Al calor de la pasión

CAPITULO 13

James se sumió en sus pensamientos en los que la indefectible protagonista era la rubia angelical que parecía abatida y preocupada por él. Sopesó por un largo rato la extraña actitud de Meredith que no se parecía en nada a la imagen que se formó de ella durante los últimos tres años. Sus enfrentamientos, desde el baile ofrecido por los Londonderry hasta aquel desafortunado intercambio de palabras en su habitación, si bien reflejaban una indignación que a él le pareció falsa, no se asemejaba a la expresión de angustia que la muchacha cargaba consigo cuando le suplicó que no acudiera al sitio donde se llevaría a cabo el duelo.

Espiró más veces de lo que pudo percatarse y oyó el bufido del marqués que lo miraba como si fuera un idiota.

—¡Ya deja de pensar en ella! Debes concentrarte o el conde te matará —advirtió John con severidad.

—Ese no es mi mayor problema en estos momentos... —replicó seguro—. No fallaré —ratificó.

—¿Se puede saber qué problema sería más importante que el enfrentamiento? —Primero frunció sus gruesas cejas y luego las elevó, como si comprendiera la cuestión—. Ya veo, no estás seguro de los sentimientos reales que tu prometida guarda hacia ti... —afirmó.

Él sintió que era momento de ser franco con John. Después de todo, él había sido testigo del momento en que su corazón se resquebrajó en mil pedazos por culpa de Meredith.

Negó con la cabeza para darle la razón al marqués, porque no se sentía capaz de modular las palabras que le quemaban el alma.

—No tienes que preocuparte demasiado —inició, encogiéndose de hombros—. Hasta anoche, tenía mis reservas sobre la muchacha, pero he estado observándola y puedo poner mis manos al fuego al afirmar que le importas —dijo con convicción.

—¿Cómo puedes estar seguro de ello? —inquirió desorientado—. Solo nos has visto juntos anoche...

—¿Y tú por qué piensas lo contrario? —Devolvió la pregunta—. ¿Estás haciendo hasta lo imposible por convertirla en tu mujer sin estar seguro de sus sentimientos por ti?

—Que yo la quiera para mí, es diferente a que ella sienta lo mismo... —expresó desprevenido.

—Pensé que el compromiso fue de común acuerdo —objetó John—. Tú dijiste que en Hyde Park la señorita Staunton estaba impaciente porque pidieras su mano —recordó.

James carraspeó, conmemorando que había cometido una pequeña indiscreción.

—Y fue de ese modo, John —aseguró—, mas no puedo decir con certeza si el motivo fue porque guarda sentimientos hacia mí o por la misma desesperación de librarse de aquel compromiso con el irlandés. ¿Comprendes?

El marqués sopesó sus palabras por unos instantes y terminó dándole la razón.

—Tienes razón en dudar —concluyó—, pero como hombre y espectador, puedo jurar que siente lo mismo que tú. ¿O dudas de mis dotes de conquistador? —preguntó con presunción.

—Tú... tú, ¿dotes de conquistador? —Preguntó burlesco, mientras Durham fruncía el ceño—. Desde que tengo uso de razón, has estado perdido por tu esposa. ¡Ni siquiera cortejaste a otras damas, por favor!

—Eso no quita que otras damas no hayan puesto sus ojos en mí y que yo no me diera cuenta de su interés.

—¡No me digas! —Siguió molestando.

—¡Allá tú si no quieres escucharme! Y mejor dejemos el asunto que ya hemos llegado —respondió el marqués más serio, viendo por la ventanilla del carruaje a una inesperada comitiva que acompañaba al irlandés—. ¿Pero qué diantres es todo eso? —inquirió cuando el coche se detuvo.

Ambos se apearon del mismo y el marqués caminó por delante de él para acercarse a la pequeña multitud de espectadores que no deberían estar allí.

—¿Se puede saber qué significa esto, milord? —cuestionó John, que recorrió con la vista al séquito que se componía de unos diez hombres.

—Mi escolta, milord —contestó el conde de Cork con serenidad—. Usted mejor que nadie debe comprender que hombres como nosotros podríamos ser presa fácil de un secuestro o un asalto, ¿cierto?

—Pues me da la sensación que está jugando a algo que no termino de comprender y de ninguna manera permitiré que el conde de Northampton se enfrente a usted, cuando cualquiera de sus hombres le puede disparar a traición —rugió tajante.

—¡Me ofende, lord Durham! —Replicó con falsa indignación—. Usted también tiene sus refuerzos —refirió el hombre que señaló a espaldas de ellos.

El marqués y James voltearon para encontrarse con lord Carlisle y lord Harewood, quienes llegaron al sitio a caballo y se encontraban desmontando para acercarse a ellos. Los caballeros se saludaron con leves venias, siendo evidente el malestar en los recién llegados al notar que Cork era acompañado por varios hombres.

—Milord —saludó el padre de Deborah—, ¿sus hombres están armados? —inquirió por precaución—. De ser el caso, me temo que no podemos permitir que se lleve a cabo este duelo... —acotó con firmeza para que el conde de Cork comprendiera la postura que tomaría la contraparte.

—Comenzaré a pensar que Northampton no ha venido precisamente a cumplir con este compromiso, sino más bien, los ha traído a ustedes con la intención de evitar cumplir con su palabra. ¿Acaso carece de honor, milord? —increpó a James en su afán de provocarlo.




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