Al borde del colapso.

Un poco de luz

No siempre es fácil encontrar razones para sonreír cuando la vida parece un interminable circulo de fracasos y decepciones. Mis días se habían convertido en una serie de rutinas grises y desalentadoras.

La sensación de vacío era tan persistente que a veces me preguntaba si alguna vez podría escapar de esa niebla. Pero en medio de todo eso, había tres personas que, de alguna manera, me ofrecían un poco de luz en cada estación de mi vida.

L, es mi amiga que me recordaba al otoño. Con su presencia, sentía que las hojas caídas, crujientes bajo mis pies, eran un símbolo de los cambios inevitables y, a veces, dolorosos. L tenía una forma de hacer que lo sombrío pareciera bello, con su risa melancólica, sus historias llenas de colores cálidos y su presencia una paz profunda.

Cuando estoy con ella, siento que, aunque el invierno se acercara, había una belleza en el ciclo de dejar ir y permitir que las cosas se transformaran. Sus palabras eran como un soplo de aire fresco en una tarde de abril, siempre invitándome a reflexionar sobre la importancia de abrazar los cambios y encontrar belleza en los finales.

R, en cambio, me recordaba al invierno. Su fortaleza era como una manta cálida en medio de la frialdad y el hielo de mis días más difíciles. Ella tenía esa capacidad de ser serena y resolutiva, incluso cuando el mundo parecía congelado y desolado. Con R, las noches más largas se volvían más soportables.

Su amistad era una especie de refugio, un lugar donde podía encontrar consuelo y claridad en medio del caos. A veces, cuando me sentía perdida y agotada, ella me ofrecía un poco de esperanza, como las estrellas brillando en un cielo invernal. Su determinación me recordaba que incluso en los momentos más oscuros, siempre había una promesa de luz y calidez por venir.

Y por último pero no menos importante E, que encarnaba la primavera en todo su esplendor. Ella era un estallido de energía y frescura, siempre trayendo consigo la promesa de nuevos comienzos. Con E, los días grises se transformaban en campos de flores y cielos despejados.

Su optimismo era contagioso, y su habilidad para encontrar alegría en las pequeñas cosas me recordaba que siempre había una chispa de esperanza incluso en medio de la tristeza. Ella era la que me animaba a seguir adelante, a no perder la fe en que la vida podría ser hermosa y llena de posibilidades.

A veces, cuando me encontró atrapada en la oscuridad, pensó en cómo cada una de ellas me ofrecía un pedazo de luz. L me enseñaba a ver el encanto de la transformación, R me proporcionaba un refugio en las tormentas de la vida, y E me inspiraba a mirar hacia adelante con esperanza. Eran como las estaciones del año, cada una aportando su propia magia y su propia lección a mi vida.

Ahora, mirando hacia atrás, me doy cuenta de que esas estaciones de amistad eran más que un simple consuelo. Eran la forma en que la vida me recordaba que, a pesar de todo el dolor y la incertidumbre, siempre había algo hermoso en el horizonte.

Mis días grises estaban salpicados de color, no por casualidad, sino por la presencia de las personas que amaba. En su propia manera, cada una de ellas me ofrecía un poco de cielo, como un recordatorio de que incluso en los tiempos más oscuros, había un diminuta esperanza...

Como extraño verlas diariamentes...




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