Al abrigo de tu sombra

Capítulo 1

Virginia

 

 

Alguien golpeaba la puerta con insistencia. El despertador del celular había sonado más de tres veces, demasiado temprano para lo que Virginia hubiera querido. Se sentó en el borde de la cama, mirando fijamente sus zapatillas, y quedó así por un rato, entre los sueños y la realidad. Se levantó arrastrando los pies pesadamente hasta el armario, eligió unas prendas al azar y salió del cuarto hacia el baño, esperando que estuviera desocupado.

 

En el pasillo se encontró con María González, la dueña de la casa donde vivía. Era una señora de unos sesenta años, que siempre se vestía de colores llamativos.

 

— Virginia.

 

— Hola, Mari. ¿Cómo está? — Preguntó Virginia mientras cavilaba si estaría atrasada o no con la renta, aunque creía haberla pagado a tiempo.

 

— Bien, y espero que tú también — sonrió. — Quería avisarte que hay una avería en el baño, así que no dejes correr mucha agua.

 

— Sí. No hay problema — respondió.

 

La señora se marchó y la chica siguió hacia el baño que compartía con otras tres inquilinas.

 

Ya dentro del pequeño cuarto, al verse en el espejo suspiró cansadamente, sus ojos estaban hinchados de tanto llorar. El día anterior había tenido cita con su terapeuta, con la gran fortuna de caer en un escabroso tema del pasado, su familia. Virginia creía tener todo resuelto al respecto, pero evidentemente no era así. El recuerdo de la última noche en casa de su padre todavía le dolía, aun cuando a través de los años los sentimientos por su progenitor se habían vuelto cada vez menos intensos, pero no podía dejar de culparlo por la vida que llevó después, por las cosas que padeció para sobrevivir en la calle, lo que tuvo que hacer por un plato de comida.

 

Los golpes en la puerta interrumpieron sus pensamientos y la hicieron volver a la realidad de que estaba llegando tarde a la universidad.

 

Hacía dos años que se encontraba en rehabilitación de las drogas, luego de la muerte de su mejor amiga, Lea, quien le había dejado su posesión más preciada, una flauta que conservaba desde la infancia. Virginia se aferró a esta “herencia” y la usó para salir adelante, y ahora, llevaba tres meses estudiando música formalmente y sin fallar ni una sola clase, era todo un desafío para ella que a duras penas terminara la secundaria.

 

De pasada por su pequeña habitación, juntó sus cosas y tomó su medicación diaria con el agua que siempre tenía en la mesa de noche, antes de salir corriendo a la calle.

 

 

***

 

 

Alexander

 

 

Sentado en su silla real, Alexander maldijo el día en que fue decidió aceptar el caos dentro de sí, pero era eso, o la destrucción total de todo lo que existía, ahora sentía que no había valido de nada, porque aquella energía tan volátil había tomado su cuerpo cuando despertó y barrió con todo a su paso.

 

Alexander estuvo alejado de todo por varios milenios, ignorante de los sucesos que pesaban sobre su vida. En el momento en que supo que su hermana mayor había matado a sus padres y hermanos, perdió por completo el control e intentó atacarla. Pero ahora, que ya hacía muchos años la había derrotado y la perseguía sin tregua, empezaba a tomar consciencia y a preguntarse qué era lo que realmente había sucedido, ¿cómo ella podía haber matado a todos, teniendo un ejército tan débil? No lo sabría hasta encontrarla, si es que lo hacía algún día. Esporádicamente, alguien hallaba una pista falsa que lo inducía a destruir un poco más un reino ya devastado. Sin embargo, los últimos informes lo inducía a buscarla en el mundo exterior.

 

Observó a su alrededor el salón del trono, donde sus predecesores habían reinado, otrora esplendoroso, ahora se veía oscuro y descuidado. Signo de la decadencia que se exhibía en todo lo que lo rodeaba.

 

Un roce en su pierna llamó su atención, una dulce joven casi desnuda, de rodillas a su lado, con un collar negro en el cuello y pequeños trozos de tela apenas cubriendo sus partes íntimas. Ella fingía ser una gatita remolona y se restregaba contra su muslo buscando una caricia. Tenía grandes ojos color miel que lo miraban suplicantes. No podía decir si era la misma chica que había estado allí el día anterior en la misma postura. ¿Por qué estaba ella allí? ¿Para complacer alguna de sus muchas perversiones? ¿Realmente las tenía? Y si las tenía, ¿las necesitaba? Simples paliativos para su vacío interno.

 

— Largo — dijo empujándola con la rodilla y su voz grave y dura resonó por todo el lugar. — ¡León!

 

El hombre, que aparentaba unos cincuenta años, tenía una barba larga y gris y vestía una túnica negra.

 

— Señor — respondió de inmediato, el sacerdote, uno de los doce que componían el consejo oscuro.

 

— ¿Dices que mi hermana ha trasladado su reino al mundo exterior?

 

— Sí señor…

 

— Pues nosotros también.

 

— ¿Qué?… pero…

 

— Y mientras estemos fuera, quiero que derriben este sitio, ya no viviré aquí.

 

— No puedes…

 

Ante estas palabras, un fuerte sentimiento de ira en el interior de Alexander hizo que las paredes del lugar temblaran.

 

— Sí, mi señor. Perdón — se disculpó el brujo, inclinándose rápidamente ante su monarca.

 

Sus asesores siempre buscaban excusas para evitar que Alexander saliera de Lukomor, él se daba cuenta, pero fingía no hacerlo. No obstante, si su hermana aún vivía, la encontraría, aunque fuera en el mundo exterior.

 

Alexander salió del recinto sin mirar atrás.

 

 

***

 

 

Virginia

 

Las calles estaban vacías, apenas había amanecido y el frío del invierno parecía querer llegar demasiado pronto. Agradeció haberse puesto un suéter con cuello de tortuga, el cual llevaba levantado hasta casi la boca.




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