El aire era denso en el claro, como si el tiempo mismo se hubiese vuelto pesado. Kalista se mantenía de pie, observando a las cinco ninfas frente a ella. No parecían humanas. No del todo. Eran demasiado perfectas en su rareza, demasiado serenas para ser completamente reales. Cada una parecía un pedazo de Reino vivo, hecho carne y presencia. Y todas la miraban como si la conocieran desde antes de que existiera.
El cuervo aún dormía sobre las piernas de la última, ajeno al mundo, como un secreto guardado en plumas negras.
—Si quieres entender quién eres ahora —dijo la de fuego, con ojos que chispeaban como brasas mojadas—, debes entendernos a nosotras primero.
La ninfa de líquenes asintió y dio un paso adelante. Su cuerpo estaba cubierto de musgo y raíces delgadas que trepaban por sus brazos como venas externas.
—Fui la hija de un bosque moribundo —susurró—. Cuando el fuego lo devoró todo, quise salvarlo. Pero la tierra me tragó a mí también. Desperté aquí… y el Reino me dejó hundirme en su piel. Lo que ves ahora es una semilla que nunca dejó de crecer, aunque todo a su alrededor muriera.
Kalista tragó saliva. La voz de la ninfa era húmeda, como tierra mojada tras una tormenta, y cada palabra parecía brotar de un dolor antiguo.
La ninfa del lago habló enseguida, sin moverse, flotando sobre la superficie turquesa como si el agua la protegiera del mundo:
—Yo fui una niña hecha de promesas rotas. Mi madre se fue, mi padre no volvió. Aprendí a respirar bajo el dolor. Cuando el Reino me encontró, ya no sabía quién era. Él me ofreció agua, y me convertí en parte de ella. Ahora, no me ahogo. Pero tampoco salgo a la superficie.
La de fuego entrecerró los ojos, como si reviviera algo lejano.
—Fui furia —dijo—. Quemé mi aldea. Sin querer… o eso me repetí. El Reino me dejó entrar. Pero nunca me perdonó. Aquí, el fuego no purifica. Solo revela. Y lo que había en mí… siempre estuvo. Solo necesitaba un fósforo.
Kalista sintió cómo la marca de su muñeca latía suavemente, como si reconociera en esas historias un reflejo torcido del suyo.
La cuarta, la que caminaba sobre el agua, se movió apenas. Sus pies apenas tocaban la superficie, y cada paso parecía desafiar las leyes del mundo.
—Yo no hablo mucho —dijo con una sonrisa hueca—. Solo les diré esto: no elegimos estar aquí. Pero una vez dentro, el Reino te moldea. Como el agua a la piedra. Como el tiempo a la carne.
Finalmente, la última ninfa levantó la cabeza. Estaba desnuda, rota de una forma que no era física, con los ojos vacíos como pozos secos. El cuervo se desperezó entre sus piernas, abrió un ojo opaco y luego volvió a dormir.
—No recuerdo quién fui —dijo, y su voz era apenas un hilo de sombra—. Solo sé que algo me trajo aquí. Algo que dolía tanto que mi cuerpo prefirió olvidarlo. El Reino me sostuvo. Me rompió más. Me dio esto —acarició el cuervo con dedos temblorosos—. Mi única memoria.
Kalista no supo qué decir. El silencio se volvió una presencia viva, espesa, vibrante. Entonces, la de líquenes volvió a hablar:
—Todas pagamos un precio. Algunas con sangre. Otras con recuerdos. Tú… pagarás con transformación.
—¿Y a mí qué me espera? —preguntó Kalista, apenas audible.
La ninfa de fuego entrecerró los ojos, pensativa.
—Eso lo decidirá el Reino. Pero lo que has tocado… ya te eligió.
—¿Y si no quiero ser parte de esto? —insistió Kalista, con la mandíbula tensa.
La de líquenes se le acercó. Sus ojos eran como raíces húmedas, profundas, llenas de verdades enterradas.
—Entonces marchitarás. Y cuando lo hagas, no habrá tumba. Solo olvido.
El silencio cayó como una lluvia espesa. Kalista bajó la mirada a su muñeca. La flor tatuada aún latía, pulsante, como si tuviera su propio corazón.
—¿Qué se supone que haga ahora? —susurró.
Las cinco se miraron entre sí. Una risa suave, compartida, se deslizó entre ellas como bruma.
Fue la del lago quien respondió:
—Esperar.
—¿Esperar qué?
—A que el Reino te muestre tu verdadero rostro.
Kalista cerró los ojos.
Y en ese momento, supo que lo peor no sería morir en ese lugar.
Lo peor sería sobrevivir siendo otra.
Y tal vez… eso no estaba tan mal.
Porque, por primera vez, algo en ella quería florecer.
Incluso si dolía.
Incluso si sangraba.
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misterio muerte traicion, libro de amor con magia, misterio y dolor.
Editado: 28.07.2025