En el lujoso edificio central de la escudería Hell on Wheels, en Londres, la oficina de la vicepresidencia destilaba elegancia y poder. Jack Cooper, un hombre de negocios astuto y calculador, estaba al teléfono, su expresión imperturbable mientras daba instrucciones precisas.
—Quiero que los suministros pedidos por la sucursal en el COTA, Texas, no sean enviados. En su lugar, manden cualquier cosa, que sé yo, más material de oficina y publicitario— Su tono no admitía réplica.
Justo en ese momento, la puerta de su oficina se abrió sin previo aviso, y su hijo Harry entró con paso firme. Sus ojos se clavaron en su padre mientras escuchaba el final de la conversación. Jack, sin inmutarse, colgó el teléfono y se acomodó en su asiento de cuero.
—¿Así que diste el primer paso para sacar a mi primo de circulación? — preguntó Harry, cruzándose de brazos, una chispa de astucia en su mirada.
Jack esbozó una leve sonrisa, como si todo formara parte de un ajedrez meticulosamente planeado.
—Por supuesto. Y para asegurarnos de que el proceso sea... placentero, envié refuerzo femenino. Pasarán una larga temporada en Austin—.
Harry se apoyó contra el escritorio de su padre, cruzando los brazos y arqueando una ceja con aire de sospecha.
—¿Ah, sí?— preguntó, con un tono que era más de entretenimiento que de sorpresa —¿Y a quién enviaste? —
Jack dejó escapar una leve sonrisa antes de recostarse en su elegante silla de cuero. Con una calma calculada, cogió un habano del escritorio, lo giró entre los dedos sin encenderlo, como si la elección de sus palabras fuera tan importante como el próximo movimiento en una partida de ajedrez.
—Hace cinco días envié a Carla Montenegro — dijo al fin, con esa seguridad suya que parecía dictar las reglas del juego—. Y, por supuesto, su inseparable amiguita, Bianca Falconi.
Harry soltó una carcajada, inclinando la cabeza con diversión.
—¿Bianca? ¿La misma Bianca que estuvo enredada con Bastian al mismo tiempo que salía con Carla y armó el revuelo en el cumpleaños de mi tía Alexa? —preguntó, con una mezcla de sorpresa y diversión. —Vaya, esto se pone interesante—.
Jack asintió con la satisfacción de quien mueve las piezas con precisión.
—Esa misma. Dime, ¿qué mejor forma de sembrar el caos que con dos ex amante que conoce cada debilidad del objetivo y que además están locas de amarrar a mi querido sobrinito? — Su sonrisa era casi imperceptible, pero estaba ahí, mostrando su satisfacción con la estrategia.
Harry negó con la cabeza divertido, pero sin oponerse. En la familia Cooper, las tácticas de manipulación eran casi un arte.
—Y ayer— continuó Jack, volviendo a girar el habano entre sus dedos,
—finalmente logré contactar a la noviecita del instituto en España. La pelirroja Elena Treviño, esa que estuvo saliendo con él más de un año y cuando la dejó hasta un embarazo se inventó para retenerlo, quedé reunirme con ella este fin de semana para ultimar detalles de su viaje a conocer la capital el segundo estado más grande de Estados Unidos—.
Harry dejó escapar un silbido bajo.
—Esa sí que no me la esperaba — comentó, —¿Y qué tiene ella que la hace útil en toda esta operación? —
Jack soltó una leve carcajada, un sonido seco, casi imperceptible.
—Digamos que su presencia será el toque final, la cereza del pastel. Una pieza clave que ni siquiera Bastian verá venir—.
Harry no pudo evitar sonreír con complicidad. Su padre siempre jugaba con varias cartas bajo la manga, y en este caso, la partida apenas comenzaba.
Harry soltó una carcajada, sacudiendo la cabeza con diversión. Entre estrategias y juegos de poder, los Cooper parecían tener su propio manual de guerra.
Paralelamente a ese nuevo complot que empezaba en Londres, puesto que el anterior ya había explotado en las oficinas de Norteamérica. El caos en las oficinas de la escudería en Texas, estaba alcanzando niveles históricos. Los teléfonos no dejaban de sonar, los empleados iban y venían con papeles en la mano, algunos lanzando miradas de desesperación mientras trataban de apagar incendios administrativos causados por movimientos extraños del departamento legal de esa pequeña sucursal. Y en medio de todo, como si el desastre fuera su ecosistema natural, estaba Alondra Fuenmayor Vidal.
Conocida por su agudo sentido del humor y su capacidad de análisis casi detectivesca, Alondra no se dejaba intimidar por el desorden. Su manera de lidiar con el estrés era sencilla, una taza de café en una mano, una respuesta sarcástica en la otra, y una paciencia limitada para lidiar con su jefe, más gruñón y malhumorado en ese último mes y medio que llevaban trabajando juntos, Bastian Cooper.
Siendo el vicepresidente de operaciones y gerente de proyecto de mecánica, debido a que el rubio era ingeniero mecánico y uno de los pilotos principales de la escudería de la división de motocross. Bastian se estaba forjando una reputación de ser serio, implacable y, según el departamento de Recursos Humanos, el equivalente corporativo de un dios griego malhumorado. Su presencia imponía respeto, y su mirada afilada podía hacer que incluso el empleado más seguro reconsiderara su elección de carrera. Pero Alondra no era como los demás.
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Editado: 03.05.2025