Una arcaica leyenda afirma la existencia de una mítica ciudad asentada en la región más septentrional del planeta Tierra, el Ártico. Diversos cartógrafos conocen este punto geográfico como Hiperbórea. Tierra del principio del hombre y su origen celeste. El hogar fortuito del individuo original, el jardín del Edén. Lugar místico donde se confinan los maestros etéreos y todos los conocimientos. Superficie que habitó el hombre antes de ser expulsado por infringir la ley divina. Y nosotros aquí en su busca.
Este absurdo fue idea de Pearl, mi hermano mayor. Adoptó esa resolución como salida luego que los sabios tribales vinieran por mí para quemarme viva bajo cargos de herejía. Con un pensamiento ortodoxo, imposible defenderme de sus acusaciones. Mis constantes predicciones y sueños acerca de una ciudad subterránea eran prueba suficiente.
Pearl se comprometió ir en busca de la ciudad perdida alegando que en un sueño mío se reveló que era nuestra salvación para la hambruna. Sabían que el viaje era peligroso, por ello nos dejaron marchar. Si teníamos éxito o no, el resultado era igual, ellos ganaban.
Miro alrededor, la niebla matutina se confiere la ardua tarea diaria de cubrir toda la planicie. El gélido viento me abraza provocando que tiemble, logrando hacer más compleja la labor de escalar la superficie rocosa de la montaña de trescientos pies de altura. Echo un ojo abajo y tentando mi suerte efectúo dos pasos, un ligero movimiento mal estructurado y sería nuestro fin.
Mi respiración se agita en respuesta a la poca costumbre de mi cuerpo al ejercicio.
Al cabo de un rato, entre apoyo mutuo y regaño perpetuo conseguimos llegar a una zona más o menos segura.
Pearl me mira con recelo y sé lo que se propone el muy granuja, cree que con su mirada adusta me motivará a continuar el trayecto, sin embargo, le demostraré su error.
—¡Vamos Aisha! —suplica.
—No, no iré. Me rehúso a seguir caminando más tiempo. Vamos, los pies me matan, siento mucho dolor. —me quejo enérgica atiborrada de determinación.
—Está bien, bicha rara. Daremos un merecido descanso. —concede —Pero luego de esto volveremos a por ello. —sentencia tras un silencio sepulcral como si hubiera una posibilidad de dejarme elegir. Soy un ángel como hermana menor.
Me quito con esfuerzo el enorme bolso de mi espalda y en un deliberado acto lo tiro al suelo. Pearl me observa sin acercarse. Me da espacio, mientras aprovecho a sacar la manta cuadriculada y los envases de comida. Soy metódica preparando esto, aunque sé que todo se ira al garete por irnos pronto.
Lo invito a comer y me siento a una proximidad tolerable. Sin notarlo me pierdo contemplando el limbo hasta un golpe suyo en la frente me saca de mis ensoñaciones.
—¿Aisha? —atrae mi atención.
—Nada —respondo en un tono poco convincente.
—¿Otra vez pensando en ellos? —sabe que estoy pensando en la tribu.
—Te equivocas —miento. —Será mejor que te vayas. —sugiero.
—No te dejaré sola Aisha, eres mi hermanita menor. —responde airado.
Después de unos minutos retomamos nuestro camino. Íbamos a paso rápido, pronto caería el sol y quedaríamos sumidos en la más profunda oscuridad.
Por el desgaste, mis pies empiezan a flaquear careciendo de firmeza al tropezar con las raíces de un gran abedul. Ruedo sin detenerme por las laderas de la montaña hasta golpear mi cabeza contra una roca. El impacto levanta muchas hojarascas de piso. Se escucha un sonido seco.
—Hasta que despertaste. —escucho débilmente a mi hermano. —Pensé que te había perdido.
El momento proclive a la sensibilidad dura poco. Empieza a llover torrencialmente. Vimos cerca una especie de cueva y decidimos que era el lugar propicio para aguardar mientras pase la lluvia.
Dentro de ella, nos quitamos la mayor parte de ropa mojada para no sufrir de hipotermia. Nos dormidos abrazados sobre una roca plana que servía de cama.
De un respingo nos levantamos al distinguir una voz que susurraba mi nombre.
—Aisha. —se escucha en un eco.
—¿Pearl? —inquiero.
—Yo también lo escucho —susurra.
En vez de irnos nos adentrarnos más en la cueva, atravesando varios pasajes la voz se hacía más fuerte. Seguí el camino como si lo conociera.
—Aisha, espera. —grita.
Dejé de escuchar la voz de mi hermano, solo existía esa voz y una inmensa conexión que impide que pare. Al llegar, quedo estupefacta al presenciar lo que había en este pasaje oculto.
—Pero qué coño… —grita sorprendido Pearl cuando me alcanza.
—Te esperábamos. —manifiesta el ser extraño.
—Yo también. —le respondo.
Estábamos en casa.
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Editado: 08.01.2020