Al calor de la pasión

CAPITULO 12

—Nos vemos al amanecer en Hyde Park, al otro lado del Serpentine —replicó el conde de Cork, pactando el sitio para el desafío y dando media vuelta para marcharse.

Sin embargo, la voz de John lo detuvo.

—Está cometiendo un terrible error, milord —advirtió—. Pero, como ya ha tomado su decisión, seré el padrino del conde de Northampton.

—No debería entrometerse, milord —sugirió entre dientes—. Debería dejar que el señor Staunton tome ese lugar considerando que se trata de su futuro yerno, si está decidido a involucrarse en el asunto.

—Las armas para el duelo correrán por mi cuenta —avisó lord Carlisle—. Soy imparcial en este meollo, por lo que será lo más conveniente para ambos —explicó.

Los duelistas asintieron ante el ofrecimiento de lord Carlisle.

—El duelo será a muerte —notificó sin atisbo de duda—. Dispararé tantas veces como sea necesario para borrar de la faz de la tierra al insolente que ha osado insultar mi honor. No me detendré hasta quedar satisfecho —manifestó con absoluta convicción y se retiró del sitio, dejando a todos en una gran incertidumbre.

—¡No puedes ir, James! —Lady Durham fue la primera en dar voz a sus pensamientos cuando el hombre irlandés se perdió de vista—. No tienes por qué caer en la provocación de ese hombre. Está resentido y no le importa nada más que matarte.

—Milady tiene razón —aseveró Meredith, tomándolo del brazo para que se volteara a verla—. No tienes que probar nada. No hay poder alguno que te obligue a ir a ese encuentro. —Sus ojos azules se cristalizaron al mirarlo suplicante para convencerlo de no asistir a aquel descabellado duelo.

—No me retractaré —ratificó.

—Pero...

—Además, es a causa de tu padre. Pensé que estarías feliz de que alguien tuviera la posibilidad de darme un balazo —ironizó—. Al menos has vuelto a tutearme... —acotó susurrando para que solo ella lo escuchara.

—¡¿Puedes dejar el sarcasmo para otro momento?! —respondió firme y alto, furiosa porque pensara semejante atrocidad de ella—. ¡Podría matarte!

—No lo hará —respondió con seguridad—. No pienso morir antes de casarme contigo.

Tras aquella declaración, su mirada verde se mezcló con la de ella y por un instante, Meredith creyó que no todo estaba perdido entre ellos. Los vellos de su piel se erizaron, y de ella se apoderaron las ganas de abrazarlo y apretarse contra él. Estaba a punto de decirle que no quería perderlo, que había ansiado —más de lo que recordaba ella misma— el momento sublime en que ambos unieran sus vidas y reafirmaran su amor con la piel del otro. Quería dejar en evidencia delante de todos sus sentimientos por él sin importarle que después volviera a comportarse como un verdadero cretino. Solo no quería que acudiera a aquel enfrentamiento sin saber cuánto le importaba.

Sus labios se entreabrieron, dispuestos a permitir que su lengua comenzara a moverse, pero James rompió el contacto visual y se volvió a un John, preocupado, por acordar lo que harían a continuación.

Se quedó con las palabras atravesadas en la garganta, impotente y reprochándose su comportamiento débil y a la vez cobarde, porque, ¿qué más daba guardarse todos sus sentimientos si mañana no tendría la oportunidad de verlo con vida? ¿Qué haría con tantas emociones que se desbordaban por los poros de su piel? No... No podía dejar de decirle, que esperaba regresara ileso.

—James... —murmuró tan despacio por la obstrucción en su garganta que no la escuchó—. ¡James! —llamó más alto para que el susodicho le prestara atención.

Tanto el aludido como los demás presentes se volvieron a mirarla, expectantes.

James se acercó hasta ella y con el habitual ceño fruncido que era ya algo característico en su rostro desde que regresó de América, aguardó a que hablara.

—¿Qué sucede? —inquirió impaciente.

—Yo... —titubeó sin saber cómo empezar.

—Tú, ¿qué? —ladeó su rostro y suspiró.

—Yo solo quería desearte buena suerte... —Fue lo único que logró decir.

Él la vio extrañado y solo asintió con la cabeza para regresar junto con los demás caballeros.

—Dime que tu puntería no ha cambiado porque ese hombre tirará a matar —profirió el marqués de Durham cuando el carruaje se puso en movimiento. Estaba sentado junto con su esposa, frente a James, quien parecía perdido en sus pensamientos.

—Por supuesto, John. Me has enseñado bien y hasta puedo asegurar que el alumno ha superado al maestro —bromeó para aplacar el ambiente cargado de tensión en tanto regresaban a la residencia de los marqueses.

De común acuerdo tomaron la decisión de que pasara la noche en Durham House para que partiera junto con su primo, en el mismo carruaje, al sitio donde se llevaría a cabo el enfrentamiento.

—¡No es momento de bromas! —Reprendió Katherine—. Tu prometida se veía muy afectada y ni siquiera te has dignado en despedirte de ella a solas.

Una mueca se formó en el rostro de James, porque Katherine no estaba enterada del trasfondo de aquel precipitado compromiso. Dudaba que su prometida estuviera tan afectada como ella lo sugería, aunque sopesó la extraña actitud de Meredith cuando le deseó suerte. Tuvo la sensación de que había algo más que no pudo o no supo cómo decirle.




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