Escuché ese nombre.
No supe si fue real, o si simplemente se me cruzó en la cabeza como todo lo demás que no entiendo últimamente. Pero había algo en él… algo familiar.
Algo que me hizo querer quedarme ahí, dentro del agua. Como si el río me hablara y me dijera “aquí perteneces”.
Y entonces… la marca dejó de doler.
Por primera vez, sentí que no ardía, no gritaba, no intentaba partirme en dos. Al contrario. Fue como si algo, o alguien, me tomara suavemente y me empujara a la superficie.
Justo cuando creí que podía quedarme, él arruinó el momento.
—¿Qué demonios fue eso, Draven? —dije, temblando, empapada y furiosa.
Draven estaba en la orilla, con los brazos cruzados y esa sonrisa de idiota sexy pegada en la cara.
—No sé, dulzura… tú dime. Parecías bastante cómoda ahí abajo. ¿Buscando sirenitos?
Rodé los ojos, saliendo del agua torpemente. Él se acercó, despacio, como si mi caos fuera su espectáculo favorito.
—Aunque tengo que admitirlo…
—se inclinó un poco, mirándome con esos ojos verdes de asesino encantador—. Mojada, luces jodidamente peligrosa.
—¿Eres capaz de hablar sin sexualizar todo?
—¿Eres capaz de no excitarme? —sonrió más, y mis pulmones olvidaron cómo funcionar.
Me le quedé viendo. No sabía si empujarlo o correr. Pero como siempre, ganó mi parte torpe e inestable: lo empujé. Él apenas se movió.
—Estás loco.
—Y tú estás más rota de lo que aparentas —dijo en voz baja, sin esa sonrisa burlona. Sus ojos se clavaron en los míos con una intensidad que dolía—. Pero tus ojos… tus ojos la delatan.
—¿La? ¿A quién?
Draven se agachó y sacó de su bota una hoja arrugada.
Me la entregó sin decir nada. Era una flor seca, idéntica a las del claro donde vi a esas… cosas.
—¿Qué es esto?
—Pruebas —susurró, y su mirada volvió a ser ese puñal disfrazado de deseo—. No todo lo que viste fue un sueño. Y no todos los que te miran, quieren ayudarte.
—¿Qué significa eso? —pregunté, con la voz quebrada.
Draven se acercó tanto que mi piel se erizó.
—Significa que te están buscando, Kalista. Que no eres una simple chica con una marca… Eres una maldita clave. Y si tú no lo descubres pronto… lo hará alguien más. Y ese alguien no será tan… —sonrió ladeado— delicado como yo.
Me quedé en silencio.
—¿Quién soy, Draven?
Él acarició la línea de mi mandíbula y se acercó a mi oído.
—Esa, dulzura… es la única pregunta que no puedo responderte. Pero te prometo que cuando lo hagas… nada volverá a ser igual.
Y entonces, como siempre, desapareció entre los árboles. Dejándome con más preguntas que respuestas… y con el corazón corriendo como si también intentara escapar.
El silencio no era normal. Era denso. Como si el bosque contuviera el aliento.
Draven se había ido hace segundos, pero su presencia aún flotaba, como una caricia fantasma sobre mi piel húmeda.
Me giré, sintiendo que algo me observaba… y no me equivoqué.
Él estaba allí.
El chico de los ojos negros.Ya no cubierto de sangre, pero igual de inquietante.
Alto, sereno. Sus pasos eran tan suaves que parecían no tocar la tierra, y su mirada…
su mirada podía partirme en dos.
—Idiota —dijo en voz baja, con desprecio, mirando hacia donde se había ido Draven.
Su voz era grave, oscura, como el eco de algo que ya conocía. Me heló.
—¿Quién eres? —pregunté, sin poder evitar que mi voz temblará.
No contestó. Caminó hacia una flor aplastada, agachándose lentamente, La tomó con tanto cuidado que dolía verlo.
—Ellas aman las flores —susurró, sin mirarme—. Las cuidan, las miman… las entienden. Más que a los hombres.
Lo dijo como una herida abierta.
—¿Quiénes son “ellas”? ----
pregunté, sintiendo que cada palabra me hundía más en algo que no entendía.
Finalmente, me miró. Sus ojos eran un pozo sin fondo.
—Vuelve a tus orígenes, Kalista —dijo con firmeza.
—. Pregúntale al agua… y esta vez, escucha de verdad.
Luego desapareció. No caminó. No corrió.
Simplemente se desvaneció entre las sombras como si nunca hubiera estado ahí.
Y yo me quedé sola. Con el corazón desbocado y la garganta seca. Porque él sabía mi nombre… y yo aún no sabía quién era yo.
El bosque guardaba sus secretos, pero ahora sabía que yo también tenía los míos. Me quedé quieta un largo rato, intentando calmar el temblor en mis manos. El nombre… la marca… el agua. Todo estaba conectado. Y aunque no entendía cómo, una parte de mí —una parte antigua, dormida, como si no me perteneciera del todo— sabía que estaba despertando. Entonces lo recordé.
La vieja puerta bajo la escalera. El sótano. Ese lugar al que mi padre nunca me dejaba acercarme. Donde el aire olía a humedad… y a silencio.
“Hay cosas que es mejor no tocar”, solía decir.
Pero ahora… ahora necesitaba respuestas.
Me sequé el rostro con la manga y miré una última vez hacia donde él había desaparecido.
Ya no podía huir de lo que era.
Y si alguna verdad quedaba enterrada… sabía exactamente dónde empezar a cavar.
—El sótano —susurré, con el corazón acelerado—. Tal vez ahí esté la primera pieza de todo esto.
Y volví a casa. Esta vez, sin miedo.
Solo con rabia… y determinación.
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Editado: 29.06.2025