Al calor de la pasión

CAPITULO 4

A James no le importó que muchas miradas estuvieran puestas sobre su persona, pendientes del siguiente paso que daría con la ardua huida de la señorita Staunton, hacia los jardines de la majestuosa mansión y la siguió de inmediato, a pesar de sentirse un completo tonto por volver a sucumbir a todo lo que representaba ella.

En contra de su voluntad, tenía que asumir que Meredith todavía lo afectaba y perturbaba sus emociones como nadie podría hacerlo. Lo comprobó al tenerla de nuevo entre sus brazos, al aspirar aquel inconfundible y exótico aroma que desprendía su piel. Cuando la tocó, percibió cómo su tacto lo seguía quemando tanto o más que en sus recuerdos y el altercado del que eran protagonistas en medio del jardín, solo fue el aliciente que necesitaba para terminar besándola.

No supo qué le sucedió en aquel instante, pero la besó con tal ímpetu, sin prestar la menor atención a los gritos ahogados y al frenético intento que ella empleaba por deshacerse de su agarre. El juicio se le nubló al percibir el íntimo calor  que se filtraba a través de las finas prendas que llevaba puestas la muchacha. Aquello lo excitó de tal manera, que presionó con más fuerza a la dama contra su figura para profundizar el beso que se hizo más intenso hasta el punto de acallar las propias protestas vanas de Meredith, a la que al fin sintió rendirse ante la pasión. Su regocijo fue mayor cuando los frágiles brazos de la dama rodearon su cuello y siguió a la perfección los movimientos de su boca en una apasionante y delicada danza de la que eran protagonistas los labios de ambos. Sin embargo, el hechizo que lo envolvió por un momento, fue roto por un jadeo horrorizado que escuchó a sus espaldas.

—¡Oh, por Dios!

James miró a Meredith con lentitud, y ambos se volvieron hacia la persona que los había sorprendido, reconociendo al instante aquella voz.

—Milady, creo que debería regresar al salón, en tanto su prima y yo terminemos de resolver nuestros asuntos pendientes —advirtió a Deborah con su mirada verde que se había oscurecido. Después de emitir aquella tácita orden, percibió de inmediato una reprimenda en los ojos de su amigo Edward, que se materializó tras la dama.

—Tu madre me ha enviado a buscarte, Meredith… —replicó Deborah, ruborizada por haber presenciado aquella escena indecorosa y tan íntima, y también un poco ofendida por el tono de voz que el conde utilizó para ella.

Meredith dio un paso para rodearlo y seguir a su prima, pero él la tomó del brazo.

—Si te marchas antes de terminar la conversación que estábamos sosteniendo, les diré a todos en el salón lo que acaba de ocurrir aquí —resolvió. Sonrió victorioso cuando ella volteó a mirarlo como si estuviera a punto de asesinarlo.

—No se atrevería… —objetó Meredith, incrédula.

—Pruébame y veremos quién de los dos sale perdiendo más. —Él la afrontó.

—Milady, regresemos al salón y dejemos que ellos resuelvan sus diferencias en privado —intervino Edward.

—No te vayas, Deborah... —suplicó Meredith con una mirada temerosa.

—Milord, deje que Meredith me acompañe para evitar los rumores. —Deborah quiso persuadirlo.

—Mejor ocúpese de cuidar su propia reputación, milady, y regrese al salón. ¿O quiere sufrir las mismas consecuencias que su prima? —James enarcó una ceja en dirección a Edward.

Lord Harewood se apresuró en convencerla de regresar, y en contra de su voluntad, se llevó a Deborah de regreso al salón.

—¡Es usted un…! —Meredith lo miró con rabia a los ojos, sin lograr terminar aquella frase que había prometido un insulto.

—No soy peor que tú, querida Meredith.

—Al parecer, convertirse en un noble solo ha contribuido para sacar a relucir aún más su arrogancia, conde de Northampton. Ya le he dicho que no es apropiado tutear a una dama soltera y tampoco que estemos aquí, solos. Si me disculpa… —Miró la mano de James, pero él no la soltó.

—Te casarás conmigo, Meredith. ¿Qué más da si me salto el protocolo ahora o después? —ironizó, irritando más a la bella rubia.

—¿Se ha vuelto loco? ¿Por qué querría usted casarse conmigo? ¿Por qué piensa que yo aceptaría ser su esposa? —rebatió con los ojos llameantes por la furia.

—¿Acaso aun no lo entiendes? —Él ladeó su rostro y la miró frunciendo las cejas—. Mereces un castigo y, ¿qué mejor manera de castigarte que casándote con el hombre que más desprecias? No tienes en donde caerte muerta y, sin embargo, te sigues demostrando ofendida cuando los dos nos conocemos bien para seguir fingiendo que nada ha ocurrido.

Ella cambió por completo su expresión ante semejante declaración de su parte, y él se compadeció de ello tan estúpidamente, que aflojó su agarre. Luego, se fijó en la mirada más melancólica que nunca nadie le dedicó y emitió un hondo suspiro.

—Ya lo comprendo… —musitó apenas—. Siempre creí que un beso o en todo caso el matrimonio, era una expresión de amor sincero. —Hizo una pausa para palparse los labios con los dedos y unas finas lágrimas se colaron a través de sus ojos para después continuar—. Pero hoy, lord Northampton, me ha demostrado que el arma más letal para castigar a alguien, no es un simple gesto vago, sino el deseo exacerbado de hacerle daño. Quédese complacido con lo que ha logrado; me ha castigado suficiente y puede dejarme en paz. Además, cumplo con informarle que ya estoy comprometida, por lo que, penosamente, debo declinar a tan generosa oferta de volverme su esposa —alegó con ironía entre el gran sufrimiento que cargaba.




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