D o s

Tratando de olvidar.

A la mañana siguiente sigo el concejo de mi madre. No tengo buena cara y no quiero que esas cotillas de la editorial pregunten nada.

Tomo una ducha rápida, me pongo una falda de color negro y una blusa con volantes en color crema, y me subo a los tacones.

Me miro en el espejo y encuentro que tengo los ojos hinchados.

Tengo que recriminarme por ser tan débil, por un imbécil.

Tomo el creador de la estantería y dejo que deshumedezca mi pelo castaño.

Coloco abundante corrector por toda mi cara y delineo mis ojos para que parezcan normales. Pongo en mis labios un color granate y estoy lista.

Cojo las llaves mientras me bebo el café en pequeños sorbos.

Reviso mi agenda y compruebo que no tengo nada importante hoy. Espero que el editor jefe me ponga más trabajos. La tiene tomada conmigo, pero no me despide porque sabe que soy realmente buena en lo que hago.

Tomo la primera salida de la carretera y me incorporo al tráfico.

En menos de veinte minutos llego a New House Editorial.

Trabajo aquí desde que me gradúe en la universidad hace dos años.

Marco el número de planta en el ascensor y me dispongo a subir cuando veo que Francia me hace una señal para que lo detenga.

La ignoro y el ascensor cierra sus puertas antes de que ella llegue. No la aguantó. Es la peor persona que puede existir.

Siempre. Ella junto con el jefe se han compinchado para hacerme la vida imposible.

Cuando llegó a mi oficina, mis ojos se abren al ver la gran cantidad de manuscritos que tengo que revisar.

Me cago en sus muertos. Espero que un día tengan un accidente o algo.

Se que ellos siempre intentan llevarme al borde de mi paciencia. Pero soy más lista que ellos y no dejo que mi tolerancia alcance sus límites.

Voy a la cafetería con mi taza, y me sirvo un café sustancioso.

Aun nadie se me ha acercado, pero es cuestión de tiempo. Varias chicas me han visto y estoy segura de que solo esperan el mínimo descuido del jefe para venir a cotillear.

Y efectivamente cuando han pasado treinta minutos y he terminado de corregir el primer manuscrito, la puerta suena.

Asoman la cabeza. Marisol, Johana y Leila.

Juntas son el diablo en persona. Las tres me miran con la misma expresión. Están ansiosas por saber la causa de mi mala cara, y yo que creía que lo había ocultado bien.

— ¿Que te ha pasado Leticia? No tienes buena cara.

Pregunta Marisol.

—Es verdad, ¿va todo bien con Iván? — la apoya Leila.

—Tranquilas chicas, dejen que piense en una mentira creíble— Finaliza Johana.

—Trio de arpías —Murmuro.

Ellas fingen estar ofendidas.

—Vamos Leticia, sabes que no nos iremos hasta que nos lo cuentes todo.

Dice Johana.

Yo trato de ignorarlas, pero sé que dice la verdad. Me rindo, total nada de lo que digan puede afectarme más de lo que ya lo estoy.

—Lo he dejado con Iván.

Digo con voz inerte, evitando así que se den cuenta de que me afecta. Las tres exclaman una sorpresa y murmuran cosas que no me interesa escuchar.

— ¿Que ha pasado? —pregunta Leila.

—Chicas tengo trabajo. ¿Os importa iros a freír espárragos un momento?

— ¡Que te den! — dice Johana.

La ignoro.

—Lo que digas, ahora salgan de mi oficina hostia.

Ambas me lanzan una mirada afilada.

No sé cómo las aguanto, pero son mis compañeras y de una forma u otra son unas amigas algo especiales.

Normalmente nuestra relación suele ser así, pero ahora estoy muy estresada y tengo pocas ganas de aguantar sus cotilleos y murmureos.

Al final del día cuando han decidido dejarme en paz. Cojo el móvil para mirar la hora, descubro que tengo más de diez llamadas perdidas de Iván, se exactamente lo que quiere, pero no pienso hablarle.

Guardo todo en su sitio y dispuesta a marcharme, recojo todas mis cosas. Son apenas las siete de la tarde y he quedado con la vendedora de la casa a las ocho. Ya para firmar el contrato.

Cojo mi auto y pongo dirección a la segunda avenida, no está muy lejos de mi trabajo y tiene buen precio, por eso la elegí.