Al abrigo de tu sombra

Capítulo 6

Virginia

 

 

No tenía forma de saber que fecha era, ni la hora, ni siquiera cuánto tiempo había pasado del momento en que fuera secuestrada. No volvió a ver a su captor desde ese día bochornoso en el que… Se sonrojaba de solo recordarlo, no podía hacer mención del asunto ni en sus pensamientos, de lo avergonzada que se sentía.

 

Aunque se alegraba de que él no hubiera vuelto luego de eso, se sentía frustrada, no sabía a qué atenerse, únicamente tenía contacto con esa chica que no le decía nada, solamente le traía alimentos y agua. Debía admitir que la comida era buena y más frecuente de lo que estaba acostumbrada, pero aún cuando estuviera en un palacio con todas las atenciones, seguía siendo una prisionera. También había recibido ropa y elementos de higiene para su uso personal.

 

Virginia no estaba acostumbrada a estar encerrada, deambulaba en las calles desde que tenía memoria, ya que su padre nunca se había caracterizado por ser protector, más bien todo lo contrario.

 

Se aburría enormemente, además de estar incomunicada. Ella no tenía familia, sin embargo, conocía muchas personas con las que se relacionaba, aunque ninguna era tan cercana. Comenzó a preguntarse si alguien notaría su ausencia, si denunciarían su desaparición. Sin duda, la terapeuta que le había asignado el estado el año anterior al permitirle salir del centro de rehabilitación, Edith, sí se daría cuenta cuando Virginia no apareciera a su cita semanal.

 

El año escolar ya había avanzado tres de meses, tal vez si no faltaba demasiado podría retomar sus estudios. No quería ahora abandonarlo, luego de todo el esfuerzo que hiciera para llegar hasta esta instancia de su vida.

 

Decidió que debía escapar de aquel sitio a como diera lugar. Podría ser que cuando Geraldine abriera la puerta para traer alguna comida la empujara hacia adentro antes de que cerrara la puerta…

 

El sonido de la cerradura la alertó y saltó hacia la puerta, pero su torpe plan estaba lejos de cumplirse. Sorprendida al no encontrar a Geraldine frente a sí, sino a una mujer de unos cuarenta, de largo cabello rojo y ojos como esmeraldas. Se paralizó.

 

— Oh, ¿intentabas huir? — Sonrió la recién llegada dejando la puerta abierta. — Puedes irte si quieres, no te detendré — la instó caminando hacia el interior de la habitación con parsimonia.

 

Virginia dudaba. No podía ser tan fácil, y ella… era sospechosamente generosa al dejarla ir.

 

— ¿Por qué me dejarías escapar?

 

— Por varios motivos — explicó sentándose a los pies de la cama con las piernas cruzadas muy elegantemente. — Primero, no sirves a mis propósitos. Segundo, dudo que pudieras llegar lejos, en el peor de los casos morirás antes de hallar la salida, pero aunque esto me quitaría un peso de encima, no soy tan optimista.

 

Estas palabras recordaron a Virginia lo que Alexander había dicho días antes: “No salgas si quieres vivir”. Suspiró cansada y decidió que debería esperar, tal vez podría pedir ver la luz del sol y allí evaluar que oportunidades tenía.

 

— Buena chica — dijo la mujer. — Ven aquí — ante sus palabras la puerta se cerró de golpe haciendo que Virginia diera un respingo. — Debo examinar tus heridas.

 

— ¿Eres una doctora? — Preguntó caminando hacia la mujer cansadamente.

 

— Algo así…

 

— Necesito mis medicamentos, hace días que no los tomo y podría tener una crisis.

 

La pelirroja se había puesto de pie y revisaba su cabeza en el lugar en el que recordaba que tenía la herida, también miró el fondo de sus ojos y por último palpó sus costillas.

 

— Estás bien ya — afirmó. — No necesitas ninguna medicación.

 

— Pero yo…

 

— Muchacha, no sé quién te ha hecho creer que estás enferma, pero es mentira — afirmó clavando sus verdes ojos en los de Virginia unos instantes antes de retirarse sin decir más.

 

 

***

 

 

 

 

Alexander

 

 

El espíritu no tardó en aparecer frente a él. Habían pasado diez días de la última vez que lo convocara la primera vez desde este lado del velo, debería tener ya alguna información.

 

— ¿Y bien? ¿Qué sabes? — Preguntó acariciando el agua en la que se encontraba distraídamente.

 

— Al parecer, tu hermana, al igual que tú, sabía que algo pasaba, pero estaba imposibilitada de hacer nada, vuestros ancestros reunieron una corte muy corrupta.

 

— Entiendo. ¿Y sabes ya quien está detrás de todo esto?

 

— Por ahora creo que debes desconfiar de todos…

 

— ¡Ya desconfío de todos! — Exclamó golpeando el agua.

 

La figura se removía ansiosamente a través de su remolino.

 

— Ellos han velado la información.

 

— Lo sé — afirmó. — Quiero que vigiles a Serena, y me digas todo lo que hace. Me ha buscado fingiendo lealtad, pero no me fío de ella.

 

— Serena era muy cercana a tu hermana.

 

— Lo recuerdo, fue su mentora.

 

— Si lo que quieren es poder, ¿por qué no se deshicieron de mi hermana y de mí, en el pasado? Tuvieron muchas oportunidades.

 

— ¿No lo sabes, Zar’Xano, Señor de las Aguas y del Abismo? La sola mención de nuestro nombre hace temblar al más valiente de Lukomor. Detrás de tu imagen, ellos son intocables.

 

Un gruñido de disgusto salió de entre los apretados labios de Alexander al oír la forma en que su doble lo había llamado.

 

— Bien podrías quitarte el sello que pusieron sobre ti — continuó hablando la acuática sombra.

 

— No lo haré todavía. Quiero que piensen que me dominan.

 




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