Al calor de la pasión

CAPITULO 5

Northampton House se volvió un sitio ruidoso desde tempranas horas. Katherine acudió a la residencia con un pequeño ejército de criadas que estaban desempolvando la casa y lustrando la escasa platería que quedaba en la mansión, por lo que James no tenía derecho a quejarse.

Hugo sirvió en sus aposentos un sustancioso desayuno con jamón, huevos, tostadas y café. Sin embargo, solo bebió media taza del líquido humeante, ya que la velada lo dejó de un muy mal genio y nulo apetito. No pudo pegar un ojo en toda la noche, pensando en la actitud de cierta mujer que siempre le crispaba los nervios y le hacía dudar de su propio control.

Hastiado, tocó la campana para ordenar que retiraran la bandeja con lo que le habían llevado.

—¿Disponemos de algún caballo que sirva para dar un paseo?  —Preguntó al viejo mayordomo que asintió con la cabeza—. Dígale al mozo que lo prepare; saldré hasta que estas mujeres terminen con sus labores.

—Como ordene, milord.

James hizo un ademán con la mano para que su sirviente se marchara e llevara a cabo su encargo, mientras él escogía el atuendo que se pondría. Necesitaba con urgencia pedirle a Hugo, o en todo caso a lady Durham, que contrataran un ayuda de cámara competente para ocuparse de sus ropas.

Ataviado con una chaqueta marrón de montar con cuello negro y unos pantalones beige que le quedaban perfectos, bajó las escaleras que rechinaban cuando sus impecables botas pisaban cada peldaño.

Katherine se encontraba dando órdenes al pie de las escaleras, situada en la divisoria entre el salón y el amplio comedor en reforma. Cuando lo vio, despachó a la criada con quien conversaba y se acercó para darle un beso en la mejilla.

Para James, la marquesa era una mujer excepcional a los ojos de muchos, en especial a los de su esposo quien había tenido mucha suerte de que una dama como ella se convirtiera en su esposa. En lo profundo de su corazón, él siempre tuvo envidia de aquella complicidad y lealtad que la pareja profesaba.

—Te ves encantador, querido. —Ella lo estudió de pies a cabeza—. Será imposible ahuyentar a las jóvenes con este aspecto.

James resopló.

—Pues no hará falta buscar candidata; ya he resuelto el asunto.

La marquesa frunció el ceño en tanto él enarcó una de sus negras cejas y luego la dama sonrió con amplitud.

—¿No me digas que has tomado mi consejo?

James asintió con la cabeza.

—He decidido que tienes razón; si no se ha casado, tal vez fue porque el destino la tenía guardada para mí de todos modos. ¿No lo crees? —Forzó una sonrisa. Por ningún motivo le develaría sus verdaderas intenciones.

—¡No sabes cuánto me alegra! —expresó Katherine que lo abrazó—. Es la mejor decisión que has podido tomar.

—También lo creo —dijo James en tanto notó cierta preocupación en ella cuando su sonrisa se desvaneció—. ¿Sucede algo?

—El padre de la joven tiene una deuda con John. El día de ayer, el abogado del conde de Cork fue a visitarlo para informarle que esta semana saldará las deudas del señor Staunton, lo que me lleva a suponer que han llegado a un acuerdo de matrimonio.

Eso preocupó a James porque de esa manera, Meredith se escaparía de él.

—¿Tan pronto? —cuestionó.

—Lord Cork tiene prisa por regresar a sus tierras. No tiene ninguna intención de perder el tiempo, al menos es lo que oí, lo que significa...

—Que debo darme prisa con el asunto —masculló con fastidio al considerar que Meredith se saliera con la suya.

—Puedo pedirle a John que retrase su reunión con el conde —sugirió la marquesa.

—No hace falta. Me haré cargo a mi modo, Katherine. No quiero involucrarlos en mi disputa con ese hombre y tampoco quiero darle más motivos al Señor Staunton para rechazar mi propuesta.

—¿Podrás con ello? —inquirió preocupada.

—Te prometo que, a más tardar mañana, la señorita Staunton será mi prometida —aseguró.

—Entonces debo darme prisa —sonrió la marquesa con una notoria ilusión en sus ojos—. ¡Esta casa debe estar lista para cuando decidas que sea la boda! —aplaudió como una chiquilla.

—Gracias por todo, querida.

—No hay nada que agradecer. Lo único que deseamos como familia es que seas muy feliz, porque te lo mereces, James. Te lo mereces más que cualquiera. —Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras sonreía, y agregó—: ¡Vamos! Ve a por esa niña antes de que ese detestable y arrogante hombre resuelva su matrimonio con ella.

—Es lo que haré. —Besó la frente de la marquesa y se dirigió a las cuadras para montar al caballo asignado e ir a cumplir con lo que tenía en mente.

Meredith intentaba mantener el control de sus emociones mientras montaba a su yegua en Hyde Park. La rabia bullía en sus venas y no era para menos: todos daban por hecho su matrimonio con el horrible conde de Cork y le daban sus felicitaciones como si hubiera desenterrado un tesoro.

Tenía ganas de hincar sus talones en el caballo y que la sacara disparada de ese sitio, hacia un lugar donde nadie más le recordara lo desafortunada que era y lo miserable que sería su futuro. Con la prisa que tenía por bordear a las demás personas que estaban en su camino, espoleó a su montura; en tanto se concentraba en la difícil tarea de no llorar, no se percató de que alguien iba a su lado.




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