Al calor de la pasión

CAPITULO 15

Meredith temblaba cuando su madre y Mary la ayudaron a ponerse el vestido para su boda. Era precioso, en tono amarillo claro con un poco de pedrería en el escote. La coronilla de diamantes que utilizó su madre para su matrimonio le quedaba perfecta y en el cuello decidió que no llevaría nada.

—¿Estás nerviosa? —Preguntó Deborah—. Debe ser maravilloso casarse con el hombre que amas... —musitó con nostalgia, captando la atención de las damas.

—Deborah tiene razón... —susurró su madre—. Te has empeñado durante tres años en no aceptar a nadie por tu obsesión con ese hombre. Deberías estar feliz, pero tu rostro no lo dice, y los nervios que te hacen temblar desde la punta del pelo hasta los dedos del pie, no dejan que terminemos de acomodarte el vestido como debe ser. ¿Qué sucede contigo? —increpó, frunciendo el ceño.

—No pregunte cosas que ya sabe, madre. —Sus miradas se encontraron—. Estaría igual que yo si no supiera lo que le deparará un matrimonio con alguien que la detesta más que a la misma muerte —replicó sin vergüenza y tomó aire—. Necesito un momento a solas con Deborah, por favor —pidió para evitar una discusión con su madre, a la que percibió bufar antes de salir con Mary tras ella.

Deborah soltó todo el aire que estaba conteniendo en sus pulmones y se echó de espaldas en la cama con los ojos brillosos. Estaba a punto de llorar.

—Has estado muy extraña desde la noche de mi compromiso —inició Meredith, sentándose a su lado—. ¿Me dirás que sucedió? ¿Tiene algo que ver con el conde de Harewood? —inquirió con suavidad para que su prima no se sintiera presionada.

—Me ha rechazado, Meredith... —emitió tan despacio que ella no la llegó a escuchar con claridad.

—¿Qué has dicho?

—¡Qué me ha rechazado! —Profirió por lo alto, incorporándose para mirar el rostro de Meredith—. Me ha dicho que no piensa cortejarme y mucho menos casarse conmigo. ¡Y lo hizo a plena luz del día! En casa de la hermana de la presumida de Abigail...

Meredith procesó cada palabra y en su cabeza se armaron muchas preguntas que no tenía tiempo de formular. Solo le restaba consolarla y preguntar cómo se sentía.

—Y, ¿qué piensas al respecto? ¿Te sientes bien?

—¡¿Qué puedo pensar?! —Indagó con sorna—. El caballero me ha dejado claro que no soy de su agrado o al menos, no el prospecto de esposa que desea...

—No puedo entender por qué ha hecho eso... —preguntó confundida.

—Porque no tiene ningún tipo de estima hacia mi persona y mucho menos afecto, Meredith. Y yo tengo la culpa. Lo he idealizado tanto. Traté de ser la clásica señorita correcta, recatada y sumisa para que no sintiera vergüenza de mí o tuviera reparos en mi comportamiento. Le he dedicado nueve años de mi vida a algo que solo era real para mí. Me siento una tonta... —suspiró y volvió a tirarse en la cama.

—Lo lamento, cariño... —Fue lo único que a Meredith se le ocurrió decir para consolarla.

—Al menos me lo dijo en pleno apogeo de la temporada y estoy a tiempo de escoger esposo —sonrió con tristeza—. Tengo que verle el lado bueno al asunto o moriré atragantada por la frustración. No puedo mirarlo, lo veo y siento que lo odio con todas mis fuerzas, pero en su ausencia mi corazón se acelera y se pregunta qué estará haciendo o si se encontrará bien.

—¿Piensas considerar otras ofertas? —inquirió Meredith, asombrada.

—Ya lo he hecho, Meredith. —Le anunció para su sorpresa—. Es un gran partido que casi dejo escapar por mi estúpida obsesión con lord Harewood.

Meredith la observó, atónita. Deborah jamás se había pronunciado de tal modo. Sus modales, al igual que su lenguaje, eran exquisitos y propios de una dama de alcurnia. Comprendió que se había reprimido tanto por ser perfecta para Edward y se alegró de que el caballero al menos tuviera la sensatez de dejarle en claro su postura sobre un posible compromiso para no hacerle perder más el tiempo.

—Algún día se arrepentirá —dijo para calmarla.

Cuando le iba a preguntar quién era el afortunado candidato, su madre volvió a ingresar como rayo al dormitorio, por lo que ambas decidieron callar.

—El novio bajó. ¡Por Dios! Pareciera que ambas asistirán a un entierro y no a una boda. —La señora Staunton hizo ademanes con la mano para que se pusieran de pie—. Meredith, siéntate en el tocador, que Mary se ocupe de los últimos retoques, y tú, Deborah, ven aquí que intentaré arreglar tu peinado. Si lord Harewood te ve con este aspecto, jamás terminará de decidirse a pedir tu mano, niña.

Deborah tragó saliva y se mordió el labio inferior.

—Descuida, tía... —Intentó sonreír—. De todos modos, un conde es muy poco para mí.

La señora Elizabeth frunció el ceño y sus miradas se encontraron en el espejo.

—¿Qué quieres decir con eso, chiquilla?

—Que no escogería a un conde por encima de un duque, tía. Después de todo, es lo que siempre nos ha enseñado a Meredith y a mí.

La señora Staunton se sonrojó como un tomate y carraspeó para que le saliera la voz.

—Tú eres la hija de un conde y puedes escoger a quien desees —susurró la señora, y colocó una horquilla para que un rizo rebelde permaneciera en un sitio—. Solo pensé que lord Harewood era el único caballero al que habías considerado, pero si has cambiado de opinión, espero que sea para bien. Es tiempo de irnos. Ya deben estar impacientes por ver a la novia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.