Virginia
Al abrir los ojos, un fuerte dolor de cabeza le hizo volver a cerrarlos. Al moverse, una mano pequeña, acarició su crisma. Entonces notó que estaba apoyada en la pierna de alguien. Miró hacia arriba con dificultad y pudo ver el rostro de su compañera de curso, Alicia.
— ¿Dónde estamos? — murmuró mientras se sentaba agarrándose la cabeza.
— No sé — respondió calmadamente, esto la sorprendió, pero al mirarla pudo ver sus ojos rojos de tanto llorar y supuso que desde que la golpearon habrían pasado varias horas.
Miró alrededor y vio muchas otras chicas en el lugar. Era como un galpón de grandes dimensiones sin ventanas, que solo tenía dos puertas: una estaba entreabierta a su derecha y pudo ver que era un pequeño baño. Entonces la otra sería la salida, a su izquierda.
— ¿No podemos gritar o algo?
— Estamos en medio del campo, el viaje duró bastante, supongo que cuatro o cinco horas porque el sol era de mediodía, nos quitaron los móviles y se llevaron también mi tableta — explicaba la chica.
Alicia era rubia de rostro adolescente con delicadas pecas sobre su nariz y ojos azules, su cuerpo era menudo.
La mayoría de las chicas eran de la edad de su compañera o menores, algunas con uniforme escolar, no podía creer que había llegado a esta situación de una manera tan tonta y a plena luz del día. Después de tantos años de vivir en la calle, de pasar noches durmiendo en un basurero, nunca le tuvo ningún inconveniente y ahora que su vida parecía empezar a encaminarse le pasaba esto. Increíble.
Abrió su mochila que estaba tirada detrás de ella, había allí unos apuntes, un cuaderno, una cartuchera, una botellita de agua y una lonchera, no se puso a revisar demasiado porque la agarró para saciar su sed. Bebió de la botella y volvió a guardarla.
— ¿Qué nos irán a hacer? — preguntó la rubia a su lado, cuyo semblante comenzaba a verse compungido.
— No pienses en eso — respondió sin poder darle ni una palabra de aliento. Era obvio que las habían secuestrado para la prostitución, eran todas chicas muy jóvenes.
En ese momento entraron varios hombres armados.
— Vamos. ¡Todas afuera! — gritó uno de los matones.
***
Alexander
El sitio que sus súbditos seleccionaron para vivir en lo que estarían fuera de su hogar, se ubicaba alejado de las grandes urbes. Aun así, si prestaba atención, podía oír ruidos molestos a la distancia. Se quedó de pie observando la construcción, demasiado moderna para su gusto, era bastante grande, pero no tanto como un castillo, las paredes tan lisas, daban esa sensación futurista que detestaba, no obstante decían que era lo mejor que habían conseguido. También le molestaba el sol, aunque era invierno, sentía que era muy intenso. León lo observaba desde el otro lado de la entrada, se acercó a él a pasos lentos.
— Deberíamos haber buscado un mejor lugar — se quejó al estar junto a su asesor.
— Lo siento, mi señor. El último paradero de su hermana fue en este país.
— Mmm — emitió un gruñido sin aceptar ni negar y continuó caminando hacia el interior de la gran casa, a estas alturas ya no confiaba ni en su sombra, pero no podía manifestarlo abiertamente si quería llegar al fondo del asunto.
El sacerdote lo siguió:
— Óscar tiene una pista, ha concertado una cita con alguien que tiene información sobre Sofía — hablaba por detrás de Alexander intentando llamar su atención.
— ¿Sofía?
— El nombre que su hermana ha estado utilizando...
— ¿Y cuándo será eso? — lo interrumpió sin voltearse ni detenerse, mientras avanzaba por un largo pasillo.
— Mañana.
— Bien, déjame solo, necesito descansar.
***
Virginia
Las hicieron montarse a un camión que simulaba ser de transporte de alimentos. Antes de subir, uno de los hombres la detuvo y la examinó unos instantes para luego dejarla reunirse con las demás. Eso no le daba buena espina, era obvio que Virginia no era lo que debería. Al estar en el vehículo, se dio cuenta de que era la única que no era una adolescente, tenía muchas probabilidades de morir si no servía para los propósitos de esta gente. Lo raro era que no se hubieran deshecho de ella desde un principio.
En las horas que siguieron se terminaron su botella de agua y la de Alicia, de a ratos charlaban de cosas sin importancia como para bajar el estrés. Pero el miedo y la tensión eran palpables en el pequeño cubículo.
— ¿Creen que sobrevivamos? — Preguntó una muchachita que no parecía tener más de quince años.
— Si nos fueran a matar, ya lo habrían hecho — dijo otra.
El silencio sombrío volvió a instalarse en el lugar y una hora después se detuvieron. Las puertas se abrieron y comenzaron a hacerlas descender con violencia. Estaba oscureciendo y a la distancia se distinguían las luces de una ciudad.
— Tú no — dijo el mismo guardia que la había detenido al intentar subir al camión horas antes.
No podía ver su rostro, ya que la luz estaba a su espalda, pero intuía una mirada perversa en aquel hombre. Virginia retrocedió atemorizada. “Tengo que sobrevivir”, habló dentro de sí.
El matón quiso tocarla y ella lo esquivó. “Tengo que sobrevivir”, se repetía.
La tomó por el cabello y la arrinconó contra las paredes del vehículo, obligándola a respirar su aliento nauseabundo. Ella forcejeaba, pero él colocó su arma a la altura del rostro femenino en una amenaza tácita.