Al borde del colapso.

El recuerdo agridulce del adiós

Recuerdo el último año escolar de secundaria sin darme cuenta llegó rápidamente como un torrente imparable, arrastrándome hacia una mezcla de emociones que no podía descifrar del todo.

Se estableció una sensación indescriptible cuando caí en cuenta que estaba a punto de despedirme de todo lo que había conocido durante mi adolescencia. y la rutina diaria que, aunque monótona, me ofrecía una sensación de seguridad. Todo eso estaba a punto de desvanecerse.

También recuerdo cuando todos los otros años anteriores solo quería terminar la escuela lo antes posible, odiaban fervientemente el echo de tener que levantarme todos los días para tener que ir pero no me di cuenta de lo maravilloso que era en ese entonces.

Pero el tiempo pasa y fue algo inevitable.

El día especifico que tuve todas las emociones alborotadas fue en la ceremonia de colación. Vi con nostalgias cada rincón del colegio que parecía decir adiós a su propia manera. Los abrazos eran más largos de lo habitual, las carcajada estaban teñidas de miedo, y las lágrimas de añoranza.

Me di cuenta que las despedidas no eran para nada simples.

Cuando salia de los portones de escuela, sentía una presión en el pecho. El miedo y la ansiedad se entrelazaban, creando un nudo casi obligatorio. ¿Cómo seria el mundo de afuera?, ¿Cómo me adaptaría a esta nueva etapa?

La incertidumbre se volvió mi amigo más fiel que se aferra mí.

Me sentí como una náufraga en un océano inmenso de posibilidades. ¿Cómo podría dejar atrás todo lo que conocía y lanzarme a un mar tan vasto y sin rumbo?

Me consolaba una esperanza tímida, casi frágil, pero estaba allí.

Los adioses, aunque agridulces, son parte de la vida que lamentablemente son necesarios. Por duros que sean, se supone que es la señal de que estamos listo para enfrentar lo que viene.

O eso es lo que me hicieron creer, pero nadie me dio las herramientas para enfrentar lo que se venia. aun que sea una miserable charla de aliento.

Tal vez le estoy echando toda la culpa a las despedidas… Decir adiós nunca ha sido lo mío, y no porque no lo haya intentado, sino porque es doloroso.




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