No sé si la noche es buena o mala.
Hay momentos en los que la amo profundamente, porque me regala esas ocho horas en las que no tengo que interactuar con nadie. No tengo que sonreír, fingir, o temer que voy a decepcionar a alguien. Es como si la oscuridad me envolviera en un manto de tranquilidad, dándome un respiro de la carga que llevo durante el día. En la noche, nadie espera nada de mí, y por eso, en cierto sentido, me siento libre.
Pero, al mismo tiempo, la odio.
Porque me obliga a ser sincera conmigo misma, me enfrenta a mis pensamientos y a las verdades que intento ignorar. Durante el día, puedo distraerme con el ruido, las tareas, las conversaciones superficiales, pero en la noche, cuando todo está en silencio, no tengo escapatoria. Mis pensamientos se acumulan, uno tras otro, hasta que ya no puedo ignorarlos más. Pienso en todas las formas posibles de arreglar mi vida, de salir del pozo en el que me encuentro. Reviso cada decisión, cada error, cada momento en que fallé. Me torturo con la idea de que debería haber hecho las cosas de otra manera.
Y lo peor es que, después de horas de pensar, siempre termino en lo mismo: llorando hasta quedarme dormida. Se repite noche tras noche. Al principio, me siento aliviada por el silencio, por la pausa en las expectativas, pero luego llega el torbellino de pensamientos que no me dejan en paz. Me pregunto si alguna vez encontraré una salida, si alguna vez podré dejar de sentirme así, tan perdida, tan rota.
Hay noches en las que una chispa de esperanza se asoma, me siento capaz, aunque sea por un instante, de imaginar un futuro en el que el dolor no me consuma. Me prometo a mí misma que encontraré una manera de salir adelante, que no todo está perdido.
Pero también hay noches en las que no resisto. No puedo seguir con la farsa de que estoy bien, de que las cosas van a mejorar. En esas noches, la oscuridad no es una pausa, es una trampa. Me atrapa, me arrastra a lo más profundo de mis pensamientos, y en lugar de encontrar soluciones, lo único que quiero es acabar con todo. No puedo soportar la presión, el agotamiento de seguir luchando sin saber si algún día veré la luz al final del túnel.
No sé si la noche es mi amiga o mi enemiga.
A veces me alivia, otras veces me destruye.
Pero lo único que sé con certeza es que en la oscuridad, no puedo esconderme de mí misma. Es en la noche donde me enfrento a mis demonios, donde soy más vulnerable y más honesta. Es una batalla silenciosa que peleo cada noche, y aunque algunas veces tengo esperanza, otras veces simplemente no puedo más.
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desahogo mental y emocional, miedos sin fin, quiero ser normal
Editado: 16.11.2024