Alondra no era una mujer que se quedara de brazos cruzados ante los obstáculos. Y mucho menos si esos obstáculos venían disfrazados de un grupo de compañeras lideradas por "La Barbie de Silicona", un apodo que otros empleados de la misma escudería le había otorgado a Sofía, a secretaria de vicepresidencia, por razones evidentes.
Durante todo su primer día, algunas de ellas habían intentado ponerle zancadillas, pequeñas estrategias de sabotaje con la esperanza de hacerla tropezar, enojar y renunciar. Pero si algo tenía Alondra, además de una paciencia limitada, era creatividad. Así que en lugar de pelear directamente, decidió jugarles algunas bromas, pequeñas dosis de justicia que pusieron a más de una en aprietos sin que ella tuviera que levantar un dedo.
Entre tanto caos, también dedicaba su tiempo a una tarea importante, enseñarle modales a su jefe. Bastian Cooper podía ser un genio en su campo y excelente piloto, pero tenía una tendencia preocupante a olvidarse de ciertas reglas básicas de convivencia. Cada media hora, Alondra tomaba como misión reforzarle su educación social, con paciencia. O lo más cercano que podía tener a ella, y con una sonrisa triunfal cuando lograba hacerlo bajar un escalón de su nube sin hacerlo tocar tierra de golpe por el tanganazo que quería darle para que pusiera de una vez los pies sobre la tierra.
Después de un día de guerra táctica y entrenamiento intensivo para su jefe, regresó a casa con el chofer asignado por la escudería, ya que Selene, sin ella saber le había advertido a Bastian los miles de percances que la castaña había tenido tras el volante, y si no quería sacarla de la cárcel, era mejor no ponerla detrás del éste. Alondra aceptó a regañadientes a ese chofer, porque por mucho que quisiera desafiar los límites de la vida, hasta ella sabía que conducir después de un día como ese sería una imprudencia.
Alondra entró en la casa y, apenas puso un pie dentro, sintió que el aire tenía un extraño aroma y sabor, uno que ya intuía que no le gustaría.
Frente a ella, cajas empacadas ocupaban buena parte del espacio de la sala, algunas cerradas con precisión y otras abiertas, revelando objetos que Selene y ella habían comprado para su nueva casa. Entre ellas, las maletas con las que habían llegado desde Londres estaban alineadas, aunque faltaban las cinco que aún seguían perdidas en el aeropuerto de la Gran Manzana, como un misterio sin resolver.
—Bueno, esto se siente demasiado organizado ser una casualidad— murmuró, dejando las llaves sobre la mesa de la entrada.
Selene apareció desde la cocina con una expresión de calma calculada, esa que ponía cuando quería evitar una reacción demasiado explosiva.
—No te preocupes, no estamos abandonándote sin aviso… más o menos— dijo con una sonrisa nerviosa, acercándose. —Solo queríamos asegurarnos de que todo estuviera listo antes de darte la noticia—.
Alondra entrecerró los ojos, cruzó los brazos y miró las cajas con expresión analítica.
—¿La noticia? —
Selene suspiró, sabiendo que no había manera de suavizarlo. —Nos mudamos mañana—. El silencio que siguió duró exactamente cinco segundos.
—¡¿Qué?! —exclamó Alondra, con la intensidad de alguien que acaba de descubrir que su serie coreana favorita fue cancelada sin final.
Maoly apareció detrás de su madre, sonriente, completamente ajena al drama inminente.
—¡Nos vamos a un nuevo apartamento, pero no es tan grande como el que teníamos en Londres!— dijo con emoción—. Y el señor Pitágoras nos ayudó.
Alondra parpadeó. —¿Pitágoras? — Selene suspiró, anticipando la próxima reacción.
—Bastian—.
Alondra soltó una carcajada seca, entre sorpresa y diversión.
—Oh, esto va a ser interesante—. Dijo Alondra con una ironía palpable en su tono de voz, Selene solo pudo asentir.
Alondra se apoyó contra la pared más cercana, los brazos cruzados, observando la escena con una mezcla de incredulidad y angustia creciente.
La casa en la que estaban era perfecta para ellas tres. Cómoda, espaciosa, con la tranquilidad justa para disfrutarla. ¿Por qué mudarse a un apartamento y de paso chico?, ¿Por qué cambiar algo que funcionaba tan bien?
Mientras su mente se enredaba en pensamientos inconclusos, Selene seguía con su rutina nocturna. Terminó de arreglar a Maoly, quien salió corriendo emocionada a preparar todo para la pijamada, ajena al drama interno de su tía.
Selene, por su parte, se dirigió a la cocina con la misma serenidad de siempre. Alondra la siguió con la mirada. La pelinegra picó las pizzas con precisión, sirvió el vino en las copas y dejó el jugo preparado para la niña. Cada movimiento parecía parte de una coreografía bien ensayada, como si todo estuviera planificado con una calma que Alondra no lograba entender.
Fue ahí, al ver todo listo para esa noticia, que la ansiedad de Alondra se disparó.
—Okay, ya basta — soltó de repente, avanzando hacia la cocina. —¿Me explicas por qué nos mudamos si estamos tan bien aquí? —
Selene levantó la vista, tomó un sorbo de vino y le dedicó una mirada paciente.
—Porque es lo mejor para todas—.
Alondra frunció el ceño, sacudió la cabeza y señaló las cajas empacadas con frustración.
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Editado: 03.05.2025