Al abrigo de tu sombra

Capítulo 5

Alexander

 

 

Al llegar al bosque no tuvo que esperar demasiado hasta que Serena se presentó en forma de zorro. Ella, volviéndose humana, le instó a ir hacia el río. Ambos se metieron allí y la mujer conjuró una cúpula de protección.

 

— Me sorprendió mucho tu solicitud — dijo el hombre.

 

— En Lukomor era más difícil acceder a usted, mi rey. De hecho, si no fuera por esa chica, tal vez no habría podido.

 

— ¿Y qué quieres decirme, Serena? — Alexander dudaba de ella, al igual que de todos, pero oír su versión podía abrirle un panorama diferente.

 

— ¿No te sorprende que tu hermana haya sido vencida tan pronto?

 

— Un poco sí — respondió sinceramente. — ¿Insinúas que mi hermana no fue la causante de la muerte de mi familia?

 

— No, lo que quiero decir es que lo que hizo, no lo hizo sola.

 

— Y quien la ayudó, ¿no la podía ayudar contra mí?

 

— Quien la ayudó quería el poder que le puedes dar tú.

 

— Di su nombre.

 

— No es un nombre, mi rey. Es un grupo de personas, no sé quiénes son a ciencia cierta, pero sé que hay traidores en nuestras filas, y esos traidores estaban junto a tus padres y hermanos cuando todo sucedió. La corte de Lukomor se volvió demasiado grande y viciada. No debes confiar en nadie.

 

El manto de protección comenzó a rasgarse.

 

— ¿Qué sucede? — Preguntó él.

 

— Yo no soy protegida de las aguas como tú, mi señor — explicó. — Alguien me está llamando.

 

Alexander asintió y ella desapareció junto con la blanquecina cúpula que los rodeaba.

 

 

***

 

 

 

Virginia

 

Un suspiro se escapó de sus labios entre dormida, soñaba que estaba teniendo sexo desenfrenado con alguien a quien no podía ver, se removía en la cama, deseosa de llegar a la culminación de aquel acto. Una suave caricia en su rostro la terminó de despertar.

 

Al abrir los ojos se encontró atrapada en la intensa mirada de Alexander, que estaba acostado junto a ella. Él sonrió de una manera lasciva, en otro este gesto se habría visto terrible, pero en su rostro era devastadoramente sensual. Virginia contuvo el aliento al sentir los dedos del hombre jugar con sus pezones, gimoteó sintiéndose embriagada.

 

Los dedos de Alexander tocaron también su zona íntima, entre sus piernas, no dejaba de observarla jadear y ella no podía apartar la mirada de sus ojos. Él apenas rozaba su piel, pero se sentía inmersa en el sueño en el que tenían sexo muy duro.

 

De pronto todos sus sentidos fueron invadidos, él parecía estar tocándola con muchas manos, pero seguía frente a ella sosteniendo su mirada. Podía sentirlo abrazándola por detrás, también sentía que la acariciaba en otras partes de su cuerpo y, sin embargo, no se movía. Comenzó a entrar en un éxtasis creciente.

 

— No… por favor — logró articular.

 

— Sí… — musitó él ampliando su sonrisa mientras ella llegaba a la cúspide del placer entre ahogados gemidos.

 

Virginia finalmente pudo cerrar los ojos y temía volver a abrirlos. Se quedó así largo tiempo hasta que se atrevió a mirar.

 

Él parecía dormir y al moverse notó que las manos entre sus piernas y en sus pechos eran las suyas propias, no entendía cómo era posible, qué era lo que realmente había sucedido, ¿lo habría soñado?

 

— Esperaré a que sanes antes de tocarte — declaró él como respondiendo a sus preguntas interiores y lentamente sus párpados se separaron, pero ella desvió la vista con miedo de volver a caer en la hipnosis de aquella mirada oscura.

 

 

 

 

***

 

 

 

Alexander

 

 

Aún no se adaptaba a aquella modernidad, podía decir que había algunas cosas que le gustaban y probablemente las adoptaría en su hogar. Como estos baños burbujeantes que le resultaban extremadamente relajantes.

 

Otra cosa que le gustaba del mundo humano era haber encontrado a Virginia. Le resultaba una criatura perfecta, no veía la hora de poder tomar su alma y este era el motivo por el cual había evitado su presencia por algunos días, asignando a Geraldine a su cuidado.

 

La puerta se abrió y su asesor entró.

 

— ¿En qué soy útil, señor?

 

Alexander, hundido en su baño, lo miró sin expresión. León con su actitud servil lo disgustaba, sin duda era uno de aquellos en quienes menos debería confiar, pero no podía decírselo, ya que necesitaba que creyera que lo engañaba.

 

— Quiero que acuerdes una cita con mi hermana, como si yo fuera un cliente más de su empresa, haz la cita a nombre de la chica, me será útil para esto, no quiero que sepa que soy yo ni mucho menos que sé quien es.

 

— Pero…

 

— Solo hazlo, y envía aquí a Serena.

 

El viejo brujo salió del lugar sin decir más, él fue quien tuvo la brillante idea de colocar en Alexander un sello mágico que les permitiera localizarlo. Por seguridad… ¡Qué mentira! ¿Qué seguridad podría necesitar alguien como él? Debería haberlo sabido, pero en el furor de la ira no pudo razonar con claridad. Ahora que ya había pasado el suficiente tiempo como para calmarse y pensar, y tendría reparar todos los errores cometidos.

 

Serena entró en el cuarto sigilosamente, pero él sintió su presencia.

 

— Es una regla de cortesía tocar la puerta.

 

— Sabía que te darías cuenta de que había entrado.

 

— Tocar sigue siendo más cortés.

 

— Lo siento, mi señor.

 

Para él era obvio que ella no lo sentía, sin embargo, le resultaba mejor que fingiera.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.