En el vestíbulo, la fiesta había continuado sin nosotros. Feyrian y yo volvimos a la sala después de guardar en un recoveco sombrío de mi armario la caja de hueso con las esmeraldas.
Oteé el mar de cabezas. Mis padres hablaban de forma animada con Venon, Emma y Carlota. Reconocí a varios infinitos de la isla, todos ellos luciendo aspecto humano. Era obvio que aquel no era su elemento y que, con toda probabilidad, no terminaban de encontrarse cómodos en un evento social. No pude evitar sentirme tremendamente conmovida al caer en la cuenta de que estaban allí por mí.
Escuché de pronto la risa estentórea de Jonás y mi mirada lo buscó por la sala en un acto reflejo, como en el instituto, cuando sus carcajadas lejanas me aguijoneaban el pecho recordándome que no solo se divertía conmigo. Mi amigo se doblaba sobre sí mismo, tan alto como era, mientras se enjuagaba las lágrimas que se le escapaban por la risa. Mirinna tenía una mano apoyada sobre el antebrazo de Jonás y también reía, aunque de forma mucho más discreta. La infinita estaba espectacular con su melena platino cubriendo sus hombros desnudos. Llevaba un vestido de tirantes, muy vaporoso, con una abertura lateral que descubría una de sus piernas.
Caminé hacia ellos, hipnotizada por sus risas, dejando atrás a Feyrian. Antes de alcanzarlos, alguien me retuvo por el brazo a la vez que me llamaba por mi nombre.
—Hola, Gertu —lo saludé, con un nudo en el estómago al reconocer al hijo de Darla.
Junto al infinito estaba Sem. Ambos inmortales nos habían ayudado en el lago Titicaca y en el templo tibetano.
—Cuando Mirinna me preguntó si quería venir a tu fiesta, no lo dudé —reconoció.
—Siento mucho lo que le pasó a tu madre.
El recuerdo de la muerte de Darla, el gran cóndor, aún dolía al evocarlo. Ella dio su vida por la causa. Si Feyrian estaba vivo, era gracias a ella.
—Mi madre conocía los riesgos —habló Gertu.
—Todos los conocemos —añadió Sem—. Aquel día le tocó a Darla; otro puede tocarme a mí. —El infinito colocó una mano sobre mi hombro—. No es culpa tuya, aunque tu corazón sienta lo contrario. Para un infinito, la muerte no es tan grave como para un humano.
—Me siento orgullosa de ella —siguió Gertu—. Y estoy en paz. Feliz cumpleaños, por cierto.
Les di sendos abrazos antes de despedirme y seguí mi camino hasta Jonás y Mirinna. Continuaban en el mismo sitio, aunque ya no estaban solos. Ahora se les veía mucho menos distendidos que antes, con Feyrian entre ambos.
—Feliz cumpleaños, Ada —me felicitó Mirinna.
La infinita me dio un cálido abrazo, como si realmente se tratara de una humana. Para tratarse de un ser inmortal y tan solo contar con unos meses de edad, se había adaptado extraordinariamente bien a las costumbres de nuestra especie. Su pelo lacio y platino le caía sobre un hombro, revelando una oreja diminuta de la que colgaba un pequeño arete.
—¿Te has hecho un pendiente? —le pregunté a bocajarro. El hallazgo me había dejado atónita.
—Solo en este cuerpo —me respondió mientras observaba a Feyrian de soslayo.
Feyrian estaba tranquilo y con la boca cerrada, observando la sala, dando evidentes muestras de que aquel tema le traía sin cuidado. Mirinna parecía pensar lo contrario de su hermano.
—Es muy bonito —dije, rompiendo aquella calma aparente, aunque mi voz se perdió entre el sonido de la fiesta como si nunca hubiera hecho acto de presencia.
El silencio que le siguió fue aún más pesado que el previo. Observé los tres rostros de enfrente sin entender del todo la situación, en busca de pistas. Fue entonces cuando lo descubrí. De la oreja derecha de Jonás pendía un aro idéntico al de Mirinna. De plata, muy fino, y tan pequeño que apenas sobresalía más allá del lóbulo de mi amigo. Hasta la fecha, Jonás no se había perforado ninguna parte de su cuerpo, que yo supiera. No es que no le gustaran los pírsines. En realidad, nunca habíamos hablado sobre ese tema. Su vida estaba tan colmada por otros asuntos que ni siquiera habría tenido tiempo de formarse una opinión al respecto.
—A ti también te queda muy bien —agasajé a Jonás. El pendiente le daba un aspecto aún más fiero, lo cual le otorgaba carácter a su, ya de por sí, carismático rostro.
Sus mejillas se sonrojaron mientras dirigía la mirada al suelo. Ni Feyrian ni Mirinna habían modificado su lenguaje corporal, por lo que supuse que aquel era el tema que mantenía a los tres en aquella extraña tensa calma.
Observé a Feyrian con curiosidad. Me habría encantado zambullirme en su mente y descubrir qué pensamientos le habían cosido la lengua al paladar. Quizá no le gustaba la singular alianza que estaba afianzándose entre aquellos dos.
—Fue cosa mía —dijo Mirinna de repente—. Me parece una moda preciosa. Le pregunté a Jonás por ello, una cosa llevó a la otra y acabamos perforándonos la oreja el uno al otro.
La ceja de Feyrian se elevó de pronto. A todas luces, aquel gesto facial había sido involuntario, escapado del férreo control muscular que el infinito parecía estar llevando a cabo en su cara. En menos de un segundo, Feyrian volvía a exhibir indiferencia.
—Hemos estado organizando tu fiesta —se excusó Jonás de forma atropellada.
Empezó a darme explicaciones, pero se detuvo sin concluirlas. No me importaba que se hicieran pendientes a conjunto, si es que era eso lo que les preocupaba.