Aislados

C4: Rehén

MAYA

Me senté al borde del lago, sintiendo el viento helado traspasar mi ropaje roto; aprecié una presión en el pecho, y me di cuenta que no quería irme, no quería entrar al programa, no quería vivir en esa isla.

Apreté con fuerza la garganta, no me gustaba llorar, y menos por una presión que sentía, no valía la pena. Mi madre tenía razón, no debía agobiarme con esto; Nora había fracasado en sus decisiones, yo no lo haría. Debía pasar ese programa, debía llevarla a olvidarse de todo esto. Ahora ese sería mi deber más grande.

Medité un par de horas, sentada sobre una roca, arrojando unas más pequeñas lejos. Me entretuve viendo como salpicaban gotas de agua a su alcance, y se perdían ahí mismo.

Vociferé un respingo, abrazando mis rodillas. Mañana tenía que partir, y no estaba lista, no quería conocer a los demás chicos, tampoco vivir seis meses con ellos.

Escuché un ruido, y me levanté de prisa. A lo lejos pude apreciar la detonación de un arma, y seguido, la gente gritando. Mis pies se despegaron del pavimento, y corrí, volviendo a casa para no meterme en un peligro.

Me detuve en seco, vi las llamas a lo lejos, y la gente que con cubetas quería extinguirla. Era mi casa, reaccioné en segundo corriendo más a prisa.

—¡Nora! —grité con todas mis fuerzas.

Una mujer me tomó con fuerza de la ropa, haciéndome caer al suelo; pero de un impulso volví. Sin sentir el dolor que marcaba en mis rodillas como pulsaciones.

—¡Nora! —Entré a la casa que ahora estaba cayendo en pedazos.

Encontrándome con el cuerpo de mi hermana en medio de todo. La tomé del rostro. Moviéndola.

—Nora —La agité, sintiendo lo rígida que estaba—, Nora, mierda —murmuré, pero sentí el líquido caliente emanar de su cuerpo.

La sangre estaba a su alrededor. Pude sentirla entre mis piernas. Chillé con fuerza, colocando mi cabeza sobre su pecho. Sentí que alguien movía mi cuerpo, jalándome, pero me negaba a dejarla, así que la tomé con fuerza, mientras nos arrastraban a las dos fuera.

—Nora —La moví levemente de los hombros—, por favor.

Pero no estaba, ya había muerto, y yo la había dejado sola.

Pronto la gente pudo calmar las llamas, varios se quedaron en círculo, alrededor. Mirando a mí hermana muerta.

...

Mi madre se había quedado en la calle, no la vi soltar ni una sola lagrima cuando la noticia llegó a sus oídos. Tampoco cuando recogió el cuerpo sin vida de Nora.

Había llorado tanto que ahora mismo me dolía la cabeza. Las personas del barrio habían donado un poco de su dinero para darle un funeral digno; no pude mirarle la cara ni una sola vez más.

"¿Por qué las personas más especiales morían?"

Ya no tenía sentido, estaba desecha. Ni siquiera quise moverme de la lápida; ver su nombre marcado con negro, eso me hizo sentir un fuerte estrujamiento en mi corazón.

Estaba embarazada, Dios.

Chillé, tomando mi quejido con mi mano para no hacerlo tan audible.

—Muévete, Maya —habló mi madre detrás de mí—, vendrán por ti en un par de horas.

Me tomó de la prenda, jalándome para ponerme de pie.

Su forma tan caótica de guardar sus sentimientos me estaba enfermando.

—Mamá —aullé—, tu hija acaba de morir.

Me giré para ver las venas que se marcaban en su frente por el eminente aguante que estaba soportando ahora mismo.

—Sí, pero tengo otra que salvar —sostuvo, volviendo a tomarme, esta vez lastimándome cuando me tomó de los brazos.

—Mamá, me lastimas —Me quejé, tratando de soltarme de su agarre.

—Es hora de que dejes de ser una niña, Maya, actúa como una mujer —Y sentí que encajó las uñas sobre mi piel, arrastrándome lo más rápido posible del cementerio.

Dejé de quejarme, estaba muy agotada, no había dormido nada; tampoco comí, ni me quise cambiar de ropa. De todas formas el incendio se llevó todo lo poco que teníamos.

—Mamá, no pretendes que me vaya así —señalé, cuando esta me miró un poco.

Caminamos de vuelta a casa, buscando cosas entre los escombros.

—El dinero no se quema, busca, Maya —Me soltó con brusquedad sobre las cenizas del lugar, que todavía estaban un poco calientes.

Soporté el nudo en la garganta, moviendo los escombros para poder encontrar las monedas; pero mi corazón dio un vuelco cuando pude apreciar el anillo de caramelo, casi intacto. Las lágrimas volvieron a salir y sentí que me derrumbaría de nuevo. Lo tomé entre mis dedos, colocando en uno. Sintiendo que ya nada tenía sentido.

—Aquí esta —vociferó mi madre, llamándome para que salgamos de aquí—, te compraré algo decente.

Sentí que las piernas me dolían cada que seguíamos caminando, los rostros de lástima que nos visualizaban no me hacían sentir mejor.

Ambas estábamos sucias, llenas de ceniza y olíamos a humo; las marcas de las lágrimas se habían dibujado por todo mi rostro, y verme en un espejo me resultaba catastrófico.

La mujer del negocio de ropa, nos miró con sorpresa.

—Señora Corney, lamento mucho su perdida —añadió, dándonos una reverencia como lo hacían aquí.

Mi madre no dijo nada, apretó la mandíbula y comenzó a revisar la ropa de segunda. Me senté sobre un banquillo con la cabeza abajo.

—Le haré una rebaja, señora —escuché decir a la mujer, con amabilidad.

—No quiero su lastima, señorita, solo cóbreme que tenemos prisa —Mi madre habló alto, y la señora se dedicó a lo que le pidió.

Cuando la mujer me dio una mirada de disculpas, mi madre me jaló con fuerza, sacándome de la tienda.

—Mamá, me estas lastimando —Me quejé, esta vez cansada, soltándome de su agarre—, puedo caminar sola.

Ella me miró con molestia, y señaló con la mano el camino.

—Entonces muévete, debemos ducharte —reprendió, y la seguí camino a su casa de donde trabajaba—, no quiero que mires a nadie a los ojos —pidió, y eso hice, entré con la cabeza mirando el suelo.




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