Airplane

Él comenzó todo.

Era imposible que mis ojos se apartaran de él. Era imposible para todos apartar sus ojos de él.

Lo observé con cuidado: Apretaba sus ojos con fuerza, como si estuviera en medio de una pesadilla de la que no podía despertar, sin embargo, sus dedos danzaban con delicadeza entre las teclas del gran piano. Las trescientas personas dentro del gran salón observaban maravillados como aquel chico interpretaba la pieza musical, incluida yo. Pero nadie parecía percatarse de que al parecer aquel chico estaba en medio del momento más horrible de su vida. 

No obstante, yo no podía sentir otra cosa que no fuera tristeza o lástima por aquel muchacho, y tampoco podía evitar compararme con él. Ambos experimentábamos el mismo sentimiento:

Repulsión.

Repulsión ante esta mierda.

Y de pronto paró.

El silencio no fue duradero, en cuanto la gente notó que el chico había parado de tocar, comenzaron los murmullos.

Se me fue el aire por unos momentos, ¿Por qué había parado?

El chico permanecía con los ojos cerrados a pesar de los murmullos, sus manos formaron un puño cada una y su respiración se hizo más pesada con los siguientes segundos. Pareciese como si tuviera una batalla en su interior que luchaba por no perder.

Entonces se levantó de golpe y abrió los ojos. Miró a sus espectadores y fijó la mirada en mí. Luego se quitó la corbata y la lanzó al suelo para pisarla.

La gente ahogó un grito.

Pude divisar una pizca de satisfacción en su mirada. Una media sonrisa se me dibujó en la cara.

Pateó el banco con estilo y luego giró a ver la reacción de los espectadores de nuevo, esta vez sí tenía una gran sonrisa.

Los rostros de la gente podrían haber sido memes virales.

El chico se quitó el saco y se arremangó la camisa. Tocó el piano con burla, azotando las manos a las teclas y provocando una melodía bastante desagradable para los oídos de los demás. Pero para mí significaba libertad. Estaba exigiendo su libertad.

-Ustedes apestan-Espetó. Luego salió de la sala.

Así, sin más. 

La gente comenzó a hacer el drama de siempre.

Lo había hecho. Se liberó. Y yo quería hacer lo mismo.

Una repentina valentía también me llenó el corazón, me sentí capaz de hacerlo yo también y entonces intenté correr en dirección al chico, sin embargo, la mano fuerte y firme de mi padre me sostuvo la muñeca. 

—Más vale que no vayas—me dijo severamente—El chico no tiene solución. Está condenado a ser un mediocre. 

Si él consideraba que ser libre significaba ser mediocre, yo también quería serlo. 

Lo miré a los ojos y entonces lo comprendí. La decisión que tanto tiempo me tuvo sin dormir estaba frente a mi. Si me quedaba y obedecía a mi padre significaba ser condenada a ser una doctora por el resto de mis días, "un futuro seguro y lleno de dinero", según el mismo hombre que me sostenía la muñeca. Pero si no, si decidía soltar su mano, estaba eligiendo mi libertad, una libertad para ser una gran bailarina sin la certeza de que aquel futuro sea próspero, quizá feliz sí, pero un futuro incierto al final. 

De un tirón solté su agarre. 

Su mirada expresaba decepción y coraje. Odio y resentimiento. Confusión y dolor. 

—Sal de este salón y estás muerta para mí—Advirtió. 

—Creo que podré vivir con eso—solté y salí corriendo. 

Pero la verdad es que no, la verdad es que no podría vivir con el hecho de haber muerto para mis padres. Pero mi decisión estaba tomada. Al fin había elegido.



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En el texto hay: amor juvenil, ganas de vivir, confusion y miedo

Editado: 14.07.2019

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