Aislados

C2: Peligro

MAYA

Nos quedaba poco lapso, no sentía que el tiempo me alcanzará para poder despedirme de Nora y mi madre. Aunque ninguna sacaba el tema, y ni siquiera parecían tristes al respecto. Yo me estaba consumiendo el mal estar.

—¿Qué pasa si no soy apta? —Pregunté de la nada, posando sus miradas en mí—, si muero y nadie se lleva nada bueno.

Mi madre hizo un gesto de frustración; pero Nora me tomó la mano.

—Nadie es perfecto, Maya, simplemente es confianza —habló Nora primero—, y tú tienes mucha confianza en ti misma, yo sé que lo lograras.

—Lo tienes que lograr —comenzó mi madre—, aquí no hay un quizá; debes pasar el programa y ya.

Nora me miró con aflicción. Mi madre se había desgastado mucho todo este tiempo, ella misma nos había mostrado la educación, nunca pudimos ir a una escuela. Nos repetía mil veces que no quería que fuéramos ella, que quería algo bueno para nosotras. Luchó durante tanto tiempo para que entrará al programa, y era mi deber pasarlo.

No tenía miedo, tampoco estaba nerviosa, solo quería ver que ella me echará de menos, que demostrará que nos quiere.

Pero tampoco podía pedirle nada a cambio, de esa forma ella me estaba demostrando lo tanto que me quería.

Nora estaba lavando la ropa en una roca, cerca de un arroyo con agua un poco limpia. Ahí nos duchábamos algunas veces; me le quedé viendo mientras lo hacía, la leve sonrisa que iluminaba sus labios.

"¿Por qué era feliz?"

Ella vivía en una burbuja, en una fantasía. Siempre había sido soñadora, desde que éramos niñas y era la única que mencionaba ciertas cosas que casi eran imposibles en el globo.

Todos sus cuentos, sus fabulas. Sus historias imaginarias que me relataba, me eran fabulosas, claro, pero conforme crecí, me cercioré que era imposible. Mi madre nos alimentó de malos pensamientos hacia las demás personas, no confiaríamos en nadie, ni siquiera en nuestra sombra.

Si alguien nos sonreía, es porque siempre buscaba algo a cambio. Y decía que de eso se trataba el mundo, del dar y recibir, al final del día todos buscan algo a cambio, nadie te ayuda por el mérito del placer.

Pero ahí estaba Nora, con una sonrisa resplandeciente. Ayudando a todos, sin pedir nada; saludando a las ancianas del barrio a pesar de lo que gritaban de nuestra madre. Nora es débil, mencionaba mi madre, pero yo creía que Nora era muy valiente, era fuerte, tanto que nada la opacaba. Siempre veía lo positivo en todo.

—Ya no quiero que uses esta remera —Me dijo, estirándolo para apreciar mejor los hoyos formados por la antigüedad—, usa la mía, pronto ya no me quedará.

—No la tires, es mi favorita —anuncié.

—Maya, tiene demasiados hoyos —volvió a decirme, estirándola mucho más.

Hice un gesto.

—De acuerdo, pero no sé cómo pretendes obtener ropa más amplia —comenté, mirándola mejor.

Creí que usaba ropa holgada últimamente porque no se sentía cómoda con todos gritándole en el pueblo. Pero no, eso no le hacía ni un rasguño a ella; pero entonces cuando mencionó el embarazo, lo noté. Una muy pequeña barriga que sobresalía.

—No podré conocerlo —Señalé.

Nora me miró de prisa, tornado una mirada con melancolía.

—Sabrá de ti, Maya, le contaré historias como a ti, le compraré anillos de caramelo y lo llevaré al muelle para que grite su nombre muy en alto —alentó, viajando sus ojos brillantes a su imaginación.

Ella lo hacía muy bien, siempre daba ánimos a todo.

Sonreí.

—Si saca mis ojos, recuérdame a través de ellos, no me olvides —Me sentí muy triste.

Nora soltó la ropa, levantándose para ir a donde estaba, para estrecharme en sus brazos.

—Si es niña, se llamará Maya, como tú —besó mi frente—, lo prometo.

No podía evitar la melancolía que me abordaba. Quedaba muy poco tiempo para la selección, y el pensar en no volver a ver a mi hermana, me llenaba de tristeza. Cómo viviría sin su hermoso resplandor de paz que me transmitía.

...

Comí a prisa, Theodor me regalaría algunas naranjas para darle a mi hermana; pero solo tenía un tiempo libre y no podía llegar tarde.

Mi madre seguía dormida, y Nora estaba en el trabajo. Corrí cuesta abajo; esquivando los montones de escombros del lugar, tratando de no pisar los charcos. Casi al llegar me detuve en seco, viendo que había hombres desconocidos vagando muy cerca del centro. Casi tropiezo cuando un monto de tierra se me atravesó en el camino.

Me coloqué detrás de un cimiento, observándolos detenidamente. Regulé mis respiración.

—¿Quiénes son? —murmuré despacio, viendo como parecían buscar a alguien.

La gente del mercado se analizaba perturbada; todos estaban rígidos viéndolos. Ellos no se aparecían a menos que tengan que hacer un encargo. O sea, matar a alguien. Me quedé detrás del concreto, esperando que se apartaran un poco del lugar. Y cuando se cansaron de buscar, los vi marcharse. El movimiento comenzó a ser el mismo; había risas de nervios que se oigan a lo largo.

Y de pronto alguien me jaló, muy fuerte, tan fuerte que se me fue el aire. Theodor me atrajo a él, tirando de mi cuerpo para tomarme; me puse rígida, hasta que planto sus labios con los míos de un jadeo.

—Oye —Me quejé, empujándolo con fuerza—, no te he dado el permiso de besarme.

Lo miré con mucho enojo.

—¿No lo sabes? —preguntó, y yo me limpié su saliva de mis labios.

—No, ¿qué? —rugí.

—Ha salido la selección esta mañana —comentó y mi ceño cambió por completo—, te han escogido, Maya.

Se volvió a acercar con la intención de abrazarme, pero me eché hacia atrás.

—El sorteo era mañana —hablé.

—¿No tienes ni un poco de emoción? —inquirió, mirándome con extrañeza.

Quería sentirlo, pero no. Yo ya lo sabía de todas las formas. Entonces bufé.

—Supongo que me siento feliz —Me encogí en hombros.




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