también tienen sentimientos?-- continuó cruzado de brazos ---- O eso leí una vez... en un paquete de cereal.

Me quedé callada ¿Quién demonios era este tipo?

---No hablas. Eso o te tragué la lengua con mi sex appeal. pasa seguido ------dijo encogiéndose de hombros con descaro----.

Aunque no deberías andar sola. Este bosque está lleno de cosas peores que yo, bueno, casi.

---¿Quién.... quién eres tú? --- logré soltar ,tragando saliva

---Tú dime. ¿El salvador misterioso? ¿El acosador sexi?

¿Tú próxima pesadilla erótica? ----sonrío, como si cada palabra le divirtiera --- . nah, broma. Soy Draven. Pero puedes decirme "el idiota que apareció cuando casi llorabas".

Y por alguna razón no supe si quería matarlo... o quedarme ahí escuchándolo.

--- bien dulzura---dijo Draven con esa sonrisa de idiota encantador—, si quieres salir de este laberinto de árboles y sombras, tendrás que seguirme. Pero aviso: no soy guía turístico, y menos si me pones nervioso. Eso suele acabar mal… para mí.

Lo miré con desconfianza, pero no me quedaba otra. Empecé a seguirlo mientras sus pasos parecían seguros,casi como si el bosque le susurrara secretos.

—Oye —dijo de repente—, ¿quieres oír un chiste?

—¿En serio? —pregunté, arqueando una ceja.

—Claro. ¿Qué le dijo un árbol a otro? —hizo una pausa dramática—

"¡Déjame tocar tu raíz... para que no te quedes sin savia!"

—rió con esa voz grave y burlona.

Rodé los ojos pero no pude evitar soltar una sonrisa.

Después de lo que pareció una eternidad, llegamos a las afueras de mi casa. Mi pecho se apretó.

—Gracias —dije, sin saber qué más decir.

—No es nada —respondió—. Aunque tu casa parece un pozo de secretos y gritos reprimidos.

Empujé la puerta y me encontré con mi padre en la cocina. Su rostro era una máscara de cansancio y rencor. Él me vio entrar y no dijo nada. Pero yo sí.

—¿Por qué nunca me dices nada sobre mamá? —exploté— Siempre hay un muro entre nosotros, ¡estoy harta de que me ignores!

—Porque hay cosas que es mejor no saber, Kalista —respondió él, con voz fría—. Cosas que podrían destruirte.

—¡Ya no puedo vivir con secretos! ¿Por qué te cuesta tanto decirme la verdad? ----

grité, acercándome a él.

Él me miró, los ojos llenos de dolor, y de repente estalló:

—¡Tú y tu madre son iguales! ¡Una maldición para los hombres! ¡Esa especie loca me tiene harto! —su grito retumbó en las paredes, dejando un silencio pesado tras de sí.

Mi corazón se rompió en mil pedazos.

—¿Qué significa eso? —pregunté, con la voz temblorosa.

Pero él no respondió. Solo me lanzó una mirada que decía más que cualquier palabra.

La casa se sentía como una trampa a punto de cerrarse. Kalista y su padre se lanzaban palabras cortantes, como cuchillos afilados en la oscuridad.

—No entiendes una mierda —gruñó él, la rabia quemándole en la voz—. Solo quiero protegerte,aunque eso signifique tener que mentirte. —¿Protegerme? —escupió Kalista con furia—. Solo me alejas de la puta verdad.

Se clavaron la mirada, dándose cuenta de que ese silencio iba a ser el último antes de la tormenta. La marca en su frente ardía más fuerte que nunca,como si estuviera viva, respirando con ella.

Esa noche, rendida y con la cabeza explotando, cayó en un sueño tan real que dolía.

Un bosque oscuro, sombras que se retorcían al ritmo de un viento frío. Apareció una mujer, fuerte y serena,con una voz que retumbó en su alma.

—Kalista —dijo suave pero firme—, que seas como nosotras no es una maldición, es una bendición de la tierra, hija mía.

El corazón le latía como un tambor de guerra. La marca ardía, sí, pero esta vez el dolor tenía sentido: no era castigo, era destino. Quizá algo más fuerte que eso.




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