Kalista frunció el ceño, sintiendo cómo la ira comenzaba a hervir en su interior.
—¿Dónde está? ¿Qué le hiciste?
Draven soltó una carcajada, una risa que resonó en el silencio del bosque.
—¿Yo? Nada que él no mereciera. Pero si quieres saber la verdad... la última vez que hablé con él, me dijo que tú eras solo un pasatiempo. Que ni siquiera te conocía bien.
Las palabras cayeron como cuchillas sobre Kalista.
—Mientes.
La palabra cayó de sus labios como una caricia venenosa. Draven dio un paso al frente, acortando la distancia entre ellos con una seguridad peligrosa. Su voz se volvió un susurro rasgado, envolvente, casi íntimo.
—¿De verdad crees que alguien como él podría amarte? —musitó, con una sonrisa apenas curvada—. Eres tan… pura. Frágil. Demasiado intacta para un mundo como este.
Kalista retrocedió por instinto, pero su cuerpo tropezó con un árbol, deteniéndola. Draven no dudó en seguirla, invadiendo su espacio sin pedir permiso. Su aroma era embriagador, una mezcla de humo, deseo y algo más oscuro.
—Yo... —empezó ella, sin encontrar su propia voz.
—Shhh... —murmuró él, alzando una mano para rozarle la mejilla con el dorso de los dedos, apenas tocándola, apenas respirándola—. No tienes que decir nada.
Sus labios no la rozaron, pero quedaron tan cerca que el calor los delataba. Su aliento le quemaba la piel. Cada palabra era un roce sensual, una amenaza disfrazada de promesa.
—Si me dejaras, podría enseñarte lo que es desear de verdad. Lo que es temblar no por miedo... sino por placer.
Kalista sintió cómo algo en su interior se rompía, o tal vez despertaba. La razón le gritaba que se alejara, que huyera. Pero el cuerpo... el cuerpo no se movía. Estaba atrapada entre el miedo y una atracción que no quería admitir.
El bosque se quedó en silencio, como si los árboles y la tierra se inclinaran para escuchar, para presenciar el momento en que lo prohibido comenzaba a saborearse.
Kalista sintió su mirada sobre ella, quemándole la piel. Draven era como una sombra viva, y ahora estaba demasiado cerca.
—Sabes… me encantaría que me enseñes esas sensaciones —susurró, y su voz era una provocación disfrazada de confesión. Una daga suave al oído.
Draven se quedó en silencio por un segundo. Luego sonrió. Una sonrisa lenta, oscura, como si acabara de ganar una apuesta.
No dijo nada. Simplemente alzó la mano y le apartó un mechón de cabello del rostro con una delicadeza que contrastaba con la intensidad en sus ojos. Su pulgar rozó la línea de su mandíbula, y luego bajó… por el cuello, apenas tocando la piel, como si la estuviera leyendo con las yemas.
Kalista contuvo el aliento. Sabía que debía alejarse. Sabía que aquello era fuego.
Pero se quedó.
Draven apoyó la otra mano en su cintura y la atrajo hacia él, lenta, firmemente, hasta que el cuerpo de Kalista se apoyó contra el suyo. Su respiración se volvió más pesada, más íntima. Sus labios bajaron hacia su oído.
—No sabes lo que estás diciendo —murmuró con voz ronca—. Pero me muero por enseñártelo.
Kalista sintió un estremecimiento recorrerle la espalda. Sus cuerpos se rozaban apenas, pero era suficiente para que el calor subiera, para que el deseo danzara entre ellos como una corriente invisible. Sus pechos subían y bajaban contra el torso de él, y Draven parecía beberse cada reacción suya como si lo alimentara.
Sus labios bajaron, ahora cerca de los suyos. Solo un suspiro de distancia. Sus manos presionaron su cintura, recorriéndola con una suavidad que gritaba peligro.
—Podría hacerte olvidar su nombre —dijo contra su boca.
Y justo entonces, ella se movió.
La bofetada fue rápida, limpia, brutal.
El impacto resonó como un trueno, y Draven cayó de espaldas al suelo. La expresión de placer anticipado se borró en un segundo, reemplazada por una mezcla de sorpresa y… una risa contenida.
Kalista lo miró con los ojos brillando. Su pecho subía y bajaba con rabia, pero en su mirada había fuego. Orgullo. Dolor.
—Eres un jodido idiota si crees que cambiaría a Apolo por una basura como tú —escupió, con los labios aún húmedos por la cercanía de un beso que nunca llegó.
Se giró. No corrió. No huyó. Caminó con la cabeza en alto, la piel ardiéndole, el corazón latiendo como un tambor de guerra.
Y Draven, desde el suelo, se llevó la mano a la mejilla.
Sonrió.
No por el golpe.
Sino por ella.
—Interesante… —susurró, con la lengua rozándose los labios, como si saboreara el golpe, como si ese rechazo lo hubiese excitado más que cualquier beso.
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Editado: 29.06.2025